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No hay tierra más allá del mar

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Un lobo marino acecha las redes de los pescadores, que han acorralado a un banco de sierras. Cuando los ejemplares quedan atrapados entre las mallas, el mamífero aprovecha para darse un festín. “Puede devorar decenas en pocos minutos”, destaca Ángel. ‘Pintado’ grita en la oscuridad para ahuyentarlo, pero el animal se desliza por el agua con la agilidad de la que adolece en tierra. Tras empacharse, salta por encima del trasmallo y se desvanece como la espuma de las olas que rompen contra la Mercedes Belén II. Los marineros, tras 36 horas en la isla del Muerto, parecen desanimarse.
Pero cada minuto que pasa es tiempo ganado a los ‘piratas’. Y las capturas, por suerte, se suceden a un ritmo constante. Con las sierras también aparecen agujas, caritas, camotillos y domingos. El capitán ordena a los tripulantes que vayan depositando los peces en la bodega para regresar antes a casa. “¡Venga, muchachos!”, les alienta, consciente de que sus reservas están al límite.
A las tres de la madrugada, tras unos minutos encogido en cubierta como un feto, decido seguir los consejos de mis compañeros y tumbarme en el camarote sobre un irregular lecho de mochilas y cordeles. Las pastillas mantienen a raya los mareos, aunque mi estómago se ha deshecho con los medicamentos como las mallas con el roce de las piedras. Siento el impacto de las olas en la amura. El casco, al igual que yo, tiembla y se arruga en cada embestida.La amenaza sigue ahí
Zarpamos hacia Santa Rosa antes del amanecer. Ángel se deja caer sobre la proa; Guillermo, en un banco junto al costado de babor; y ‘Pintado’ y Wilson, dentro de un arcón oculto en la bodega. Estos dos deberán turnarse con Raúl en el timón. Están extenuados. Por eso les ruego que me permitan cederles mis ‘lujosos’ aposentos. “No se preocupe. Intente descansar”, insiste Ángel.
El riesgo de sufrir un ataque es ahora más alto que nunca. Porque los forajidos a menudo actúan cuando los pescadores han terminado de faenar. Así también pueden arrebatarles el sustento. De ahí que impere el silencio.
Avanzamos lentos, como en una procesión fúnebre, pero avanzamos. Asomo la mirada desde mi habitáculo. Wilson ha tomado el mando. Frunce el ceño; achina los ojos como si la luz del sol, que se cuela timorato desde el este, le escociera; y resopla. “Ojalá pudiera relevarlo”, balbuceo.
El litoral de Santa Elena se vislumbra a unas diez millas. “¡Nos quedan dos horas!”, me anuncia Ángel, que acaba de despertarse. Lo peor ha pasado. No ha habido noticias de los malhechores, la mar parece calmada… Mientras Guillermo se despereza, ‘Pintado’ agarra el timón y Wilson abre la lata de duraznos en almíbar que compré antes de zarpar. “¡Hay que celebrar este momento!”, exclama.
El capitán hace una señal a sus compañeros y coloca una sirena al lado de Raúl, que aún duerme. “¡Ahora!”, vocifera antes de activarla. La carcajada es unánime. Lejos de enojarse, la víctima de la broma abre el ojo derecho y se contagia de nuestra alegría. “Yo no hubiera reaccionado igual”, pienso.A vender
El puerto de Santa Rosa bulle. Barqueros que trasladan las capturas a la lonja a bordo de sus ‘bongos’ -botes estrechos similares a una canoa-, chillos de mayoristas, niños que chapotean en las contaminadas aguas de los muelles, marineros que limpian las bandejas de pescado, pelícanos en busca de presas…
‘Pintado’ y sus hombres entran colmados, como si regresaran victoriosos del frente. Todos los miran. Los barqueros se agolpan junto a la Mercedes Belén II para ofrecer sus servicios por cinco dólares. Algunos vecinos van de ‘fibra’ en ‘fibra’, apelando a la caridad de los pescadores para alimentar a sus familias. “Yo no podría pedir”, confiesa Raúl tras regalar una sierra a un joven.
La esposa de ‘Pintado’ aparece en un ‘bongo’. Contiene su emoción y reserva las caricias para la intimidad. Primero hay que vender el pescado, aunque mis cinco compañeros reservan los ejemplares más lozanos para sus familias. “Me gustaría ir a faenar, pero con todo lo que está ocurriendo...”, reconoce la mujer antes de escabullirse con su marido a la lonja.
Pequeños comerciantes se acercan para pujar por los peces aguja, de escaso valor en el mercado. Son los únicos ejemplares a los que pueden aspirar. “¡18 dólares por los siete!”, grita un costeño que viste la camiseta del Barcelona. “¡20!”, le replica un afroecuatoriano que porta la del Leeds United. “Para ti”, asiente Guillermo.Hora de cobrar
Veinte minutos más tarde, ‘Pintado’ vuelve sonriente. Los distribuidores han pagado la libra a 1,10 dólares, más de los 0,8 que esperaban. Y las capturas han pesado 1.500. Es hora de repartir las ganancias, aunque primero hay que restar los 200 dólares de la gasolina, los 40 del hielo, los 60 de la comida, los 100 del remendador... En total, quedan unos 300 limpios para el capitán y 150 para cada tripulante. ‘Pintado’ me ofrece 20 por mi esfuerzo, pero obviamente los rechazo. Así que me compensa con  dos pulpos y unas conchas.
“¿Os parece mucha plata con todo lo que sufrís?”, cuestiono. “Bueno... Cuando los vientos se ponen duros, no ganamos ni para comer”, constata Ángel. “Nos dejamos el lomo, pero los distribuidores van con su buen carro. Ellos venderán la libra a dos o tres dólares sin hacer casi nada”, valora el capitán. “Cuando hay mucho pescado, bajan los precios. Pero en Perú ponen unas tarifas mínimas”, agrega Raúl. “A veces vienen comerciantes de fuera y, como nos ofrecen más, reciben amenazas”, remata ‘Pintado’.
Al fin, con el jornal en la mano, todos se relajan. Me asombra que ya estén pensando en salir de nuevo a faenar. “Es en el mar donde nos sentimos libres. Aquí solo podemos pasar un día como mucho”, destaca Raúl. “Ahora me ducharé y le pediré a mi señora que me dé calor”, apostilla bromeando Ángel.
Me cuesta despedirme de ellos. Algo me dice que aún nos quedan muchas aventuras por compartir. “Cuídense. Espero no haberles incordiado en exceso”, concluyo.
Mientras les disparo una última instantánea desde la playa, la brisa trae a mi memoria los versos de ‘Invictus’, el poema del inglés William Ernest Henley que tanto ayudó a Nelson Mandela en su cautiverio. “Debería recitárselo”, susurro para mí: “En la noche que me envuelve, negra como un pozo insondable, doy gracias al Dios que fuere por mi alma inconquistable. En las garras de las circunstancias, no he gemido ni llorado. Ante las puñaladas del azar, si bien he sangrado, jamás me he postrado. Más allá de este lugar de ira y llantos, acecha la oscuridad con su horror. No obstante, la amenaza de los años me halla y me hallará sin temor. Ya no importa cuán recto haya sido el camino, ni cuántos castigos lleve a la espalda. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

Los ‘piratas’ proceden de Puerto Bolívar, isla Puná y Perú
Los ataques en alta mar a pescadores artesanales de Santa Elena han aumentado en los últimos meses, especialmente a los afincados en Santa Rosa y Anconcito. Solo en lo que va de año, los ‘piratas’ han robado 111 motores, tantos como en todo 2014. El capitán del puerto de Salinas y director de los Espacios Acuáticos de la provincia, Vicente Jácome, admite esta realidad que los marineros llevan semanas denunciando. Eso sí, recuerda que el grueso de los incidentes se ha registrado en el límite con Perú. “No quiero decir que aquí no haya habido robos, pero se han minimizado tanto que los últimos fueron en abril”, apunta a EXTRA.
Aunque prefiere emplear el término ‘delincuentes del mar’ que el de ‘piratas’, Jácome confirma que la mayoría de las bandas procede de Puerto Bolívar, la isla Puná y el país vecino. Algunos pescadores aseguran que los criminales esconden sus botines en rincones estratégicos como el faro de Punta Arenas para no ser interceptados cuando regresan a tierra, pero Jácome declina dar detalles al respecto: “Esa información la manejamos de forma reservada. Nuestro objetivo es obtener la inteligencia necesaria para desarrollar los operativos”.
Así mismo, cuando se le pregunta acerca de la posible implicación de militares en estas prácticas, el director de los Espacios Acuáticos de Santa Elena se limita a decir que su institución actúa “con transparencia” y que está “abierta” a depurar las responsabilidades que sean necesarias.Vigilancia
Desde hace años, las cooperativas de pescadores se han quejado de la escasa vigilancia que, a su juicio, existe en alta mar. Pero Jácome ensalza las medidas aplicadas por el Gobierno Nacional, como el Plan de Protección y Seguridad Integral de los Espacios Acuáticos, vigente desde 2012. “Cada dirección regional y capitanía de puerto, así como el Comando de Guardacostas, tiene sus áreas de patrullaje. En Santa Elena, realizamos patrullajes cada día. Pero el ámbito marítimo es distinto al terrestre. Nadie puede estar en un mismo lugar las 24 horas”, precisa. Desde el pasado 1 de enero, solo un presunto delincuente ha sido detenido por una alerta de robo en la provincia, mientras que “en Puerto Bolívar y Guayas unas diez personas han sido arrestadas”.
No obstante, los recursos no parecen tan efectivos a simple vista en algunos emplazamientos como la isla del Muerto. Antiguamente existía una estación móvil flotante en la ensenada donde atracan las lanchas, que servía para disuadir a los asaltantes, según resaltan varios pescadores. Pero esta se reubicó en Puná, otro punto de riesgo, porque “algunas veces sufrió los envites de la naturaleza”, matiza Jácome.
Ahora, los militares que viven en el peñón no disponen de una embarcación para socorrer a los afectados, aunque el director de los Espacios Acuáticos de Santa Elena afirma que la labor de estas personas no es el “patrullaje”, sino otras más relacionadas con las peculiaridades de un área protegida. (JL / GMA)

“EN PERÚ YA SE ESTÁN PREPARANDO PARA EL NIÑO”
La corriente cálida de El Niño ha llegado a las costas ecuatorianas, aunque nadie se atreve a precisar el grado de destrucción que traerá esta vez. El Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología, así como el Centro Internacional para la Investigación del Fenómeno El Niño, alertaron hace un mes de su presencia, que entonces calificaron de moderada, y auguraron que las fuertes lluvias podrían arreciar a finales de año. Ahora bien, el presidente de la República, Rafael Correa, señaló el pasado sábado que las probabilidades de que ataque con virulencia al país se han reducido en las últimas semanas.
Entre tanto, los pescadores de Santa Rosa destacan que sus vecinos peruanos “están reparando y apuntalando los techos y muros de sus casas” como medida preventiva. “Los vientos son más duros de lo normal. Y las capturas han bajado. Pero no sabemos nada con certeza”, indica ‘Pintado’.
Martín Toala, de 38 años, revela sus dudas al tiempo que repara las redes con las que faenará mañana: “Creemos que los problemas aparecerán en invierno. Esperemos que no nos afecten demasiado”. Su compañero, José Daniel Muñiz, de 36, recuerda que El Niño, sumado a las pérdidas propiciadas por los asaltos, podría ser una losa insalvable para ellos. “Ojalá nos acompañe la fortuna o sufriremos más de lo normal”, remarca.
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