Acá hay ‘niños’ que ya se rasuran. Niños con carreras universitarias; algunos ya tienen hijos, otros son jefes de empresas camaroneras. Un par está a punto de graduarse como arquitectos. Y no faltan los de cabello canoso.
Son los ‘niños’ que nunca se sentirán viejos. Al menos no lo suficientemente viejos como para dejar su afición por todo lo que envuelve a la animación japonesa: muñequitos, series en DVD, souvenirs y, en algunos casos, rendir homenaje a un personaje disfrazándose y actuando como este.
Se mezclan con adolescentes y niños de verdad. Encajan bien. El punto de reunión es el Hanami Cultural Festival en la Plaza Colón, de Guayaquil (finalizó el domingo pasado).
A la representación de personajes se la conoce como ‘cosplay’. Esta afición no se queda solamente en la admiración o en el tributo. Hay aspectos más “chéveres” como “sentirse en otra piel” o “escaparse y liberarse”, apunta Ruth Vargas, de 36 años.
Ella, una ama de casa con tres hijos, acude al festival encarnada en su otro yo: Moka Akashiya, de la serie Rosario + Vampire.
Peluca larguísima y fucsia, chaqueta verde y falda corta, tipo uniforme de colegiala. “Por mi edad me critican feo. La gente me dice que ya no debería andar en esto (cosplay), pero lo tomo con calma. Llevo cinco años en esto y creo que todos deberían ser más libres y vivir más, soltarse, dejar la vergüenza a un lado”.
La tarde se siente húmeda. Moka camina por la Plaza y no pasa desapercibida. Avanza con paso picaresco y sensual: exhibe el traje que ella mismo confeccionó durante un par de semanas. Sabe que la están viendo: hay tres jueces infiltrados que elegirán al mejor personaje para premiarlo con $50 dólares. Nada mal.
CRÍTICA Y PREJUICIOPor ahí se cruza Jaime Villavicencio, de 16 años, disfrazado de Luigi -personaje del videojuego Mario Bros-. Se detiene, se lleva las manos a la cara y da un brinquito. A pesar de que no es tan ‘viejo’, Jaime cuenta que ha recibido algunas bromas en su entorno. Después de todo, el traje se lo compró cuando tenía 12 y lo ha venido estirando y manipulando para que le quede.
Pero no le ofende que algunos le digan “niño”. “Estoy de acuerdo con ellos. Todos tenemos que tener una porción de niño por dentro y ser felices”, considera el adolescente. Dice que se va a seguir disfrazando “por siempre”. Habla con voz impostada, se mete en el personaje.
Entre brincos y fotos Luigi se pierde en el festival. Hay más de 100 personas -entre adolescentes y padres de familia- que deambulan por tiendas y stands. Compran espadas de acero (llegan a costar $100), adivinan su fortuna por $0,25 en el ‘Omikuji’ -hay que sacar un palito de un ánfora y escoger luego una tira de papel-, juegan con cartas de Yu-Gi-Oh! o se pegan una pelea en el videojuego de Dragon Ball.
Por ahí aparece David Zambrano, quiteño de 41 años. Él busca un Mazinger. “¿Por qué tienen que dejar de gustarme los muñecos? ¿Acaso es malo o algo?”. Es pregunta y reclamo. Él es diseñador freelance y cuenta que llega a gastar hasta $200 por mes en muñecos. También dice que al menos dos veces al año manda a pedir, por Internet, disfraces para él y otros tres amigos. Los preferidos: Naruto y One Piece.
Escaparse de los prejuicios es casi inevitable, cree Jorge Vargas, miembro de Ashita no Yume, grupo que organiza el evento. Es común -explica- que los fans del ‘anime’ o ‘manga’ escuchen cosas como ‘¡Ya madura!’ o ‘¡Deja de actuar como niño!’. “Pero se ve en este tipo de eventos a abogados o doctores que tienen su vida normal. Algunos se disfrazan, otros vienen a comprar”.
Y se emociona:“Lo bonito es que esa gente adulta ahora viene con sus hijos. Ojalá luego, con nietos”.
En casa de los cedeño tienen su propio ‘Naruto’No es una familia tan común, al menos para el medio local. Yuri Daniel Cedeño, de 52 años, y su hija Emily, de 16, comparten una ‘loca’ afición por series de animación japonesa, especialmente por Naruto.
“Son un par de locos”, según Elsa de Cedeño, esposa de Yuri y madre de Emily.
Ambos acudieron disfrazados al Hanami Cultural Festival. Él fue vestido de Kakashi Hatake y ella de Itachi Uchiha (que en la serie es hombre). “Lo hago básicamente para salir de la rutina y para divertirme. Es emocionante”, dice Yuri, quien es subgerente de una empresa camaronera.
A él siempre le gustó la animación japonesa y pudo contagiarle el gusto a su hija. Ambos han visto juntos series como Dragon Ball y Mazinger.
Los trajes no los confeccionan ellos ni los consiguen ‘por ahí’. Ambos los mandan a pedir a Japón, por el portal webAmazon. “Los encargamos hace un año y medio. El paquete tardó tres meses en llegar. Gastamos $80 por el uno y $120 por el otro”, relata el padre.
Ambos cuentan que anteriormente buscaron los trajes en Ecuador y que los encontraron a un precio muy alto:casi $300 por el que costó $120.
“Siempre me gustó el ‘anime’. Y en mi tiempo nunca había chance de comprarme los trajes. Ahora ella (Emily) copió mi afición y la compartimos”, indica Yuri.
El fanatismo no para allí. Ambos se meten a Internet para aprender palabras en japonés. Es normal que en la casa el par se lance frases en ese idioma.
Emily agradece a su padre por haberla enganchado al mundo de la animación japonesa. Y creo que no hay nada de malo en “aferrarse a la infancia”. Lo dice sobre todo para apoyar a su padre, que en el festival se encontró con un compañero de oficina 20 años menor.
El niño interior Vs. Peter PanPara el psicólogo Samuel Merlano, resulta “adecuado” que adultos exploren su infancia y reaviven su ‘niño interior’ con aficiones como el ‘cosplay’ y el gusto por muñecos y objetos relacionados a series infantiles. Pero el riesgo -indica- es que el comportamiento se pueda volver obsesivo.
Si esto último ocurre, podría deberse a tres factores, explica Merlano. Primero, existe la posibilidad de que esos adultos no hayan disfrutado de su infancia en una manera adecuada. “Entonces tienen una nostalgia por esas películas y series que les hacen recordar momentos agradables”.
Luego -añade el psicólogo- se debe considerar el ‘síndrome de Peter Pan’, que se caracteriza por la inmadurez en aspectos sociales (relaciones con amigos y familia)y psicológicos. “La persona crece, es físicamente adulta, pero se resiste a crecer. No quiere responsabilidades”.
También se dan casos de personas que tuvieron una infancia reprimida. “Te dieron responsabilidades de adulto a los 7 años. Hay padres que dicen ‘Quédate solo en casa, cuida a tu hermano de 4 años. En esos casos la persona reprime la infancia y tiene una etapa no vivida que busca compensar”, acota Merlano.