Actores de una realidad latente, pocas veces percibidos, pero siempre olvidados y ocultos tras rostros de infelicidad, miedo y soledad, son los enfermos del VIH, virus que provoca el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida).
Ellos gritan silenciosamente por tener una vida digna y gratificante hasta los últimos segundos que les queden de vida.
Un aliento para quienes contrajeron esta enfermedad es la Fundación Orphaids, localizada en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, en la avenida Clemencia de Mora y Río Chambira.
La misión de esta noble institución es acoger a los infectados y afectados por el VIH, así como también socorrer a quienes se encuentren en alto riesgo, como menores de edad que perdieron a sus padres a causa de la enfermedad.
Construida en el año 2001, la pequeña villa fue y sigue siendo el hogar de muchos a quienes las puertas en la sociedad se les han cerrado por el simple hecho de admitir su padecimiento y de posar firmes frente a un mal que genera temor y conflicto.
A pesar de que es una enfermedad conocida, cuyos métodos de transmisión se han difundido de muchas maneras, el contagio sigue siendo un tabú.
Un hogar libre y tranquiloEl establecimiento cuenta con cuatro departamentos funcionales en los que viven los pacientes que necesitan cuidados y atenciones especiales. Uno de ellos es María, de 27 años, quien contrajo el VIH desde pequeña.
Postrada en una cama, sin poder mover sus extremidades, ella abrió el baúl de sus recuerdos para dar un mensaje a aquellos que dan pasos erróneos, pensando que la vida es un juego.
Obligada a ejercer la profesión más antigua del mundo, ella trabajó por varios años brindando placer sexual a los hombres que la visitaban.
Aseguró desconocer al sujeto que la contagió, pues a lo largo de su existencia fueron muchos los que la forzaron a tener relaciones sexuales.
Lucely Piamba, psicóloga y directora de la institución, es un ángel caído del cielo para los pacientes. La doctora señaló que María llegó hasta el lugar en estado terminal, completamente desorbitada y sin reacción, pues por la baja de defensas que ocasiona esta enfermedad, la muchacha fue atacada por un parásito que terminó destruyendo los nervios en su cerebro, dejándola casi paralítica.
Agregó que de inmediato fue atendida por los médicos del sitio y posteriormente ingresada a un tratamiento riguroso para detener su sufrimiento.
Piamba comentó que la joven, además de ser prostituta, era golpeada y maltratada por su padre, a quien poco le importa el estado de salud de su hija, pues hasta ahora ninguno de sus familiares la ha visitado.
En la pequeña villa también hay once casas, las cuales están divididas por familias, según el número de sus miembros.
Varios de los niños que han visto morir a sus padres y que se han quedado solos en este mundo tienen padres adoptivos que sin ningún beneficio velan por ellos.
Veinte y dos niños y jóvenes, entre los 5 y 18 años, están bajo la tutela de la directora y del personal de atención que trabaja en Orphaids.
Ante el abandono y soledad que sienten los chiquillos, la fundación abre sus puertas a quienes quieran apadrinarlos.
“Una caricia o un abrazo nunca están demás para alguien que ha sufrido sin culpa”, manifestó Piamba. “Felipe” es un muchacho que perdió a sus padres víctimas de la enfermedad cuando apenas tenía 5 años. Ahora tiene 17 y los recuerda con cariño.
Estudia en un colegio aledaño al sector y su sueño es convertirse en un gran arquitecto. Aseguró que prefiere mantener su vida personal alejada de la gente del exterior, pues los recuerdos que tiene de su madre lo mortifican y muchas veces lo ponen melancólico.
El día en que su progenitora se despidió de este mundo llegó Armando, un hombre que frente a la situación decidió apadrinarlo y darle el afecto que el niño necesitaba en ese momento. Sin embargo, se perdió por un tiempo.
Agregó que lo volvió a ver luego de doce años e indicó que sigue sintiendo la necesidad de que lo abrace y lo consienta.
Un luchador por la vida“Huí de mi casa porque no tenía qué comer, mi familia me despreciaba y mi vida no era la adecuada”, manifestó “Gonzalo”, un colombiano que llegó hasta el Ecuador sin pensar que en Esmeraldas iba a conocer a su “manzana envenenada”.
El hombre, de 43 años, quien era fiel visitante de los prostíbulos en la ciudad verde, aseguró que por vender sus artesanías ingresaba a dichos lugares.
“De vez en cuando utilizaba los servicios de las jóvenes que trabajaban en los cabarets, hasta que caí enamorado de la peor”, indicó.
Sacó a la muchacha de ese sitio y la hizo su señora. Desconoce si fue la portadora que lo contagió, ya que del fruto del amor de estos dos personajes nació una niña, quien ahora está al cuidado del Instituto de la Niñez y la Familia (INFA) y no padece del mal.
Apartado de sus familiares, “Gonzalo” no tuvo otra opción que seguir laborando en las calles haciendo brazaletes y cadenas.
Descuidado de la enfermedad, de a poco su estado de salud comenzó a deteriorase. Llegó hasta el punto en el que sus amigos lo molestaban porque pesaba 22 kilogramos.
“En estado terminal fui recibido por la fundación, aquí me alimentaron y me dieron las medicinas que mi cuerpo requería”, reveló el hombre.
Sin embargo, la baja de sus defensas permitió que la toxoplasmosis (infección causada por un parásito) le provoque parálisis en la mitad de su cuerpo, dejándolo sin movilidad en sus manos y en sus piernas.
A pesar de su discapacidad, “Gonzalo” continúa realizando lo que desde joven le gustó hacer:artesanías.
“Le tengo miedo a la muerte, por eso cada día busco sacarle provecho a todo lo que hago, soy un luchador por la vida, ya que hace algún tiempo estuve al filo de la muerte y logré recuperarme poniéndole fe y cambiando mi vida”, expresó.
Entre risas, el hombre bromeó diciendo que se identifica con el gato, pues aseguró tener siete vidas.
Su situación como refugiado lo pone mal, pues no tiene los papeles para permanecer en el país y sostiene que no quiere marcharse, ya que si viaja a Colombia no lo van a tratar como en la fundación y va a morir.
Extraña a su madre, a quien no ha visto por aproximadamente 30 años. Ansia besarla y abrazarla, pero teme que por su enfermedad lo rechace.
“Me tocó hacerme cargo de mis hermanos”“Hace seis años, un camión fue hasta mi casa en Quito y nos transportó con nuestros muebles y juguetes hasta la fundación en Santo Domingo”, manifestó Lorena, una joven de 21 años que sin querer se enteró que su madre tenía VIH.
Cuando llegó a Orphais pensó que el lugar era un conjunto habitacional, sin embargo un día mientras caminaba por el pasillo que une a todas las casas se detuvo en la puerta de la administración y escuchó la lamentable noticia.
“Al principio me dolió porque mi madre no tuvo confianza conmigo, ahora la he perdonado y por tenerla aún con vida la valoro”, indicó la muchacha.
Una de las cosas que no puede perdonar es que su mamá luego de saber que tenía sida quedó embarazada.
El menor no es portador de la enfermedad puesto que fue sometido a un tratamiento sanguíneo antes de su nacimiento.
Luego la señora quedó nuevamente embarazada y tuvo gemelos, los cuales tampoco están infectados por el VIH, pero Lorena afirmó que es triste ver a los chiquillos sin el cuidado de su progenitora.
Como hermana mayor, la joven los cuida, se levanta todas las mañanas para darles el desayuno y vestirlos para que vayan a la escuela.
Aseguró que está preparada para la muerte de su madre, sabe que si algo le llega a pasar, ella y sus hermanos quedarán en buenas manos.
La directora de la fundación afirmó que en la institución enseñan a los afectados e infectados de la enfermedad a quererse como lo que realmente son, seres humanos.
Agregó que tener VIH/sida no es sinónimo de muerte, sino “de una nueva oportunidad para aprender a vivir”.