Una vieja cruz de madera sostenía la carpa montada por la familia de Mercedes Chila en la parte alta del cementerio de Jama, localidad de Manabí. “No sabemos de quién es esta tumba”, mencionó la mujer.
Al igual que Chila, varios vecinos ascendieron al camposanto para refugiarse tras la alarma inicial de un posible tsunami que, después del terremoto, fue descartada. La residente, de 45 años, no quiere volver a su domicilio, que se vio afectado por la fuerza devastadora del terremoto.
Las noches para ellos son un suplicio porque un pestilente olor surca el ambiente. Incluso el miedo a las almas de los difuntos está latente cuando quieren conciliar el sueño, pero no lo logran.
“Posiblemente tengamos que bajar en breve (a la localidad)”, precisó inquieta María Morales, cuñada de doña Mercedes. La madre de familia conversaba sobre el temor que tienen sus hijos luego de padecer la catástrofe.
La mañana de ayer, ella y sus allegados decidieron permanecer en el lugar, ya que las demás personas descendieron a sus casas destrozadas para cuidar sus pertenencias.
Así lo hizo Antonio Chica, de 33 años, quien cría gallos de pelea. “Dos se me murieron. Ahora solo tengo 30 libras de maíz para darles de comer”, comentó el hombre, que posee 33 de estas aves.
Diariamente, los animales necesitan alrededor de un quintal del producto. Por eso , le aterra la idea de que mueran de hambre dentro de sus jaulas de madera y alambre.
Otra de las áreas elevadas de Jama es la loma, que se encuentra en la entrada del cantón. En su cúspide se levantaron carpas plásticas con palos. Cada una aloja a más de seis personas por familia, como el grupo de Nelly Bone, que sumaba siete individuos.
En la improvisada vivienda, la mujer preparaba el almuerzo: arroz con atún, entregados como parte de las raciones. “A veces vienen y nos dan personalmente los víveres. En otras ocasiones nos acercamos a los carros que dejan la comida”, explicó la señora.
Ángel Rojas, alcalde de Jama, dijo que “la gente se desespera por la falta de víveres. Trabajamos las 24 horas y tenemos que repartir la comida en las comunidades también”, indicó el funcionario.
Aseveró que no ha habido un abastecimiento total en la ciudad, donde se creó un centro de acopio y entrega de alimentos en el mercado. Allí, el organizador es el mayor Luis Velarde, un oficial militar.
Este señaló que las donaciones las hacen personas y entidades estatales. “Todo llegó desde el lunes, porque el domingo no tuvimos raciones ni gente que nos ayudara a repartir”, acotó el uniformado.
Los pobladores se quejaron del sistema de repartición, que a su juicio debe hacerse a cada grupo familiar. Porque, según relataron, cuando se organiza una fila mucha gente toma una o más porciones. Velarde precisó que se “tomaron decisiones rápidas” para subsanar el problema.
“Hicimos bulla porque quisieron robar”La mañana del martes, se produjo un presunto intento de robo cerca del mercado. Agnes Arteaga, cuyo padre murió en el terremoto, gritaba a una mujer que estaba con un sujeto.
“Te estoy viendo cómo quisiste coger la ropa”, fue el reclamo de la supuesta afectada. La gente se agolpó para mirar qué sucedía. Durante la confusión, los presuntos asaltantes se fueron y los moradores aprovecharon para decir que los saqueos eran “constantes”.
El mismo problema ronda la loma. Yessenia Ganchoso se resguardó en la elevación desde que el seísmo dañó el 85 por ciento de viviendas y mató a más de 40 personas.
“El lunes hicimos bulla porque quisieron robar acá. Los tipos se fueron por los matorrales”, narró la residente, de 29 años, quien perdió su casa.
Detalló que los asaltantes llegan, aprovechan el descuido y se llevan las cosas. Luego se hacen ‘humo’. Ganchoso aclaró que sí hay patrullajes policiales, pero pidió que se montara un retén para mayor seguridad.
La vía Jama-Pedernales, otro punto afectado, tiene gran parte de su carretera destruida. Varios puntos presentan el asfalto destrozado, por lo que los vehículos van en un carril.