La tempestad que lleva dentro se desborda y se escurre por sus mejillas morenas. Aunque su nieto corre a abrazarla, Fabiola naufraga en el dolor, la nostalgia y la impotencia.
Josselyn, una de sus seis hijos, fue asesinada hace diez meses, en una casa vacacional de General Villamil, Playas. No lo supo hasta el pasado 13 de febrero, cuando le entregaron su cadáver irreconocible, de no ser por el tatuaje tribal que llevaba en su espalda baja.
“Abue, no llores”, le susurra el pequeño de seis años, mientras la mujer intenta serenarse en su casa, ubicada en la cooperativa Sergio Toral, al noroeste de Guayaquil.
Unos minutos después, una niña de cuatro años completa el cuadro que evidencia el vacío que ha dejado Josselyn.
“Estas dos criaturas me dan aliento para luchar hasta las últimas consecuencias”, asegura Fabiola, quien junto a su esposo, Gerardo, espera que la justicia sancione a la persona que le arrebató a su hija, la madrugada del 5 de junio de 2015.
Entre sollozos recuerda que por aquellos días vio la noticia en televisión: ¡Mujer asesinada en Playas! Nunca pensó que la víctima podía ser su Josselyn.
La policía había encontrado un cuerpo desnudo, aporreado y ensangrentado dentro de un inmueble ubicado en la calle Pedro Menéndez Gilbert y 12 de Octubre.
La edad que anunciaban los reporteros no coincidía con los 22 años de la joven, que visitó por última vez la humilde casa de madera y caña de sus progenitores para el Día de la Madre.
Tampoco hubo señas particulares: imágenes, descripciones, nombres... Nada para sospechar que se trataba de ella.
Gerardo le pide calma a su esposa, como si se tratara de un marino suplicando que acabe la tormenta. Y ella aplaca el llanto por momentos para contar sus desventuras.
“Mami, soy una p...”Josselyn, una morena recia, de pelo negro y cejas delgadas, tenía el espíritu rebelde. A los 15 se escapó con un novio y se fue a vivir a Azogues.
“La primera vez, antes de tener al niño, se perdió más de seis meses”, añade Gerardo.
Al principio creían que trabajaba en una agencia, como empleada puertas adentro, hasta que en una fiesta de un familiar cercano, las copas estimularon su sinceridad. “Mami, soy una p... de la calle”, reveló.
Aquellas palabras aún lastiman a Fabiola como si fueran vidrios bajo sus pies.
Aunque a ella y a Gerardo les incomodaba que su estilo de vida no fuera acorde a los valores que le habían inculcado, se acostumbraron a que se perdiera por algunos meses para ejercer “el trabajo más antiguo, el de María Magdalena”.
A los 16 se convirtió en madre y tras encargarles a su primogénito, regresó a trabajar en ‘chongos’ del austro y el Oriente.
Dos años después llegó su segunda bebé, de quien también se hicieron cargo.
“Su primer novio se convirtió en su chulo. Entonces ella ya no trabajaba para sus hijos, sino para él”, lamenta su padre. Dicha relación terminó en 2014.
Hermanas y rivalesPero la vida de Josselyn se complicaría aún más. La última vez que visitó a sus progenitores inició una relación clandestina con su cuñado. Ahora, él está detenido como principal sospechoso de su muerte.
Fue una relación corta e intensa, que comenzó, según Gerardo, “una semana después del Día de las Madre”.
Cuando su hermana Carolina descubrió el amorío estalló una discusión familiar.
Fabiola se estremece al recordar la escena. El llanto incontrolable de su otra hija. Los gritos. La tensión. El escándalo. El silencio de Josselyn.
Comenta que hasta llegaron agentes de la policía, pero que prefirieron no intervenir, ya que consideraron que se trataba de un problema hogareño.
Las lágrimas vuelven a anegar los ojos de la madre. Dice que después se enteró de que Carolina los había visto por las rendijas de una casa de caña cuando hacían el amor.
Gerardo añade que luego de la discusión le cerraron las puertas a Josselyn. “Por no apoyarla no le di la ropa. Le dijimos que debía tener un poquito de dignidad”, recuerda el progenitor.
Pero ella y el marido de su hermana huyeron juntos. “No sé cómo consiguieron dinero, pero se fueron hasta una población cercana a Quevedo. Y de ahí no sé cómo hicieron y llegaron a Playas”, agrega Gerardo.
Semanas después de que fugaran, el hombre llamó a Carolina, le pidió que le perdonara la infidelidad y retornó a su lado.
Buscando al culpable
En la escena del crimen encontraron una gorra, una matrícula de moto y la cédula de la occisa.
Richard Acosta, quien está a cargo del caso en la Fiscalía Segunda del cantón Playas, indica que luego de que la policía receptara el testimonio del guardián de la casa vacacional, buscaron al acompañante y supuesto autor de la muerte violenta a través de la matrícula del vehículo.
Así llegaron hasta un primer sospechoso, Pedro A., quien fue detenido en diciembre del año pasado, en Quevedo. Pero seguían sin encontrar a su familia para notificarle su fallecimiento.
Las investigaciones arrojaron que otra persona compró la motocicleta. Esta pista los llevó hasta Jorge G., el cuñado de Josselyn. Se lo vinculó al caso y se le dictó prisión preventiva, en febrero pasado, mientras que Pedro A. recuperó la libertad en marzo.
El día en que la policía detuvo a Jorge G. en un centro comercial del noroeste de Guayaquil, la familia recién supo que había sido asesinada.
“Me enteré solo porque lo cogieron preso”, lamenta Fabiola, quien está convencida de que la pareja de su otra hija es el culpable de la muerte.
Iracunda, susurra: “Nos vio la cara tantos meses”, y sus ojos se vuelven a hacer mar.
El cadáver permaneció por ocho meses en la morgue de Guayaquil, a la espera de que alguien lo reclamara e incluso -mencionan ambos padres- estuvo a punto de terminar en una fosa común por el tiempo que pasó abandonado.
Decir que tienen sed de justicia sería una frase hecha. Los padres de Josselyn confían en Dios y en el trabajo que hasta el momento ha hecho la Fiscalía de Playas. Solo quieren que se castigue al hombre que les arrebató a su hija. Aquel que hizo que su nieto dibuje a su mamá con el trazo más débil porque “se ha ido para siempre”.