Bombea como un corazón inyectado de adrenalina. Hace unos días, Montañita parecía condenada a una muerte lenta. Pero la noche del sábado y madrugada de ayer, las paredes y aceras sudaban. Aniñados, bohemios, surfistas de pedigrí, extranjeros, artesanos, pelados, buscavidas, enamorados, amantes fracasados, farreros, tatuados, chismosos, rastafaris, ‘cholos’… El pueblo es una ONU de tonos arcoíris. Todos tienen cabida en apenas cuatro cuadras.
Ya lo dijo el héroe caído del filme ‘El cuervo’, Eric Draven: “No llueve eternamente”. Y menos aún en este pueblo, capaz de sobreponerse incluso a un crimen tan atroz como el de las argentinas Marina Menegazzo y María José Coni. “¿Quién quiere venir acá a sentirse mal? Todo pasa, ‘brother’. Montañita seguirá latiendo”, resalta pletórico un guardia de seguridad.
Al bramido de la Tierra, en forma de temblor, le suceden la salsa, el hip hop, el reguetón, el rock en vivo, el frenético taladro de las licuadoras picahielos y el techno endiablado y “vanguardista” de una fiesta ‘made in Ibiza’ (España). “Yo veo a este lugar avanzando hacia las artes, la creatividad y la cultura más rápido que cualquier otro en Ecuador”, analiza Kami Kamram, propietario del Lost Beach Club y el lujoso hotel Dharma Beach.
La música de los locales se mezcla pero no se agita, como desearía el mismísimo James Bond. Y los maleantes que tiempo atrás se apostaban entre la calle de los Cocteleros y Segundo Chiriboga han hecho el “bip-bip” del Correcaminos. “Habrá que ver si regresan cuando ya nadie se interese por lo que pasa aquí”, reflexiona una hostelera. Hasta los ‘dealers’ que han sobrevivido a la fuga, como el informante que acude inquieto a su cita con el espía, evitan el contacto visual con los visitantes. “¿Marihuana?”, oferta uno en voz baja. “¿Un ‘happy brownie’?”, invita educada una joven chilena.
En las arterias que nutren de oxígeno al pueblo se abren restaurantes; discotecas; puestos ambulantes de comida, donde los más ‘chiros’ llenan sus barrigas con un par de dólares; masajistas que practican reflexología en sus licorerías; comuneros que alquilan un inodoro a vampiros en aprietos por 25 centavos; barras como la del Poeta, la única que incluye en su carta de recomendaciones el “rico orgasmo” y cuyos meseros “buscan novia que no sea celosa”, según rezan los carteles que penden del mostrador…
LA OTRA FIESTAEl trago es un cóctel, un whisky de importación o una ginebra de saldo con aroma a lejía. Así se mide el clasismo en Montañita. Cientos de personas, en su mayoría ecuatorianos, se reúnen en la playa con jabas de cerveza, neveras y coronas de flores plastificadas, que algunas muchachas anudan a sus melenas para bailar cogidas de la mano como ninfas sesenteras. Los vendedores de punteros láser iluminan esta pista de baile improvisada, que vibra con la cumbia y el reguetón de las cabañas, donde los latinos meten pierna a sus parejas para achicar distancias y los más insaciables yacen ya hundidos en la arena como camarones apanados.
LA INTERVENCIÓNDicen que los operativos nocturnos en el pueblo son “habituales”. Pero esta madrugada, parece casi cantado tras el doble asesinato. Montañita necesita “volver a empezar”, resume uno de los diez policías que acompaña a un equipo de la Intendencia de Santa Elena y al presidente de la comuna, Iván del Pezo. “Entre todos debemos poner de nuestra parte”, agrega otro uniformado a este diario.
A la una, dos ‘quads’ con cuatro agentes irrumpen en la playa para ordenar a los turistas que dejen de ingerir alcohol. No reciben resistencia más allá de alguna queja timorata y unas cuantas muecas de contrariedad. Aunque para algunos ya es demasiado tarde. Se han bebido medio océano.
“Los uniformados, entre los que figuran varios destinados en Guayaquil, también acceden a un bar que escupe su ardiente techno al exterior como el fuego de un dragón enojado. Pero el DJ reacciona raudo tras la inesperada visita y lanza un mensaje que bien podría encabezar una campaña publicitaria. “¡Montañita no tiene la culpa!”, exclama entre risas. Los presentes le responden con aclamaciones.
Pasadas las dos y media, la caravana se traslada a las licorerías y las cabañas de la playa, aún en plena efervescencia. Una a una cortan la música y pliegan sus mostradores, pero los bailarines se lo toman con humor, saludan a los fotógrafos, levantan sus palmas y despiden a los policías con aplausos. En esta localidad, la felicidad es una actitud. “Tras una semana tan dura, esto no nos ayuda”, destaca uno de los meseros.
El mayor Daniel Reinoso, a cargo de la intervención, detalla a EXTRA que los funcionarios de la Intendencia han entregado doce citaciones a propietarios de establecimientos con el objetivo de que se acerquen a Santa Elena “y regulen su situación”. Se trata de un primer paso “para concienciarles de que deben tener la documentación en orden y respetar unos horarios”. La cifra resulta significativa, teniendo en cuenta que en todo 2015 se cerraron 19 cantinas, karaokes y locales por no disponer de permisos en regla.
Entonces llega el turno de las discotecas, donde toca comprobar si hay menores de edad en el interior y, al igual que en el resto de negocios, si las licencias de actividad están vigentes. Pero no se detecta ninguna anomalía. Este medio es el único que accede a una de ellas. El DJ baja la música de golpe. Nadie articula palabra. Pero cuando los uniformados dan su visto bueno, el tipo que maneja los platos trata de subir la moral de la tropa. “¡Seguimos de rumba, Montañita!”, chilla enérgico al tiempo que los clientes le regalan una ovación.
El operativo concluye con la supervisión de los cierres, que se efectúa a las cuatro de la madrugada con puntualidad germánica y una nueva batida en la playa, esta vez para desalojarla por completo. Los agentes lucen molidos y los farreros, más desencajados.
Esta noche, Montañita se acuesta a la hora que dicta la ley. Solo los vasos que unas horas antes unieron en brindis fugaces a tirios y troyanos, así como las botellas vacías que acompañaron a tantas canciones, abrazos y efímeros amores, contemplarán el amanecer junto al mar.