Gorka Moreno, Guayaquil
La sangre brotó de su cráneo como el rugido de un volcán con el último porrazo. Aquel ‘choro’ imberbe, que debía diez ‘lucas’ a los capos, cayó al piso fulminado, como un ‘fumón’ tras un mal vuelo de base.
–¡Parece Apollo Creed en ‘Rocky IV’! –se jactó el verdugo.
La luna llena se desmenuzaba en vaporosos haces de luz por los ventanales rotos de la vulcanizadora. Tras un interrogatorio de hora y media, los rayos apuntaban al rostro desfigurado del pillo, como la mira láser de un francotirador. Su mentón era un rompecabezas imposible de encajar.
–¿Has perdido algún pedazo de tu mandíbula? –fanfarroneó ‘John’ antes de lanzarle un gargajo sobre el pómulo izquierdo.
El asesino quería cuidar la puesta en escena. Era su ‘bautismo’. Con tan solo 12 años, estaba a punto de convertirse en el sicario más joven de la banda. Aquel macabro ritual era lo más parecido a una graduación que podría ‘celebrar’.
‘John’ jamás se había sumergido en un libro. Tampoco sabía montar en bicicleta. Pero conocía más de treinta formas de matar. Su favorita era incrustar un lapicero afilado en la yugular. Tal vez así aplacara su frustración por no haber ido nunca a la escuela.
Los líderes de la organización, tres hermanos de rasgos arios que dirigían el narcotráfico en la ciudad, lo observaban orgullosos. El muchacho introdujo pausado seis balas en el tambor del revólver, lo hizo girar, se acomodó su gorra de los Lakers, buscó la mirada cómplice de sus amos y, cuando estos asintieron, estiró el brazo derecho.
Cada mañana, durante dos meses, había ensayado aquella pose de forajido indolente ante el espejo. Dientes apretados, ceño fruncido, ojos incendiados de ira… Con una visceralidad endiablada, ladeó la mano y descargó los proyectiles, cinco en la cabeza y el último, en el pecho. Decenas de murciélagos huyeron aterrados.
–Los niños enseguida absorbemos lo que nos enseñan. No me pregunté por qué carajo había apretado el gatillo hasta que crecí –confiesa el sicario, que a sus 20 años se oculta del mundo en puentes sombríos y marismas colonizadas por tantos mosquitos como balas disparó en su vida anterior.
DESDE EL LODO
Lo recogieron de las calles a los nueve, cuando vivía como un mono aullador en un laberinto de manglar. Siempre con el rostro emborronado de barro y mugre, peleándose con los perros y las ratas por los restos de comida que abundaban en los tachos de basura de los barrios más ‘pelucones’.
–Te sorprenderías de los alimentos que desperdician los aniñados. ¡Algunos días comía lomo fino! –asegura bravucón.
Antes de empuñar un arma hizo de recadero. Entregaba mensajes cifrados a los ‘dealers’ que la organización había colocado en las barriadas, comunicaba a los agentes en nómina dónde recibirían sus ‘coimas’ y qué cargamentos podían interceptar para ascender...
Nadie dudaba de su lealtad. Tal vez porque le bastaba con dormir en el almacén del puerto, sobre un mullido colchón, y con recibir cincuenta ‘latas’ por encargo. No ansiaba hacerse rico como “aquellos batracios” que cortaban la perica a escondidas para obtener un sobresueldo. Pero los jefes estaban tan psicosiados que infiltraban a falsos amotinados en sus filas para averiguar quiénes pretendían sublevarse contra ellos. Todos terminaban descuartizados o bajo el agua, con una roca atada al tobillo.
La chulesca sonrisa del joven pronto se transforma en un suspiro de incertidumbre. Es consciente de que no llegará a viejo. Tarde o temprano, sus antiguos camaradas le darán plomo. Nadie puede abandonar la banda sin el beneplácito de los ‘reyes’.
Pero a ‘John’ ya únicamente le queda una promesa por cumplir. Cuando dejó embarazada a ‘Jenny’ en 2014, la muchacha, embelesada de su aura canallesca, le dio un ultimátum: “La mafia o yo”. Y él, que había crecido sin el calor de unos padres, que solo había probado el agrio sabor de los besos robados a las sexoservidoras, cayó rendido ante aquella jovencita de ojos turquesas y piel de almendra.
–Fue como si se me abrieran las puertas del cielo… –admite nostálgico.
Ya apenas visita la choza donde su “chola”, como él la llama, reside con el pequeño. No desea ponerlos en peligro. Así que se las arregla para mandarles algo de plata a través de terceros. No hay noche en que no extrañe cómo ‘Jenny’ lo acunaba entre sus ingentes y afrutados pechos, cómo le siseaba al oído cuando los fantasmas de sus víctimas lo atormentaban en plena madrugada.
–Tras mi primer crimen, me desvirgó una trabajadora sexual. Aunque el amor... Eso es cosa fina. A mí me cambió. Pero ahora no tengo ni para comprar pañales al bebé. ¿Qué puedo hacer aparte de vender jugos? –lloriquea.
–¿Entregarte y pagar por tantas aberraciones? Al menos tu hijo crecería sabiendo que te arrepentiste –le respondo contundente.
–Lo haría. He pensado mucho en ello. Pero no duraría ni una semana. Unos u otros me matarían. Mi pelada no tiene estudios ni empleo. Si muero, no quiero ni imaginar lo que les sucedería.
–Buscas excusas para justificar tu cobardía. ¿Y cómo le explicarás tu pasado al niño?
–No son excusas. Y no me importa que me odie si logro salvarlo. Tal vez el odio le ayude a tomar un camino distinto al mío…
EL MIMADO
‘John’ aún conserva cierta candidez en su mirada, algo marchita tras cuatro años jalando coca y heroína. A pesar de mi insistencia, ni siquiera ahora delata a quienes cuentan con un ejército de mil hombres. Pero hoy, con media docena de crímenes en sus cartucheras, cometidos antes de cumplir la mayoría de edad, agentes corruptos y delincuentes en apuros lo están cercando como a un conejo en una cacería popular. Nadie puede arriesgarse a que un pelado desmonte su fábrica de hacer billete.
–De chiquito, cuando les pasaba los mensajes, los ‘chapas’ ‘chuecos’ me regalaban unas rosquitas. Era el mimado…
–¿Y por qué no pides protección a cambio de esos datos?
–Hay mucha gente en esto. Mi ‘pana’, no soy un traidor. Si me toca, pues adelante. He hecho méritos de sobra para marcharme de este mundo sin aplausos. ¿Cómo era aquella frase de “prefiero seguir de pie…”? La leí en una página muy bacana de internet.
–“Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”. Hay quienes se la atribuyen al ‘Che’ Guevara. Pero los historiadores sostienen que, antes de él y con algunos matices distintos, la dijeron otros revolucionarios como Emiliano Zapata. Ya te lo explicaré.
–No habrá más citas. Has visto mi cara y, aunque no sabes dónde me escondo, pueden seguirte. Olvídate de mí.
–Solo una pregunta más. ¿No sentiste remordimientos a raíz de tu primer asesinato?
–Me creía Dios, pero acababa de sellar mi pasaporte al infierno. Y el Señor me hará pagar por mis pecados. No espero su misericordia.
–¿Crees que la mereces?
El joven, que a modo de penitencia aún luce su gorra de los Lakers, enciende un pitillo, suelta una cínica risotada y me arroja el humo a la cara.
–Una pregunta no son dos.
La sangre brotó de su cráneo como el rugido de un volcán con el último porrazo. Aquel ‘choro’ imberbe, que debía diez ‘lucas’ a los capos, cayó al piso fulminado, como un ‘fumón’ tras un mal vuelo de base.
–¡Parece Apollo Creed en ‘Rocky IV’! –se jactó el verdugo. La luna llena se desmenuzaba en vaporosos haces de luz por los ventanales rotos de la vulcanizadora. Tras un interrogatorio de hora y media, los rayos apuntaban al rostro desfigurado del pillo, como la mira láser de un francotirador. Su mentón era un rompecabezas imposible de encajar.
–¿Has perdido algún pedazo de tu mandíbula? –fanfarroneó ‘John’ antes de lanzarle un gargajo sobre el pómulo izquierdo.El asesino quería cuidar la puesta en escena. Era su ‘bautismo’. Con tan solo 12 años, estaba a punto de convertirse en el sicario más joven de la banda. Aquel macabro ritual era lo más parecido a una graduación que podría ‘celebrar’. ‘John’ jamás se había sumergido en un libro. Tampoco sabía montar en bicicleta. Pero conocía más de treinta formas de matar. Su favorita era incrustar un lapicero afilado en la yugular. Tal vez así aplacara su frustración por no haber ido nunca a la escuela. Los líderes de la organización, tres hermanos de rasgos arios que dirigían el narcotráfico en la ciudad, lo observaban orgullosos. El muchacho introdujo pausado seis balas en el tambor del revólver, lo hizo girar, se acomodó su gorra de los Lakers, buscó la mirada cómplice de sus amos y, cuando estos asintieron, estiró el brazo derecho. Cada mañana, durante dos meses, había ensayado aquella pose de forajido indolente ante el espejo. Dientes apretados, ceño fruncido, ojos incendiados de ira… Con una visceralidad endiablada, ladeó la mano y descargó los proyectiles, cinco en la cabeza y el último, en el pecho. Decenas de murciélagos huyeron aterrados.–Los niños enseguida absorbemos lo que nos enseñan. No me pregunté por qué carajo había apretado el gatillo hasta que crecí –confiesa el sicario, que a sus 20 años se oculta del mundo en puentes sombríos y marismas colonizadas por tantos mosquitos como balas disparó en su vida anterior.
Desde el lodoLo recogieron de las calles a los nueve, cuando vivía como un mono aullador en un laberinto de manglar. Siempre con el rostro emborronado de barro y mugre, peleándose con los perros y las ratas por los restos de comida que abundaban en los tachos de basura de los barrios más ‘pelucones’.
–Te sorprenderías de los alimentos que desperdician los aniñados. ¡Algunos días comía lomo fino! –asegura bravucón.Antes de empuñar un arma hizo de recadero. Entregaba mensajes cifrados a los ‘dealers’ que la organización había colocado en las barriadas, comunicaba a los agentes en nómina dónde recibirían sus ‘coimas’ y qué cargamentos podían interceptar para ascender...Nadie dudaba de su lealtad. Tal vez porque le bastaba con dormir en el almacén del puerto, sobre un mullido colchón, y con recibir cincuenta ‘latas’ por encargo. No ansiaba hacerse rico como “aquellos batracios” que cortaban la perica a escondidas para obtener un sobresueldo. Pero los jefes estaban tan psicosiados que infiltraban a falsos amotinados en sus filas para averiguar quiénes pretendían sublevarse contra ellos. Todos terminaban descuartizados o bajo el agua, con una roca atada al tobillo.La chulesca sonrisa del joven pronto se transforma en un suspiro de incertidumbre. Es consciente de que no llegará a viejo. Tarde o temprano, sus antiguos camaradas le darán plomo. Nadie puede abandonar la banda sin el beneplácito de los ‘reyes’.Pero a ‘John’ ya únicamente le queda una promesa por cumplir. Cuando dejó embarazada a ‘Jenny’ en 2014, la muchacha, embelesada de su aura canallesca, le dio un ultimátum: “La mafia o yo”. Y él, que había crecido sin el calor de unos padres, que solo había probado el agrio sabor de los besos robados a las sexoservidoras, cayó rendido ante aquella jovencita de ojos turquesas y piel de almendra.
–Fue como si se me abrieran las puertas del cielo… –admite nostálgico. Ya apenas visita la choza donde su “chola”, como él la llama, reside con el pequeño. No desea ponerlos en peligro. Así que se las arregla para mandarles algo de plata a través de terceros. No hay noche en que no extrañe cómo ‘Jenny’ lo acunaba entre sus ingentes y afrutados pechos, cómo le siseaba al oído cuando los fantasmas de sus víctimas lo atormentaban en plena madrugada. –Tras mi primer crimen, me desvirgó una trabajadora sexual. Aunque el amor... Eso es cosa fina. A mí me cambió. Pero ahora no tengo ni para comprar pañales al bebé. ¿Qué puedo hacer aparte de vender jugos? –lloriquea.–¿Entregarte y pagar por tantas aberraciones? Al menos tu hijo crecería sabiendo que te arrepentiste –le respondo contundente.–Lo haría. He pensado mucho en ello. Pero no duraría ni una semana. Unos u otros me matarían. Mi pelada no tiene estudios ni empleo. Si muero, no quiero ni imaginar lo que les sucedería.–Buscas excusas para justificar tu cobardía. ¿Y cómo le explicarás tu pasado al niño? –No son excusas. Y no me importa que me odie si logro salvarlo. Tal vez el odio le ayude a tomar un camino distinto al mío…
EL MIMADO‘John’ aún conserva cierta candidez en su mirada, algo marchita tras cuatro años jalando coca y heroína. A pesar de mi insistencia, ni siquiera ahora delata a quienes cuentan con un ejército de mil hombres. Pero hoy, con media docena de crímenes en sus cartucheras, cometidos antes de cumplir la mayoría de edad, agentes corruptos y delincuentes en apuros lo están cercando como a un conejo en una cacería popular. Nadie puede arriesgarse a que un pelado desmonte su fábrica de hacer billete.
–De chiquito, cuando les pasaba los mensajes, los ‘chapas’ ‘chuecos’ me regalaban unas rosquitas. Era el mimado…–¿Y por qué no pides protección a cambio de esos datos?–Hay mucha gente en esto. Mi ‘pana’, no soy un traidor. Si me toca, pues adelante. He hecho méritos de sobra para marcharme de este mundo sin aplausos. ¿Cómo era aquella frase de “prefiero seguir de pie…”? La leí en una página muy bacana de internet.–“Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”. Hay quienes se la atribuyen al ‘Che’ Guevara. Pero los historiadores sostienen que, antes de él y con algunos matices distintos, la dijeron otros revolucionarios como Emiliano Zapata. Ya te lo explicaré.–No habrá más citas. Has visto mi cara y, aunque no sabes dónde me escondo, pueden seguirte. Olvídate de mí.–Solo una pregunta más. ¿No sentiste remordimientos a raíz de tu primer asesinato?–Me creía Dios, pero acababa de sellar mi pasaporte al infierno. Y el Señor me hará pagar por mis pecados. No espero su misericordia.
–¿Crees que la mereces?El joven, que a modo de penitencia aún luce su gorra de los Lakers, enciende un pitillo, suelta una cínica risotada y me arroja el humo a la cara.
–Una pregunta no son dos.