A los habitantes de Haití no les gusta que les tomen fotos. Hay quienes hacen ademanes mostrando su descontento cuando una cámara les apunta para captar su forma de pararse, caminar, viajar apretados en el balde de una camioneta o lo que sea que estén haciendo.
Quizás ya no quieren salir más en imágenes de pobreza, aquellas que se agudizaron cuando un implacable terremoto (7,2 en la escala de Richter), en enero del 2010, hizo temblar la pequeña isla enclavada en el Mar Caribe.
La gente vive así, en casas de techos de zinc con paredes de madera o de cualquier otro material que pueda pararse y formar una vivienda.
Otros, en cambio, todavía permanecen en los campamentos de refugio sobrantes y que se levantaron tras el gran temblor.
Algunos de estos lugares siguen de pie en Puerto Príncipe, la capital haitiana, que sufrió una sobrepoblación tras el evento natural.
La ciudad principal de la isla fue sede de un fenómeno particular de migración interna, porque luego del terremoto la ayuda humanitaria que llegó de diversos países se concentró en la capital.
“No todas las casas de las personas que llegaron a Puerto Príncipe fueron destruidas, sino que llegaron porque vieron que podían recibir atención”, contó Marco Navas, comandante del campamento militar ecuatoriano en Haití.
Desde el 2010, contingentes de soldados ecuatorianos -específicamente del Cuerpo de Ingenieros del Ejército- llegaron a la isla para cumplir con la denominada Misión de Apoyo para la Reconstrucción de Haití a cargo de Ecuador (Marhec).
Cuatro misiones se desarrollaron en áreas como la vial, de educación, sector agrícola, desarrollo comunitario y otras más. El campamento se asentó en L’ Artibonite, un valle ubicado a dos horas y media del centro de Haití, que es Puerto Príncipe.
Y la razón para levantar allí el pequeño cuartel, donde ecuatorianos y militares haitianos cohabitan, fue porque desde ese sector, la gran mayoría de personas se fueron a la capital para buscar ayuda. Por eso, uno de los objetivos de la misión Marhec fue convencer a las personas de regresar a ese valle, caracterizado por un producto agrícola de consumo masivo en la isla: el arroz.
“Con las obras, las personas apreciarán lo que tenían en sus casas”, explicó Navas durante la presentación de los resultados de las obras, que culminaron ayer.
Dura realidadLos soldados ecuatorianos calculan que la extensión de toda Haití es igual a la de Guayas y Manabí unidas, con alrededor de 14 millones de habitantes, quienes hablan “créole” (una mezcla de francés e idioma nativo).
Pero con la llegada de militares de Ecuador, hay personas como Buendo, un haitiano de 16 años, que también hablan español.
Este chico cuenta que trabaja en el campamento de L’ Artibonite en albañilería pero solo como ayudante. Él lo hace en las vacaciones con el fin de pagar su colegiatura.
No le disgusta que le tomen fotos cuando habla e incluso se aventura a ir para su casa, que está ubicada frente al cuartel del grupo de ecuatorianos.
La vivienda tiene una sola habitación, una cama y muchas cosas sobre ella. No hay agua potable como en la mayoría de hogares haitianos.
“Luz no hay, porque en Haití llega en distintos horarios. Hay problemas en generadores”, dice Buendo mientras indica la cocina, constituida únicamente por dos piedras chamuscadas y acomodadas en el piso de tierra de la parte trasera de su casa.
Hay poca gente en la isla que tiene cocinas a gas, porque no tienen dinero para pagar por galones, la forma en la que se lo compra.
Prefieren usar leña, un combustible que está dejando sin árboles a Haití, por la deforestación que provoca.
Buendo vive con su hermano y su padre, que también es albañil, pero no tiene a su madre. Ella murió en el terremoto del 2010 y en su casa no se observa una foto de la mujer.
Solo un banderín con los colores de la “Tri”, camisetas con el sello de la misión Marhec y las claras intenciones de Buendo por viajar a Ecuador o a los Estados Unidos para conseguir “gourds” (moneda del país) en el exterior y así poder llevar dinero a su hogar.
El chico toma todo eso entre sus manos y se deja fotografiar sin miedo ni reproches, solamente contando que “la vida en Haití es difícil”.