
Gorka Moreno y Juan Manuel Yépez, GuayaquilEl macho parece sufrir un demoledor resfriado. Es un ejemplar gallardo; de patas y torso anaranjados; lomo verdoso; ojos amarillentos, surcados por riachuelos de sangre; y escamas azul cielo. Mide algo más de un metro. Sacude su cabeza una y otra vez, como si no pudiera dejar de estornudar; extiende la membrana gular, una especie de papada gigante que cuelga de su mandíbula; contrae el abdomen como un gato enojado; y muerde la cola de la hembra que tanto le atrae. Quiere aplacar su altivez. Ella se resiste e imita a su pretendiente. Parece una pelea a muerte, pero es la forma que el semental tiene de cortejarla. Tras un par de minutos, la dama capitula. Y él se monta sobre su lomo. En plena cópula, otro saurio se sube encima de su contrincante. Pero al sentirse ignorado, abandona el lugar, consciente de su derrota. Tres son multitud en su mundo.
Las iguanas verdes del parque Seminario, donde conviven más de 575 ejemplares, han comenzado a aparearse. Lejos de regalarse carantoñas y arrumacos, el coqueteo a veces termina con uno de los consortes herido o con enconadas disputas entre los galanes que desean captar la atención de una misma doncella. Algunos incluso perecen a manos de sus semejantes. Pero, durante varios años, una amenaza mayor que las guerras y rivalidades internas acechó a los animales más venerados de Guayaquil: la caza furtiva con fines culinarios.No se trata de una leyenda urbana. Dos empleados del parque confirman por separado que los pillos, normalmente “costeños del norte”, solían actuar “por las noches”, a partir de las 22:00 horas, cuando el recinto cerraba sus puertas. “Les tentaban con bananas desde las verjas. Cuando las mordían, les lanzaban el guante y las metían en sacos. Como están acostumbradas al contacto con seres humanos, se confiaban. Luego las comían asadas, porque en algunas zonas de Ecuador son muy apreciadas”, relata uno de ellos a EXTRA.A tres metros de distancia, niños y mayores contemplan atónitos el ritual reproductivo de los reptiles. Retratan excitados la escena con sus teléfonos móviles y cámaras de fotos. Algunos ríen, otros parecen sorprendidos, y unos pocos dan un paso atrás en un acto reflejo de repulsa.
“En esta época trasladamos algunos ejemplares a otros parques, especialmente a los machos más viejos, que se vuelven muy territoriales. Así el resto no se estresa tanto. Por eso ahora se ven menos. Pero la población ha aumentado con el tiempo”, explica el trabajador.Su compañero, que se afana por reprender a quienes intentan tocarlas o alimentarlas, siente una profunda tristeza al imaginar cómo algunas iguanas fallecieron abrasadas. “Paso más tiempo con ellas que con mi esposa y mis hijos”, destaca irónico.
Este guayaquileño corrobora uno de esos rumores que tanto se habían extendido en los mentideros porteños: los ‘choros’ también vendían sus presas “a ciudadanos asiáticos”, que las consideran un manjar: “Solían coger las pequeñas, una o dos por semana”. ALERTAPero “el incremento de la vigilancia” en el perímetro del parque dio sus frutos. Y, desde el año pasado, ayudó a minimizar estas prácticas en gran medida. Ahora, el recinto cuenta con un guardia privado de día y dos por la noche; varias cámaras de seguridad, que se implantaron “progresivamente”; y el apoyo de la Policía Metropolitana. “La Municipalidad actuó como debía”, resalta este trabajador.
No obstante, el jefe de Mantenimiento y Prevención de la Dirección de Áreas Verdes, Renso Alarcón, aclara que las medidas adoptadas por el Cabildo no se debieron exclusivamente a los robos de reptiles, que califica de “esporádicos”, sino al deseo de “garantizar una mayor seguridad e integridad tanto a las personas como a los propios animales y bienes” materiales.“Fue por todo, no para contrarrestar las sustracciones de iguanas. El parque Seminario tiene un tratamiento muy especial. La compañía de seguridad lo está haciendo bien y, además, disponemos de cámaras, que ayudan a hacerlo mejor. Eso es verdad. Hay tantos visitantes que es imposible evitar que se lleven algún animal. Como en todo se presentan eventualidades, pero adoptamos los correctivos necesarios”, remarca al tiempo que dice desconocer qué uso daban los ladrones a los saurios capturados.
Para argumentar su tesis, Alarcón aporta los datos de robos detectados en 2014, precisamente el año en que el fenómeno prácticamente se erradicó, según los empleados. Las cifras revelan que los ataques también afectaron a otras especies. Se contabilizaron las desapariciones de una ardilla, de la tortuga “más grande” del parque, de otros dos quelonios pequeños y, además, “un vendedor de helados” fue interceptado por los guardias con una iguana. Anteriormente, ya había tratado de llevarse otra.
“Cuando se produce una sustracción, esta se remite a la Dirección de Áreas Verdes para que llame la atención o imponga una sanción a la empresa de seguridad, que es la encargada de supervisar lo que sucede en los bienes municipales. Este año no ha habido reportes por el momento”, sentencia.
“DIFÍCILES DE CONTROLAR”Sin embargo, el técnico municipal admite que la población de iguanas es “más difícil de controlar” que las de tortugas, tilapias y ardillas. Hay “demasiados ejemplares jóvenes” y no todos están censados. De modo que resulta muy complicado registrar con precisión los robos de reptiles pequeños, los más codiciados de acuerdo al testimonio aportado por los trabajadores y, a su vez, los más escurridizos a juicio de Alarcón.
Hoy, la mayoría de estos saurios permanece en los alrededores del estanque y el comedero, próximos a la entrada por la calle Chile. Algún ejemplar solitario llega hasta la estatua en recuerdo a Simón Bolívar, pero no se adentra mucho más allá. Aunque son animales territoriales, parecen sentirse más cómodos en comunidad.“Antes, algunas salían del parque. Pero desde que comenzaron a sustraerlas, se concentran en un área más reducida”, revela uno de los empleados.
En la Dirección de Áreas Verdes no comparten su valoración. Creen que esa tendencia a vivir agrupadas se debe simplemente a la proximidad del agua y el alimento. Quién sabe. Tal vez, algún día, las iguanas hablen y nos saquen de dudas. “No les dan lechuga exclusivamente”Según detalla, en la época de apareamiento es “normal” ver algunos ejemplares con mordeduras, arañazos y lesiones, ya que tienden a mostrar una actitud más agresiva de lo normal, especialmente los machos. Y eso puede dar una sensación “equivocada” de desatención. “Desarrollamos un importante trabajo”, concluye. “Superpoblación” de tortugasA raíz del último censo, realizado el pasado junio, se detectó una “superpoblación de tortugas” en el estanque, provocada por ciudadanos que han dejado allí sus mascotas a escondidas. “Las nuestras tienen una muesca para reconocerlas”, puntualiza el jefe de Mantenimiento y Prevención de la Dirección de Áreas Verdes, Renso Alarcón. Algo similar sucedió con las ardillas, ya que los cuatro ejemplares del parque fueron abandonados por sus dueños. Pero las iguanas verdes sí son nativas: “Están ahí desde siempre”.