Párpados pintados de azul, labios de rojo pasión y una pequeña cartera fucsia son las únicas herramientas que “Aída” necesita para ir a su trabajo.
Con su atuendo típico: una blusa blanca con bordados, anaco azul y alpargatas del mismo color inicia su jornada laboral.
“Empiezo a trabajar desde las 11:00 y me quedo hasta las 18:00”, comentó la mujer.
En una conocida esquina del centro histórico es donde consigue sus clientes, allí debe permanecer hasta que alguien elija sus servicios y posteriormente se dirige hacia un hotel que lo conoce muy bien.
“Soy una prostituta y no me avergüenzo de lo que hago”, dijo enérgica la joven.
ES HUÉRFANA“Aída” nació en Otavalo, provincia de Imbabura, en donde su familia vivía una difícil situación económica, más aún cuando su madre era la que mantenía a todos.
“Nunca tuve papá y cuando tenía 7 años mi mamá falleció y me quedé sola”, indicó.
Luego de perder al único ser que se preocupaba por ella, la chica pasaba de casa en casa y de mano en mano. “Había un viejo en la comunidad que tocaba mis partes íntimas a cambio de regalarme un pan”, manifestó mientras las manos le temblaban.
Para no morir de hambre la chica tenía que aceptar que a tan corta edad un adulto atentara contra su pudor.
DE EMPLEADA A TRABAJADORA SEXUAL“Cuando crecí busqué trabajo, pero como solo estudié hasta tercer grado lo único que pude conseguir fue de empleada doméstica”.
Con lo poco que ganaba intentaba salir adelante, por lo menos no padecer hambre, como lo hacía en la niñez. Una amiga la trajo a la capital para que obtuviera una mejor ganancia en una vivienda de gente adinerada.
“Llegué a trabajar en varias casas del Valle de los Chillos, pero el sueldo cada vez me alcanzaba menos”, señaló.
La joven decidió regresar a su natal Otavalo, sin embargo en medio del camino encontró a otra amiga que le ofreció trabajar en un prostíbulo, en donde al menos duplicaría su salario.
“Acepté la propuesta y llegué a Riobamba, tenía miedo, pero me tocó aprender todo lo que debía hacer en la cama”, explicó.
Como varias veces había escuchado que en Quito la paga para las prostitutas era mucho mejor, tomó su maleta y se arriesgó a venir a la gran urbe.
“Empecé en la prostitución a los 18 años, ahora tengo 29 y no me ha ido mal”, comentó.
USD 10 por 15 minutosDesde que llegó a la cotizada y peligrosa esquina fijó su tarifa como el resto de las chicas que laboran en el sitio, no podía cobrar más, pero tampoco iba a hacerlo por menos.
“El cliente debe pagar 10 dólares por 15 minutos, si se pasa de ese tiempo lo boto o si no me debe pagar más”, dijo.
La ropa holgada y autóctona no ha sido impedimento para que pueda conseguir clientes, al contrario, cuando intentó ponerse pantalón para lucir igual a otras de sus compañeras no tuvo clientes.
“Siempre trabajo con mi ropa, eso les gusta y creo que llama su atención”, señaló la joven.
“Aída” tiene una manera particular de atender a los hombres que solicitan sus servicios. “No me desnudo, solo me alzo el anaco y realizo mi trabajo, tampoco me gusta que me toquen”, afirmó.
Aseguró que sus principales usuarios son paisanos de su tierra u otros indígenas que han llegado a la capital, o costeños a quienes llama la atención su vestuario y cargadores.
“Nunca me ha tocado uno borracho o grosero, he tenido suerte”, mencionó.
Si el día estuvo bueno obtiene hasta 80 dólares, pero cuando no hubo mucho que hacer lleva en el bolsillo solo 30 “verdes”.
NO MÁS LÁGRIMASA muy corta edad contrajo matrimonio con un hombre de su comunidad, pero los maltratos eran constantes y decidió alejarse de él, además la migración hacia la capital ayudó para que la relación terminara.
Mientras trabajaba en el prostíbulo riobambeño conoció a otro hombre con el que procreó dos pequeñas que actualmente tienen 5 y 3 años.
“Él sabía a lo que me dedicaba y me aceptó así, pero luego le llenaron la cabeza de ideas y me quitó a mis hijas, se fue a vivir con ellas”, indicó.
Como no puede salir a pasear con las pequeñas, ni siquiera mirarlas crecer, lo único que hace es enviar dinero cada semana para que no les falte nada.
Pero como si fuera poco, en medio del mundo que la rodea, consiguió una tercera pareja, más conocido por las prostitutas como “chulo”, que supuestamente se encarga de cuidarla y administrar el dinero que gana.
“Lo conocí en el trabajo, porque él es ladrón del barrio donde laboro, es consumidor de droga y también vende”, manifestó.
En los ocho meses de relación que mantuvo con el pillo sufrió una serie de agresiones, pero el supuesto amor la mantenía junto a él soportando sus insultos y golpes.
“Me separé hace unas dos semanas, porque me cortó los senos y la espalda con un estilete, además me botó del segundo piso y desde ahí camino así”, dijo.
Tras tanto maltrato acudió a un médico para que la chequeara físicamente, pero el especialista le señaló que su problema era psicológico.
“El doctor me dijo que volveré a caminar normalmente cuando me sienta tranquila y no tenga miedos, ni preocupaciones”.
El hombre que supuestamente le ofreció amor y protección se encargó de convertir su vida en un infierno. “Me obligaba a drogarme y abusaba de mí, pero me cansé”, comentó.
A pesar de las huellas del maltrato que lleva en su cuerpo y en su mente, jamás ha puesto una denuncia por miedo a las burlas y sobre todo temor de que existan represalias.
“Siempre he sido buena con los hombres y ellos me han pagado mal”, dijo mientras se le quebraba la voz.
“Por amor” ejerce la prostitución“Aída” afirmó que cuando ingresó en el mundo de los placeres sexuales todo era difícil, pues le costaba estar íntimamente con hombres que no conocía, pero luego de 11 años de profesión se ha acostumbrado, incluso ahora asegura que le gusta lo que hace.
“No cambiaría de trabajo, porque aquí consigo el dinero suficiente para que mis hijas no tengan que sufrir lo que a mí me tocó”, comentó.
No importa sacrificar su cuerpo, lo único que ahora le interesa en su vida es el bienestar de las niñas, que aún espera puedan comprender algún día el trabajo que su madre realizó solo por amor a ellas.
Las críticas y las burlas de la familia del padre de sus hijas no se han hecho esperar, pues en varias ocasiones han llegado hasta su sitio de trabajo para tacharla de damisela. “No me interesa lo que digan, no hago caso a nada y sigo con mi vida”, comentó.
“Este trabajo es complicado, nos enfermamos con frecuencia, tenemos infecciones por el uso de tanto condón, incluso padecemos de hongos”, dijo.
Asiste periódicamente a los controles médicos para descartar enfermedades venéreas para poder seguir ejerciendo con tranquilidad su lucrativa actividad.
ENTRAN Y SALENA unos cuantos pasos de donde se exhiben las mujeres se encuentra un hotel conocido por quienes frecuentan a las trabajadoras sexuales, en la puerta del sitio dos caretas de diablos dan la bienvenida.
Por un pasillo oscuro se ingresa hasta las habitaciones, que tienen el valor de 3 dólares, por quince minutos, en el interior tienen la cama, luz, agua y jabón.
“Conozco a algunas chicas que vinieron peladitas, desde los 14 se pusieron a trabajar”, comentó el dueño del sitio.
Según el hombre, las muchachas entregan todo su dinero a los “chulos” y en ocasiones se quedan sin nada.
“Con el dinerito que se ganan a diario podrían tener un buen carro y casa, pero algunas llegan a viejas y no tienen nada, ni siquiera clientes”, concluyó el sujeto.