Redacción Quito A María Josefina Guambiango la pobreza la golpeó sin piedad, luego del asesinato de su hijo José Luis Mendoza. La falta de dinero la obligó a pedir ayuda económica a sus allegados para comprar un ataúd.Pero ayer, otra calamidad oprimía el pecho de la mujer, de 75 años: no tiene plata para enterrar a su ser querido.El sufrimiento de la señora llegó por partida triple, desde que su vástago, de 33 años, fue apuñalado presuntamente por su conviviente, en el centro de Quito, el pasado 9 de agosto.La familia de Guambiango recogió los 130 dólares que necesitaba para cancelar el costo de la caja fúnebre, con la cual lograron sacar de la morgue el cuerpo de Mendoza, tres días después del delito.“Lo estamos velando en Amagasí del Inca (norte de Quito). Ojalá podamos conseguir centavitos para poder enterrarlo”, dijo Virginia Inga, tía de José Luis. Hasta ayer, el hombre seguía en la casa de María Josefina, porque todavía no podía pagar la tumba. En las honras fúnebres, la progenitora rompía su silencio para conversar de su ser amado. “Comíamos arroz cuando teníamos plata. Si no, solamente hacíamos una sopita o coladitas”, confesó la señora, derrumbada en una silla plástica.
Redacción Quito A María Josefina Guambiango la pobreza la golpeó sin piedad, luego del asesinato de su hijo José Luis Mendoza. La falta de dinero la obligó a pedir ayuda económica a sus allegados para comprar un ataúd.Pero ayer, otra calamidad oprimía el pecho de la mujer, de 75 años: no tiene plata para enterrar a su ser querido.El sufrimiento de la señora llegó por partida triple, desde que su vástago, de 33 años, fue apuñalado presuntamente por su conviviente, en el centro de Quito, el pasado 9 de agosto.La familia de Guambiango recogió los 130 dólares que necesitaba para cancelar el costo de la caja fúnebre, con la cual lograron sacar de la morgue el cuerpo de Mendoza, tres días después del delito.“Lo estamos velando en Amagasí del Inca (norte de Quito). Ojalá podamos conseguir centavitos para poder enterrarlo”, dijo Virginia Inga, tía de José Luis. Hasta ayer, el hombre seguía en la casa de María Josefina, porque todavía no podía pagar la tumba. En las honras fúnebres, la progenitora rompía su silencio para conversar de su ser amado. “Comíamos arroz cuando teníamos plata. Si no, solamente hacíamos una sopita o coladitas”, confesó la señora, derrumbada en una silla plástica.