Los ojos de José Figueroa delataban la angustia que sintió la noche del sábado. “Esto parecía mantequilla. Veíamos que las casas se iban derritiendo. La gente gritaba...”, recordó con la voz quebrada.
Perdió su casa y su negocio, los cuales quedaron reducidos a escombros como casi todo en Pedernales. Afortunadamente su familia alcanzó a salir de la estructura antes de que colapsara, al igual que otras dos viviendas de esa misma cuadra.
“Pensamos que era el fin del mundo”, añadió con resignación, antes de detallar que al perder todo debieron dormir en la calle.
El horizonte era una mezcla de terror y desolación. Trozos de cemento, retazos de ladrillos, paredes caídas, vidrios rotos, destrucción. Y la gente, afuera de sus casas, sacando las cosas dañadas.
En la manzana frente a la plaza central de Pedernales, el edificio municipal era el único que permanecía de pie, aunque con algunas fisuras y el temor de los moradores de que pudiera desplomarse.
Pero hay quienes no tuvieron la suerte que la familia de José. A unas cuadras, en el estadio Maximino Puertas, los habitantes hacían cola para tratar de identificar si algunos de los cadáveres rescatados pertenecían a conocidos o consanguíneos.
El estadio se hizo morgue y hospitalEl escenario deportivo se convirtió en el punto de encuentro de más de centenares de rescatistas, provenientes de diferentes puntos del país e instituciones, quienes trataban de desenterrar los cuerpos aplastados.
Un contingente de más de 500 personas, entre bomberos, militares, policías y miembros de la Cruz Roja trabajaban a contrarreloj.
Según el Ministerio del Interior, en esta población manabita se registraban -hasta ayer por la mañana- 38 fallecidos y 150 desaparecidos.
Colón Celorio, quien llegaba de su finca, se encontró con la nefasta noticia de que su hermana Luz María Moreira Celorio, de 34 años, fue una de las víctimas que cobró el terremoto.
“La edificación la enterró. Ella estaba en la calle López Castillo, en el edificio frente al Banco Pichincha. Ahí vivía y la estructura se vino abajo”, manifestaba el hombre, oriundo de Chone, mientras lloraba delante del ataúd, en un velatorio improvisado en la vereda.
Hurgar entre lo que quedaEn el barrio Virgen del Carmen, el edificio de la radio Tropical, una construcción de cinco pisos, se fue al suelo y atrapó a siete personas, entre ellas la esposa y tres nietos del radiodifusor Marcelo Cepeda.
“Estábamos viendo la televisión y uno de mis nietos le pidió a mi mujer que le diera de comer”, comentó entre sollozos frente al inmueble destruido. Otros tres inquilinos quedaron entre la escombrera, ya que la edificación también alojaba arrendatarios.
Luego de una hora aparecieron dos cuerpos: el de un hombre y una mujer que no eran parientes de Cepeda.
Entretanto, la gente se retiraba hasta otras casas, en las que también había gente enterrada.
Los parientes de una madre y tres hijos que murieron aplastados por el hormigón usaban sus manos para retirar las piedras.
Un rostro lleno de polvo asomó y en el fondo se encontraban los niños sin signos vitales.
En otro punto de la ciudad, otra mujer, quien no alcanzó a identificarse, pedía con desesperación que buscaran a un bebé de un mes de nacido y a otras tres personas, quienes se encontraban dentro de una vivienda que se derrumbó.
“Anoche lo escucharon llorar”, repetía, mientras los rescatistas pedían silencio para escuchar ruidos debajo de los escombros.
Mientras tanto, las ambulancias recorrían las calles, buscando señales de vida en medio de la desolación que dejó el terremoto.
Sin servicios, agua ni comidaHasta ayer al mediodía no había agua, luz, ni internet y la cobertura de telefonía móvil era pobre.
Las botellas de agua se vendían como oro y se terminaban en un santiamén.
Algunas personas deambulaban por las vías en busca de camionetas para llevar las escasas pertenencias que salvaron a lugares más seguros.
A la entrada de Pedernales había un solo carril habilitado.
Las gasolineras no vendían combustible.(EC/MAG/LLL)