Portaban estolas moradas, similares a unas bufandas largas. Los tres curas no tenían sotana porque se hubiesen ‘asado’ por el calor que, en ese momento, ‘azotaba’ Pedernales, provincia Manabí.
Su fe en Dios los investía y, protegidos por un casco, los sacerdotes, que llegaron de Quito entre el domingo y el lunes, ingresaron ayer al cementerio de la ciudad manaba para dar conforte a las almas.
A eso se llama responso: una oración especial para que los fallecidos encuentren descanso, al igual que sus espíritus.
“Cuando llegué el domingo hubo niños que eran cargados en sábanas para ser enterrados. En ellos se puede ver a Dios”, precisó Leonardo Merino, sacerdote de Nayón (nororiente de Quito).
La peregrinación mortuoria de los infantes afectó a Merino, que ofició los rezos en un punto central del camposanto.
Él se puso en medio de los padres Francisco Ilaquize e Iván Trujillo. Ambos pertenecen a Carapungo y Juan Pablo II, comunidades del norte y sur de la capital ecuatoriana.
Los religiosos se quitaron los cascos blancos, que llevaban por precaución, y se detuvieron frente a nueve cruces de tumbas, que permanecían colocadas en una sola hilera.
“Muchos fueron depositados en los huecos vacíos sin haberles rezado nada”, explicó Francisco con tono pausado. Mientras Iván, su compañero de fe, dijo que este era “el año de la misericordia”, una época donde se ora más por los fallecidos.
La quietud del camposanto solo se veía alterada por el viento que movía las ramas de árboles. Mariposas amarillas rondaban las flores de las tumbas más viejas, que flanqueaban a los tres religiosos.
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, marcó el inicio del acto. Merino afinó su voz para cantar a las almas, mientras sus dos amigos lo secundaban como en un coro.
Misas y bendicionesLa misa en el cementerio duró seis minutos y medio. El Padre Nuestro antecedió a la canción final que provocaba un nudo en el corazón. “Hacia ti, morada santa. Hacia ti, tierra de salvación (…)”, retumbaba entre los sepulcros.
Para los curas, los cuatro puntos cardinales fueron la guía con la que dar la bendición final. Tras el acto, Merino, Ilaquize y Trujillo emprendieron una corta caminata en medio de los nichos.
Ellos buscaban a los recién enterrados. La tierra negra y acumulada indicaba que había un nuevo residente en el cementerio.
Muchas de las tumbas no tenían lápidas. Apenas una cruz las acompañaba. Cada uno de los padres se paraba, movía su mano en el aire y bendecía a la víctima del sismo. Luego, los religiosos se fueron a la zona de un rescate para cumplir con el mismo acto.
Por las noches, en cambio, las misas se celebran en el estadio Máximo Puertas con el objetivo de “aumentar la fe” de quienes hicieron allí su residencia. Rescatistas, trabajadores estatales, policías y militares son los asistentes que evocan a Dios en cada uno de estos rituales.
A las 19:00, el padre Édwin Ortiz e Iván Trujillo se ubicaron en el centro del espacio deportivo de Pedernales para oficiar el rito.
Ortiz sí llevaba una sotana blanca esta vez. Detrás de él se encontraba Trujillo, quien tomó un recipiente de cristal que contenía agua bendita.
Un círculo de personas los rodearon. “La religión es fortaleza, es el alimento del alma”, expresó a los fieles el sacerdote.
El calor lo hacía sudar, de modo que se secaba constantemente para proseguir con la eucaristía. Entre tanto, el líquido sagrado se regaba en las cabezas de los creyentes que se retiraban al culminar el acto.
Buscan la feEl padre José Leonis Posligua, cura de la iglesia de Pedernales, abandonó la casa parroquial, destrozada, para ayudar a sus fieles tras el terremoto. Pero su ausencia provocó que le saquearan la vivienda.
A pesar de todo, el religioso, que se ordenó hace dos años, sigue al cuidado de la iglesia. Y el templo, aunque sufrió graves daños, no se derrumbó. Junto a la edificación queda la vivienda de la parroquia, donde duerme el sacerdote.
Para subir al departamento, hay que brincar sobre los ladrillos caídos en las gradas. En el interior, sus pertenencias están regadas por el suelo.
Posligua precisó que, tras el temblor, hubo residentes que buscaron su apoyo espiritual para sobrellevar la desgracia. “Aspiro a que no haya sido solo por estos instantes”, destacó el cura, que suspendió el catecismo por seguridad.
Ahora, buscará un sitio adecuado para dar misas a los ciudadanos. Lo mismo hará en las comunidades rurales, con las que también mantiene un estrecho contacto.