Oculta su tristeza bajo una gorra de ala ancha. La muerte de María José Coni y Marina Menegazzo tiene a José (nombre ficticio) en estado de shock. Vino a Ecuador desde Venezuela hace menos de dos meses, como tantos otros, en busca de una oportunidad laboral ahora que su país está “fregado”. Pero la ilusión del recién llegado se ha tornado en desolación.
Las conoció durante la primera estancia de las jóvenes en Montañita, allá por el mes de enero, cuando arribaron a la comuna con dos amigas más. Las chicas decidieron alojarse cinco días en el hostal donde él trabaja, pero en aquella ocasión apenas conversó con ellas.
Fue durante el segundo viaje de María José y Marina a Santa Elena, a raíz de un encuentro fortuito cerca de la playa, cuando intimó más con las dos. “En aquella ocasión, habían optado por instalarse en un establecimiento más barato. El nuestro costaba doce dólares y el nuevo, apenas seis. Ellas me reconocieron, me saludaron y empezamos a hablar”, rememora desde el anonimato “para evitar problemas”.
Poco a poco se encariñó con las muchachas, a las que define como “muy inocentes y súper amigables”. Aún recuerda cómo le regalaban un beso en la mejilla cada vez que se encontraba con ellas en alguna fiesta nocturna.
“Una vez, paseaba con una chica por el malecón del río y las vi sentadas en un banco. ‘¡Guaauuuu!’, vaya mujer más bonita’, me vaciló María José... Andaban siempre juntas y con grupos de viajeros, gente de paso. No se separaban. Y eran chicas sanas. No se drogaban, apenas bebían... Esto me pesa, me duele”, comenta con la mirada perdida en la oscuridad de una noche lluviosa.
Algunos días iba a visitarlas a su nuevo hostal. Aunque la administradora negó cualquier tipo de robo de dinero en la habitación de las jóvenes, José contradice su versión. Porque, según él, ese fue el motivo que supuestamente les empujó a vender ensaladas de frutas y hamburguesas en la playa por las tardes, aunque en ningún momento cambiaron de establecimiento. “Les faltaba plata. Si la hubieran tenido, ¿para qué iban a vender?”, cuestiona.
Michael (nombre ficticio), que dejó su Israel natal hace seis años para instalarse en Montañita tras un fugaz paso por Holanda, Perú y Colombia, era uno de sus clientes habituales. Le daban un poco de lástima, así que trataba de ayudarlas. Algunas veces incluso botaba la mitad de la ensalada que les había comprado a dos dólares.
“A mí la fruta nunca me ha gustado mucho... Pero me sentía bien comprándoles. Eran finas y educadas, unas niñas realmente buenas. Aquí hay bastantes personas que vienen por tres o cuatro días y, después, quieren quedarse más. De ahí que busquen la manera de financiarse”, subraya conmocionado.
El día anterior a su muerte, compartió unos minutos con María José y Marina. Las jóvenes deseaban darle las gracias por su apoyo. Así que fueron a visitarlo a su negocio, donde Michael oferta excursiones para turistas a distintos puntos de los alrededores. “Charlamos un poco y me dijeron que debían regresar. No hubo tiempo para mucho más”, indica.
Desde que tuvo conocimiento de su muerte, apenas puede conciliar el sueño. Al igual que José, cree que las dos fallecidas eran “muy inocentes, tal vez demasiado”. Y al pensar en ellas, inevitablemente le viene a la memoria su hermana de 21 años, que en 2015 cruzó medio mundo para compartir un mes con él en la comuna. “Pudo ocurrirle a ella...”, se lamenta.
“MI FAMILIA ESTÁ PREOCUPADA”Lina, de 26 años, es argentina. Aunque lleva ya un año en Montañita, donde en torno al 70 por ciento de los visitantes procede de su país, admite que sintió “miedo” tras hacerse pública la muerte de María José y Marina. “Lo que les pasó me causó una gran impresión, una gran angustia. ‘¡Qué loco!’, pensé. Pero no solo ocurre acá. Eso sucede en todas partes”, enfatiza esta bonaerense.
Desde el pasado domingo, su celular parece la centralita de un hospital. No deja de sonar. Los medios de comunicación argentinos están dando una gran difusión al caso y eso, inevitablemente, también ha afectado a sus seres queridos: “Me ha llamado mucha gente. Mi familia está preocupada. Me ruegan que me que cuide... Algunos también me preguntan qué estoy haciendo acá”.
Fernanda Solís, que regenta un hotel y una tienda de surf con su esposo desde hace trece años, cree que a raíz del doble asesinato “se ha demonizado a Montañita”. Al igual que Lina, esta argentina nacida en Córdoba ha recibido numerosos mensajes y llamadas en los últimos días. “Todos me preguntan qué está ocurriendo. Es terrible...”, sentencia.
DATOS DE LOS DETENIDOSQuienes conocían a Ponce Mina se mostraban sorprendidos por su presunta implicación en el crimen de María José Coni y Marina Menegazzo. “Era simpático, súper tranquilo”, refiere una empresaria local sobre el guardia de seguridad de la comuna. “A mí siempre me hablaba muy educado”, apostilla la propietaria de un hotel.
Ambas comentan que el detenido había sido jugador de fútbol. Llegó a Montañita, hará unos cuatro años, para trabajar como entrenador en la escuela de fútbol local, un proyecto en el que también colaboró un conocido jugador de Barcelona. Pero la iniciativa “se detuvo” hace año y medio, según indican varios lugareños, y entonces fue contratado como guardia de seguridad. “Se le veía ‘tuco’”, añade una lugareña.
Roberto incluso le ayudaba a ‘coger’ delincuentes y ladrones que importunaban a los turistas. “Hace poco dimos con tres pillos... Era un tipo educado, muy normal”, señala. Al parecer, tenía una hija de 15 años, que vivía en Guayaquil, pero aún no la había llevado a Montañita “porque no quería exponerla”, le habría confesado presuntamente a una ciudadana extranjera que reside en la localidad de Santa Elena desde hace meses.
La pista de Eduardo de la A Rodríguez es más difusa. Los habitantes de Montañita apuntan que era originario de San Antonio, una localidad cercana, y que ejercía como “maestro de la construcción y carpintero”.