Gorka Moreno, Montañita (Santa Elena)
El viento huele a estiércol, a marihuana, a carbón recién prendido. Al ritmo de un hip hop, cinco jóvenes de lomos tatuados, cabelleras indomables y miradas inquisitivas, preparan una parrillada en el patio de una choza de bloque, destartalada y a medio levantar.
Han dejado el estrés y sus sandalias llenas de lodo junto a la puerta de su refugio, envuelto por la maleza y un cementerio de javas de cerveza en las profundidades del Tigrillo, a un kilómetro y medio de la carretera que secciona en dos a Montañita, hoy deprimida y casi vacía.
Las lluvias han enfangado el camino que atraviesa el barrio, enclavado en el noreste de la localidad. Y mientras los taxis tratan de surcarlo balanceándose, los lugareños no dudan en atravesarlo a bordo de roñosas bicicletas.
En los alrededores, entre selváticos solares y cabañas de caña, los dueños de algunas refinadas y floridas hosterías de bambú y palma han visto cómo en los últimos cinco años han proliferado a escondidas, lejos de la vía principal y sin ningún tipo de señalética, algunos “campings irregulares, asentamientos insalubres y viviendas precarias”, que dan cobijo a turistas de muy bajos recursos.
Y cómo entre esos visitantes de bajo costo se han colado, según varios vecinos, presuntos “maleantes, expendedores de drogas, ladrones, pandilleros y vendedores ambulantes” de ‘happy brownies’, sazonados con ‘hierba’ para que el chocolate y el bizcocho conduzcan al comensal a un ‘viaje’ narcotizante.
Los propios comuneros que siembran allí sus chacras contemplan resignados “la degradación” progresiva de este sector, antaño ‘colonizado’ por surfistas y ‘hippies’ “entrañables y pacíficos”. Hablan con miedo, “porque en Montañita todos se conocen”, y piden a EXTRA que no revele sus identidades a cambio de una radiografía “precisa”.
“Por esta parte del pueblo anda gente bastante loca, no como en el centro. Se han producido balaceras, apuñalamientos… La poca luz que hay por las noches influye. Muchas de estas personas son de origen colombiano”, destaca uno de ellos.
“Dan bastantes problemas. Ponen sus carpas en esos lugares donde los alojan casi gratis. Algunos se quedan temporadas muy largas y no tienen ningún trabajo… Otros poseen negocios encubiertos. Si nos metemos con ellos, nos pueden ‘dar plomo’”, atestigua preocupado otro nativo.
Ambos distinguen entre quienes comercializan los ‘happy brownies’ en la playa, “normalmente inofensivos y afables”, y quienes acosan a extranjeras -como supuestamente hacía el venezolano retenido este miércoles- roban o trafican. “Unos son alternativos, bohemios, aunque dan mala imagen. Pero con los otros hay que tomar precauciones”, puntualiza un tercer comunero.
LAS ‘CASAS DE COLORES’
Las ‘Casas de Colores’ distan mucho de ser un arcoíris urbano. Los tonos esmeralda, rojizos, marinos y crema que bañan sus fachadas lucen tristes, mortecinos. Algunas de las 198 viviendas que componen el sector, también llamado Nueva Montañita, permanecen vacías, aún con el sello del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) emplastado junto a la puerta.
El Gobierno ecuatoriano las entregó a los comuneros en 2008. Allí amanece a mediodía. Hasta las doce, Nueva Montañita es un desierto, donde los arbustos y la hojarasca han invadido la entrada de algunos domicilios y flanquean calzadas de tierra que perfilan toboganes intransitables. Los mosquitos han tomado las cetrinas charcas que nacen entre los surcos trazados por las motocicletas y los escasos carros que circulan.
En el barrio, emplazado en el suroeste del pueblo, a un kilómetro del centro, solo los perros parecen caminar tranquilos. Y no porque allí se perpetrara el crimen de las argentinas Marina Menegazzo y María José Coni. Su “zozobra” comenzó a gestarse hace “unos tres años”, cuando “desvalijaron muchos hogares”. A partir de entonces, algunos residentes como Lina protegieron sus dominios, de escasos 40 metros cuadrados, con verjas.
“Antes, por la noche, caminábamos desde el centro hasta acá. Ahora no nos atrevemos”, atestigua la mujer de 38 años. “Nosotros no salimos. Prefiero no comentar más detalles por si alguien toma represalias, pero al mismo tiempo me siento culpable y cómplice si no lo hago. Aquí he escuchado disparos y han acuchillado a más de uno”, sintetiza una madre de familia.
El problema, relatan, reside en la cantidad de supuestos “pandilleros y ‘dealers’ (expendedores de droga)” que, como en el Tigrillo, han llegado a la zona. En su mayoría son “colombianos, peruanos y también ecuatorianos”, que arribaron atraídos por alquileres de entre 50 dólares, cuando la vivienda está vacía, y 200 si las reciben equipadas.
“Les da igual si solo hay un simple colchón. Los dueños no saben con quiénes tratan. Hace un año, nos enteramos de que un importante delincuente, que figuraba entre los más buscados de una provincia, había pasado un mes acá. Luego cayó en una parroquia”, añade Cristina, otra moradora.
Pero resulta imposible avistar a quienes “han dañado Montañita”. Parecen esconderse del mundo tras las cortinas que cubren las ventanas de sus hogares, donde reina el silencio. “Son pocos los que vienen ya en busca de plácidos atardeceres, surf y mar. El 90 por ciento quiere lo más barato y fiesta”, valora el administrador de un hostal.
También hay quienes intuyen que una gran parte de los malhechores decidieron marcharse de las ‘Casas de Colores’ cuando se produjo el asesinato de las dos jóvenes, por temor a que la Policía Nacional lleve a cabo un operativo de gran calado. Pero mientras esperan a que las autoridades “limpien el pueblo” y les ayuden a empezar de cero, los vecinos ruegan a EXTRA que haga “un seguimiento” de lo que ocurre en la comuna: “Por favor, no nos olviden, no nos dejen botados”.
El viento huele a estiércol, a marihuana, a carbón recién prendido. Al ritmo de un hip hop, cinco jóvenes de lomos tatuados, cabelleras indomables y miradas inquisitivas, preparan una parrillada en el patio de una choza de bloque, destartalada y a medio levantar. Han dejado el estrés y sus sandalias llenas de lodo junto a la puerta de su refugio, envuelto por la maleza y un cementerio de javas de cerveza en las profundidades del Tigrillo, a un kilómetro y medio de la carretera que secciona en dos a Montañita, hoy deprimida y casi vacía. Las lluvias han enfangado el camino que atraviesa el barrio, enclavado en el noreste de la localidad. Y mientras los taxis tratan de surcarlo balanceándose, los lugareños no dudan en atravesarlo a bordo de roñosas bicicletas.En los alrededores, entre selváticos solares y cabañas de caña, los dueños de algunas refinadas y floridas hosterías de bambú y palma han visto cómo en los últimos cinco años han proliferado a escondidas, lejos de la vía principal y sin ningún tipo de señalética, algunos “campings irregulares, asentamientos insalubres y viviendas precarias”, que dan cobijo a turistas de muy bajos recursos. Y cómo entre esos visitantes de bajo costo se han colado, según varios vecinos, presuntos “maleantes, expendedores de drogas, ladrones, pandilleros y vendedores ambulantes” de ‘happy brownies’, sazonados con ‘hierba’ para que el chocolate y el bizcocho conduzcan al comensal a un ‘viaje’ narcotizante.Los propios comuneros que siembran allí sus chacras contemplan resignados “la degradación” progresiva de este sector, antaño ‘colonizado’ por surfistas y ‘hippies’ “entrañables y pacíficos”. Hablan con miedo, “porque en Montañita todos se conocen”, y piden a EXTRA que no revele sus identidades a cambio de una radiografía “precisa”.“Por esta parte del pueblo anda gente bastante loca, no como en el centro. Se han producido balaceras, apuñalamientos… La poca luz que hay por las noches influye. Muchas de estas personas son de origen colombiano”, destaca uno de ellos. “Dan bastantes problemas. Ponen sus carpas en esos lugares donde los alojan casi gratis. Algunos se quedan temporadas muy largas y no tienen ningún trabajo… Otros poseen negocios encubiertos. Si nos metemos con ellos, nos pueden ‘dar plomo’”, atestigua preocupado otro nativo. Ambos distinguen entre quienes comercializan los ‘happy brownies’ en la playa, “normalmente inofensivos y afables”, y quienes acosan a extranjeras -como supuestamente hacía el venezolano retenido este miércoles- roban o trafican. “Unos son alternativos, bohemios, aunque dan mala imagen. Pero con los otros hay que tomar precauciones”, puntualiza un tercer comunero. LAS ‘CASAS DE COLORES’Las ‘Casas de Colores’ distan mucho de ser un arcoíris urbano. Los tonos esmeralda, rojizos, marinos y crema que bañan sus fachadas lucen tristes, mortecinos. Algunas de las 198 viviendas que componen el sector, también llamado Nueva Montañita, permanecen vacías, aún con el sello del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) emplastado junto a la puerta. El Gobierno ecuatoriano las entregó a los comuneros en 2008. Allí amanece a mediodía. Hasta las doce, Nueva Montañita es un desierto, donde los arbustos y la hojarasca han invadido la entrada de algunos domicilios y flanquean calzadas de tierra que perfilan toboganes intransitables. Los mosquitos han tomado las cetrinas charcas que nacen entre los surcos trazados por las motocicletas y los escasos carros que circulan.En el barrio, emplazado en el suroeste del pueblo, a un kilómetro del centro, solo los perros parecen caminar tranquilos. Y no porque allí se perpetrara el crimen de las argentinas Marina Menegazzo y María José Coni. Su “zozobra” comenzó a gestarse hace “unos tres años”, cuando “desvalijaron muchos hogares”. A partir de entonces, algunos residentes como Lina protegieron sus dominios, de escasos 40 metros cuadrados, con verjas.“Antes, por la noche, caminábamos desde el centro hasta acá. Ahora no nos atrevemos”, atestigua la mujer de 38 años. “Nosotros no salimos. Prefiero no comentar más detalles por si alguien toma represalias, pero al mismo tiempo me siento culpable y cómplice si no lo hago. Aquí he escuchado disparos y han acuchillado a más de uno”, sintetiza una madre de familia.El problema, relatan, reside en la cantidad de supuestos “pandilleros y ‘dealers’ (expendedores de droga)” que, como en el Tigrillo, han llegado a la zona. En su mayoría son “colombianos, peruanos y también ecuatorianos”, que arribaron atraídos por alquileres de entre 50 dólares, cuando la vivienda está vacía, y 200 si las reciben equipadas. “Les da igual si solo hay un simple colchón. Los dueños no saben con quiénes tratan. Hace un año, nos enteramos de que un importante delincuente, que figuraba entre los más buscados de una provincia, había pasado un mes acá. Luego cayó en una parroquia”, añade Cristina, otra moradora.Pero resulta imposible avistar a quienes “han dañado Montañita”. Parecen esconderse del mundo tras las cortinas que cubren las ventanas de sus hogares, donde reina el silencio. “Son pocos los que vienen ya en busca de plácidos atardeceres, surf y mar. El 90 por ciento quiere lo más barato y fiesta”, valora el administrador de un hostal.También hay quienes intuyen que una gran parte de los malhechores decidieron marcharse de las ‘Casas de Colores’ cuando se produjo el asesinato de las dos jóvenes, por temor a que la Policía Nacional lleve a cabo un operativo de gran calado. Pero mientras esperan a que las autoridades “limpien el pueblo” y les ayuden a empezar de cero, los vecinos ruegan a EXTRA que haga “un seguimiento” de lo que ocurre en la comuna: “Por favor, no nos olviden, no nos dejen botados”.
“NO PODEMOS IR CON ESPOSAS Y CAPTURAR A LA GENTE”El presidente de la comuna, Iván Del Pezo, se muestra prudente ante las afirmaciones de los lugareños consultados por EXTRA. Reconoce que muchos alquilan sus viviendas; que, “tal vez”, estos caen en el “error” de no averiguar previamente quiénes van a habitarlas; y que los bajos precios atraen a un perfil “malo” de turistas. De ahí que solicite la confección de “algún tipo de censo” poblacional.No obstante, matiza que no puede confirmar cuáles son las tarifas, ni si algunos de esos inquilinos expenden sustancias estupefacientes. Y recuerda que los nativos no poseen la potestad para “hacer decomisos o detenciones”.“Las leyes han cambiado. No podemos ir con esposas, capturar a la gente y voltearla porque nos acusarían de malos tratos o agresiones. Todo el mundo sabe que hay problemas. Pero son las autoridades quienes deben actuar, con información y colaboración de la comuna. En eso no nos estamos excusando”, señala a este periódico.Del Pezo agrega que los vendedores ambulantes de comida y artesanía pagan tres dólares por semana a la comuna para trabajar en la vía pública, a menudo a pocos metros de tiendas y restaurantes, y que la mayoría “son gente del pueblo que pertenece a asociaciones o lleva años realizando actividades aquí”. Sin embargo, también admite que “es difícil controlar” a quienes comercializan sus productos sin ninguna autorización. “Se ha intentado con los pocos recursos que gestionamos. Pero necesitaríamos muchas personas para eso”, concluye.
PARA “SOBREVIVIR”Pedalea encharcado en sudor. Lleva a su hijo pequeño en el capó delantero de su rudimentario triciclo. El hombre, de unos 35 años, aterrizó hace poco más de un año en Montañita. Aunque no desea mostrar dónde se ubica su predio, reconoce que lo utiliza como camping para “unos pocos visitantes”, al precio de un dólar y medio por persona y día. Y lo hace sin los respectivos permisos.“Mi terreno está en regla, pero no tengo autorización para hospedar a gente. Si alguien quiere quedarse, yo le aviso de que ahorita no hay luz. Pero solo acojo tres o cuatro carpas a la vez y por pura necesidad”, corrobora sin dar más datos sobre el tipo de clientes que recibe.Pero Roberto, que trabaja como encargado en un camping regulado y con precios que triplican a los de sus dañinos competidores, apunta a la irrupción de la “música electrónica” como un factor “clave” en los conflictos actuales que asuelan a Montañita. “En esta clase de fiestas, algunas personas consumen drogas (como éxtasis, cocaína, ketamina o marihuana). Antes, por el contrario, escuchábamos reggae, pura paz”, analiza. Él está convencido de que los pandilleros no suelen acampar, sino que optan por arrendar casas humildes, donde pasan más desapercibidos. “Nosotros no hemos tenido altercados con los usuarios”, remata.