Nunca soñé con apapacharte, ni con arrullarte, ni con frotar mi nariz en tu barriguita para arrancarte una sonrisa, ni con auparte orgullosa tras tus primeros pasitos, ni con mordisquear tus piernitas rechonchas, ni con escucharte decir “mami”, ni con verte convertido en un joven exitoso...Tienes derecho a odiarme, porque yo te odié desde que comenzaste a crecer dentro de mí. Pero antes, lee estas líneas. No seas malito. Es lo único que te pido. Después, si así lo deseas, partiré con mis pecados hacia otro lugar, posiblemente hacia el infierno. No hay forma de alcanzar el cielo cuando te enganchas a la ‘H’. Bueno, tal vez sí. Pero solo con los dos o tres primeros pases. Después… el abismo.Te odié como el devoto al diablo, como el alumno al maestro que le agarra bronca, como el enfermo al cáncer que lo mata por dentro. Entre cada vuelo y cada mona, entre cada convulsión por la abstinencia y cada golpiza del abuelo, quise extirparte de mis entrañas. Hubiera dado la plata que no tengo para que alguna mañana, tras otra noche entre tinieblas, te hubieses ido por el retrete. Sin preguntas ni lamentos. Pensé en abortar y en abortarme del mundo…"Entre cada vuelo y cada mona, entre cada convulsión y cada golpiza del abuelo, quise extirparte de mis entrañas".Te odié más conforme más se hinchaba mi vientre y me robabas la poca energía que había sobrevivido a la adicción. Te odié cuando los vecinos, contrariados, negaban con la cabeza a mi paso. Sus palabras aún repican como campanas en mi mente perturbada: “¿No te da vergüenza? ¡Embarazada y con esa porquería!”. Malditos ignorantes. No entienden que la voluntad jamás obedece a tu alma cuando estás enmonada.A todos les preocupaba tu futuro. Y eso que no conocían los devastadores efectos que este veneno puede provocar en el feto. Yo… en fin. La ‘H’ era mi familia. A su lado no necesitaba abuelos, padres, enamorados ni amigos. Pero mientras creía flotar, su veneno secaba mis venas, como el sol seca los granos de cacao.Te odié cuando el ginecólogo me anunció que llegarías antes de tiempo, que debía ingresar en la maternidad, cuando me miró aterrado y me dijo que corrías peligro, que te notaba muy flaquito, que podías desarrollar graves patologías neurológicas. “¿Neuroqué?”, le repliqué aturdida.¡No podía ni empujar para que salieras! “Quédate ahí”, balbuceé aún medio sonada por la última funda de la madrugada anterior. Tuvieron que abrirme como a un animal porque era incapaz de sacarte por mí misma. Seguro que ya entonces sentías mi odio…Desperté ansiosa de la intervención. Necesitaba jalar. Me importó un carajo que te llevaran a la Unidad de Cuidados Intensivos para Neonatos, que te inyectaran morfina para calmar tus gritos incontenibles, que te debatieras entre la vida y la muerte. No pensaba en ti, ni en ir a verte. Únicamente necesitaba un pase. Uno más. Solo uno…Te odié cuando me pidieron que me acercara a ti, cuando tu abuela me rogó que me desintoxicara por temor a que la policía irrumpiera en casa y te dejara bajo custodia de alguna entidad social, cuando el doctor me sermoneó con aquello del tratamiento piel con piel, de que no podría amamantarte hasta estar limpia… Mejor. Así no tendría que velar por ti.Me ‘paniqueaba’ tocarte. Eras tan frágil… Recuerdo que mientras te ponían en mis brazos por primera vez, deseaba correr muy lejos, perderme en un vuelo del que nunca despertara… Ni siquiera sabía quién era tu padre. Debía de estar en pleno viaje cuando me penetró en algún oscuro callejón, entre gatos hambrientos y ratas tan grandes como conejos.Lo mío nunca fueron las palabras. Tampoco los hechos. Por eso pedí ayuda a un amigo periodista para escribirte estas líneas. Mi corazón parece empeñado en resistir. Supongo que tú, en la distancia, le bombeas sangre para purificarlo y evitar que deje de latir. O quizás simplemente me esté alertando de que tengo una cuenta pendiente que saldar.No sé si leerás esta carta antes de que la ‘H’ me mate o te mate a ti, ni si la vida me dará una segunda oportunidad para reparar mis fracasos y aberraciones. Aunque espero que el tiempo cure las heridas que mi adicción provocó en tu cuerpito menudo, y que dejes de llorar angustiado como la mañana en que naciste.Hoy, en esta clínica de rehabilitación donde trato de reencontrarme con mis sentimientos, donde decidí internarme para no convertirme en un zombi, el pasado arremete contra mí en cada momento de lucidez. La lucidez… No estoy acostumbrada a pensar. Tu carita se me aparece en sueños como si fuera el ángel de mi conciencia o la voz de mis fantasmas o ambos a la vez. En las noches me despierto sudorosa, inquieta… Me veo jalando mientras te acuno y la abuela chilla enloquecida. Al menos los dolores de huesos han desaparecido. Pero no mis ganas de consumir.No podré redimirme si no soy sincera contigo. Y es posible que ni la honestidad me salve. Pero ahora que ya no hay heroína en mi sangre, puedo vislumbrar un futuro. Eso sí, lleno de nubarrones y aguaceros, de dificultades y tropiezos. La abuela cree que con unas pocas medicinas quedaré ‘papelito’, pero yo sé que no hay remedio para esta enfermedad. Siempre me perseguirá, como el ‘chapa’ al ‘choro’. Con suerte seré un jarrón roto, cuyos pedazos podré recomponer y pegar, pero que lucirá lleno de cicatrices.Te odié, sí, pero he aprendido a quererte. Resulta más sencillo sentir cuando estás sobria. Solo ruego a Dios que crezcas sano, allá donde estés. Ignoro si querrás conocer a quien te ofreció una vida tan indigna. Si eres feliz, me apartaré y me esconderé entre los árboles para verte jugar pelota en el parque, correr impetuoso con tu bici por el barrio... Pero algún día me aproximaré a ti y te ofreceré un chupete sin decirte quién soy.Gracias, mijito, por ayudarme a descubrir que ser madre es un regalo del Señor, un privilegio, un desafío, una misión, una aventura, una responsabilidad. Ojalá me perdones. Ojalá podamos mirarnos a la cara dentro de unos años y no hallar odio en nuestros ojos.Con amor, tu mami.
Nunca soñé con apapacharte, ni con arrullarte, ni con frotar mi nariz en tu barriguita para arrancarte una sonrisa, ni con auparte orgullosa tras tus primeros pasitos, ni con mordisquear tus piernitas rechonchas, ni con escucharte decir “mami”, ni con verte convertido en un joven exitoso...Tienes derecho a odiarme, porque yo te odié desde que comenzaste a crecer dentro de mí. Pero antes, lee estas líneas. No seas malito. Es lo único que te pido. Después, si así lo deseas, partiré con mis pecados hacia otro lugar, posiblemente hacia el infierno. No hay forma de alcanzar el cielo cuando te enganchas a la ‘H’. Bueno, tal vez sí. Pero solo con los dos o tres primeros pases. Después… el abismo.Te odié como el devoto al diablo, como el alumno al maestro que le agarra bronca, como el enfermo al cáncer que lo mata por dentro. Entre cada vuelo y cada mona, entre cada convulsión por la abstinencia y cada golpiza del abuelo, quise extirparte de mis entrañas. Hubiera dado la plata que no tengo para que alguna mañana, tras otra noche entre tinieblas, te hubieses ido por el retrete. Sin preguntas ni lamentos. Pensé en abortar y en abortarme del mundo…"Entre cada vuelo y cada mona, entre cada convulsión y cada golpiza del abuelo, quise extirparte de mis entrañas".Te odié más conforme más se hinchaba mi vientre y me robabas la poca energía que había sobrevivido a la adicción. Te odié cuando los vecinos, contrariados, negaban con la cabeza a mi paso. Sus palabras aún repican como campanas en mi mente perturbada: “¿No te da vergüenza? ¡Embarazada y con esa porquería!”. Malditos ignorantes. No entienden que la voluntad jamás obedece a tu alma cuando estás enmonada.A todos les preocupaba tu futuro. Y eso que no conocían los devastadores efectos que este veneno puede provocar en el feto. Yo… en fin. La ‘H’ era mi familia. A su lado no necesitaba abuelos, padres, enamorados ni amigos. Pero mientras creía flotar, su veneno secaba mis venas, como el sol seca los granos de cacao.Te odié cuando el ginecólogo me anunció que llegarías antes de tiempo, que debía ingresar en la maternidad, cuando me miró aterrado y me dijo que corrías peligro, que te notaba muy flaquito, que podías desarrollar graves patologías neurológicas. “¿Neuroqué?”, le repliqué aturdida.¡No podía ni empujar para que salieras! “Quédate ahí”, balbuceé aún medio sonada por la última funda de la madrugada anterior. Tuvieron que abrirme como a un animal porque era incapaz de sacarte por mí misma. Seguro que ya entonces sentías mi odio…Desperté ansiosa de la intervención. Necesitaba jalar. Me importó un carajo que te llevaran a la Unidad de Cuidados Intensivos para Neonatos, que te inyectaran morfina para calmar tus gritos incontenibles, que te debatieras entre la vida y la muerte. No pensaba en ti, ni en ir a verte. Únicamente necesitaba un pase. Uno más. Solo uno…Te odié cuando me pidieron que me acercara a ti, cuando tu abuela me rogó que me desintoxicara por temor a que la policía irrumpiera en casa y te dejara bajo custodia de alguna entidad social, cuando el doctor me sermoneó con aquello del tratamiento piel con piel, de que no podría amamantarte hasta estar limpia… Mejor. Así no tendría que velar por ti.Me ‘paniqueaba’ tocarte. Eras tan frágil… Recuerdo que mientras te ponían en mis brazos por primera vez, deseaba correr muy lejos, perderme en un vuelo del que nunca despertara… Ni siquiera sabía quién era tu padre. Debía de estar en pleno viaje cuando me penetró en algún oscuro callejón, entre gatos hambrientos y ratas tan grandes como conejos.Lo mío nunca fueron las palabras. Tampoco los hechos. Por eso pedí ayuda a un amigo periodista para escribirte estas líneas. Mi corazón parece empeñado en resistir. Supongo que tú, en la distancia, le bombeas sangre para purificarlo y evitar que deje de latir. O quizás simplemente me esté alertando de que tengo una cuenta pendiente que saldar.No sé si leerás esta carta antes de que la ‘H’ me mate o te mate a ti, ni si la vida me dará una segunda oportunidad para reparar mis fracasos y aberraciones. Aunque espero que el tiempo cure las heridas que mi adicción provocó en tu cuerpito menudo, y que dejes de llorar angustiado como la mañana en que naciste.Hoy, en esta clínica de rehabilitación donde trato de reencontrarme con mis sentimientos, donde decidí internarme para no convertirme en un zombi, el pasado arremete contra mí en cada momento de lucidez. La lucidez… No estoy acostumbrada a pensar. Tu carita se me aparece en sueños como si fuera el ángel de mi conciencia o la voz de mis fantasmas o ambos a la vez. En las noches me despierto sudorosa, inquieta… Me veo jalando mientras te acuno y la abuela chilla enloquecida. Al menos los dolores de huesos han desaparecido. Pero no mis ganas de consumir.No podré redimirme si no soy sincera contigo. Y es posible que ni la honestidad me salve. Pero ahora que ya no hay heroína en mi sangre, puedo vislumbrar un futuro. Eso sí, lleno de nubarrones y aguaceros, de dificultades y tropiezos. La abuela cree que con unas pocas medicinas quedaré ‘papelito’, pero yo sé que no hay remedio para esta enfermedad. Siempre me perseguirá, como el ‘chapa’ al ‘choro’. Con suerte seré un jarrón roto, cuyos pedazos podré recomponer y pegar, pero que lucirá lleno de cicatrices.Te odié, sí, pero he aprendido a quererte. Resulta más sencillo sentir cuando estás sobria. Solo ruego a Dios que crezcas sano, allá donde estés. Ignoro si querrás conocer a quien te ofreció una vida tan indigna. Si eres feliz, me apartaré y me esconderé entre los árboles para verte jugar pelota en el parque, correr impetuoso con tu bici por el barrio... Pero algún día me aproximaré a ti y te ofreceré un chupete sin decirte quién soy.Gracias, mijito, por ayudarme a descubrir que ser madre es un regalo del Señor, un privilegio, un desafío, una misión, una aventura, una responsabilidad. Ojalá me perdones. Ojalá podamos mirarnos a la cara dentro de unos años y no hallar odio en nuestros ojos.Con amor, tu mami.