“¡Está muerta, por Dios!”, gritó una humilde familia para después unirse en un eterno abrazo de desconsuelo.
Para los Artieda Muñoz, la esperanza de encontrarla con vida se esfumó ayer cuando llegaron hasta el Centro Forense de Ambato, Tungurahua, y hallaron el cuerpo inerte de Érika.
La joven, de 32 años, fue reportada como desaparecida hace ocho días, en la Fiscalía de Latacunga.
Mientras la familia la buscaba, su cuerpo yacía en el fondo de la quebrada Siete Cruces, del sector Huapante, parroquia San Miguelito, en Píllaro, donde la mañana del sábado fue encontrada dividida en dos partes y dentro de sacos de yute y fundas de plástico.
Teresa Toapanta fue la primera en observar uno de los bultos. Eran las 09:00 de aquel frío sábado cuando ella, junto a sus perros, se dirigía a visitar a una tía que vive a unos diez minutos de su casa.
En el trayecto, los canes, atraídos por el fétido olor que se desprendía de una parte de la quebrada, se acercaron a rebuscar entre la maleza y la basura.
Teresa siguió a sus perros para evitar que regaran los desechos. En esas circunstancias se percató de que en uno de esos bultos aparecía parte de una mano. Se asustó y corrió a avisar a sus parientes, quienes llamaron al ECU-911.
La noticia llegó de inmediato a los moradores de Huapante. Incluso muchos dejaron hasta la misa por ir a la quebrada. Uno de ellos fue César Chisiguano, quien corrió para ver si era cierto lo que había escuchado.
“Salí de la misa y fui a la quebrada. Fue sorprendente ver un cuerpo dentro de una funda. Eso nunca pasa aquí”, dijo el hombre que pensaba que se trataba de algún vecino del sector.
Jorge Ramírez, residente del barrio San Pablo, a cinco minutos del lugar, también se quedó asombrado con el hallazgo del cadáver divido en dos partes.