Cuando se ingresa a una habitación del motel Amelie, abierto desde hace seis años en el norte de Quito, se observa un sitio impecable: una cama bien tendida, luz tenue, un bar surtido (para saciar cualquier “deseo”), e incluso, si el cliente pide hasta jacuzzi se ofrece o sillones donde el amor adquiere matices por las posiciones que se pueden hacer.
Esa es la imagen que todas las personas ven, la palpan, la viven, pero ¿alguien se ha preguntado qué hay más allá de la puerta por donde se cancela el valor de la habitación?
La mente puede volar cuando alguien se imagina si detrás de la puerta donde se paga hay una o varias personas escuchando el amorío.
Quizás se piensa que incluso existe otra habitación con personas sentadas esperando que termine el “encontronazo” para limpiar y dejar todo pulcro para el siguiente “round”.
Pero lo que está del otro lado del “nidito de amor” es simplemente un pasillo sumamente largo, donde los empleados (hombres y mujeres) recorren para entregar la cuenta a los clientes, entrar a limpiar, llevar sábanas y cobijas para lavar, y así continúa el día o noche.
A lo largo del pasillo hay unas cajas de madera colocadas en las puertas y es por allí donde se pasan las facturas.
Esos cajones son hechos de tal manera que se mantiene el anonimato entre cliente y trabajador, porque hay una puerta en uno de sus costados y la otra da al cuarto.
En la mitad del pasillo está la caja que funciona como recepción, donde una persona se sienta para receptar las llamadas de la gente que llega; también se toman los datos de las reservaciones.
El sitio es una caja enorme de cristal, tiene mesones largos, sobre ellos computadoras y obviamente el infaltable teléfono con los números de la habitación de donde llega la llamada.
Jorge Congo es uno de los tres cajeros que atiende en la recepción y trabaja en Amelie dos años. “Lo típico que piden es la cuenta, nosotros siempre somos amables, pero hay un momento en donde le gritan a uno”, explica Congo.
Este joven, de 31 años, recuerda que una chica lo llamó para reservar una habitación, porque quería sorprender a su pareja.
La mujer llegó una hora antes de lo previsto y se sentó a esperar dentro del cuarto, el tiempo pasaba y su pareja finalmente la dejó plantada. “Nos sentimos mal cuando ocurrió eso. Ella usó el jacuzzi, pidió unas bebidas y después se fue”, dice Congo sobre esa vivencia descorazonadora.
Frente a la caja, cruzando un pequeño pasillo, está la cocina donde se prepara toda la comida que ofrece el motel: alitas de pollo, comida rápida como hamburguesas, salchipapas, pinchos de camarones, entre otros manjares que incluye “fondue” de chocolate con frutas.
A continuación le sigue la lavandería, el sitio donde se deja impecables sábanas, toallas, cobijas y también donde se planchan las mismas.
La mujer que hace el trabajo prefiere no dar su nombre, pero dice que en su labor las cosas deben quedar muy limpias porque es el alma de la presentación del lugar.
La chica encargada de esta área usa cuatro lavadoras que tienen capacidad para limpiar 70 toallas y 36 sábanas.
Habitaciones y vivenciasEn este motel se labora las 24 horas y las camareras, que suman siete, son parte vital del motel, porque su trabajo inicia cuando la pareja se va.
Ellas visten siempre su uniforme, gorra y el kit de limpieza como escobas, palas, rociadores de agua. Se trabaja en tres turnos y son rotativos hasta completar todo el día laboral.
Lourdes Párraga, de 29 años, es camarera y también prepara los platillos que el lugar ofrece.
Ha visto de todo en el motel durante el año que labora y han llegado “tres hombres, una mujer y dos hombres, sino un hombre y dos mujeres, o también dos mujeres”.
Párraga recuerda que una vez llegó una chica colombiana y llamó alarmada porque decía que la habían secuestrado, pero lo que realmente pasó fue que el sujeto se quedó dormido y eso impedía su salida.
También cuenta que ha encontrado vibradores, lubricantes, así como ropa interior.
Cada habitación, que suman 30 en este establecimiento, tiene una numeración que se la observa en el pasillo de los trabajadores, cuando el cuarto está lejos del área de recepción se tiene un control remoto para abrirla para que la pareja salga.
El lugar debe limpiarse en un mínimo de 10 minutos porque hay otras parejas que la necesitan. Los días más pesados son los viernes y sábados.
Tatiana Villalta, secretaria de Amelie, trabaja más de un año y medio, cuenta que todos deben hacer sus tareas en silencio porque “hay clientes que también llegan a descansar”.
Es por eso que en algunos puntos del pasillo donde se moviliza todo el equipo administrativo se pide que se haga silencio.
Aunque Villalta dice que no son los trabajadores quienes hacen bulla, sino los mismas personas que a veces “gimen” tan fuerte que se escucha hasta en la caja.