La sábana turquesa con la que se protegieron del frío desde las 20:00 del domingo, a las 12:30 de ayer les sirvió como una improvisada carpa que poco ayudó para protegerlos del sol que “cocinaba” a Guayaquil.
El hambre pudo más con la familia Auquilla Rodríguez, que pasó la noche en el parque Samanes para estar cerca del papa Francisco, pero esta empezó a pasarles factura al amanecer. El estómago les pedía desayuno y salieron a las 06:00 del bloque A3, donde durmieron apenas llegaron en procesión desde el barrio Cristo de Consuelo.
No importaron las más de 10 horas de espera. Cuando intentaron volver a sus puestos, ya fue tarde. Los bloques en los que estaba distribuido el parque, donde el mediodía de ayer el sumo pontífice ofició su misa campal, ya estaban llenos y a Víctor Auquilla, su esposa Jenny Rodríguez y sus hijos Víctor y Lissett, no les quedó más que buscar un puestito en la vereda de la vía Paseo del Parque para oír la ceremonia, que inició a las 12:20 y que ellos escuchaban entrecortada y mezclada con los gritos de vendedores ambulantes.
Eso no los desanimó, lo único que querían era escuchar la bendición de “Panchito”para recoger la sábana y los abrigos que llevaron para pasar la noche en el lugar.
Maritza Montalván también pernoctó en Los Samanes y, al igual que los Auquilla, a pesar de que estuvo en el lugar desde las 07:00 del domingo, no consiguió ubicarse cerca del escenario donde dio su misa el santo padre. Avanzaba lenta en la fila de una de las 150 capillas móviles donde varios sacerdotes confesaban a los fieles, mientras recordaba que se quedó atrás porque su hermana se golpeó cuando abrieron el acceso al parque.
“Ayer (domingo) hubo desorden al ingresar. Cuando abrieron las puertas entró una avalancha de personas y mi hermana fue golpeada; pero con la bendición de Dios estuvo en una carpa (médica) móvil y fue atendida”, explicó.
Antes de que llegara el líder de la Iglesia católica, la mujer hizo la fila de la confesión para, a más de dar gracias por la salud de su hermana, reconciliarse con Dios, aseguró.
Fausto Guamán ya sabía que él y su familia se exponían a accidentes, como el que le ocurrió a la hermana de Maritza, y prefirió quedarse afuera.
Estaban sentados a unos metros de la familia Auquilla y también tuvieron dificultad para oír la misa. Ellos no durmieron, esperaron a que fueran las dos de la mañana y tomaron un bus desde la terminal de Azogues, donde viven, para recibir la bendición papal.