No hay persona en Santa María que no conozca a doña Goyita. Sus manos ‘redimen el pecado’ de la ropa de aproximadamente la mitad de los habitantes de la segunda población más importante de La Manga del Cura, la zona en disputa entre las provincias de Guayas y Manabí. “Siga largo, por la calle principal, hasta pasar el monumento. De una casa de madera de dos pisos, al lado”, indican los coterráneos de la mujer, quien ha dedicado 37 de sus 49 años de vida a lavar prendas de vestir.
Para encontrar su morada basta con seguir las instrucciones al paso e identificar el lugar donde “huele a limpio” desde la entrada.
- ¿Aquí vive la señora Goyita?- Sí, pase. Soy yo, contesta ella.
Un aroma que mezcla agua, jabón, suavizante y cloro está impregnado en la sala de la modesta vivienda de una planta, cuya puerta permanece abierta durante el día para aquellos que busquen la redención de las manchas y el percudido de su ropa.
Goyita, la lavandera oficial de Santa María, parece una figura de azúcar morena. Es una mujer delgada, lo suficiente como para que sus clavículas destaquen por encima del escote de la blusa.
Sin embargo, su apariencia frágil no da cuenta de lo que es capaz de hacer. Además de lavar entre 12 o 15 docenas de prendas por día, es decir entre 144 y 180 piezas, con orgullo asegura que a punta de fregar manchas de trapos ajenos consiguió sacar adelante a sus cuatro hijas, quienes tienen 32, 29, 26 y 18 años.
- Cuando me traen todo el material para lavar cobro un dólar. Cuando no me traen nada, 2,50 o 1,50. No hay precio fijo.
- ¿De qué depende que sean 1,50 o 2,50 dólares?-A veces no traen nada, pero la ropa es suave y no se va mucho material. Según lo que se me vaya del material ahí cobro.
Sobre una mesa de la sala descansa una pila de ropa inmaculada. Solo falta doblarla y esperar que pasen por ella. Mientras tanto, en el patio posterior de la vivienda aguardan por Goyita una olla, dos baldes y el fregadero llenos con prendas en remojo.
La blusa que usa en ese momento también ‘está en remojo’. Cuando se apoya en su ‘altar’ de piedra le resulta imposible no salpicarse al refregar, cepillar, estrujar, retorcer y enjuagar la ropa.