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¡Un “leyenda” del boxeo duerme frente al cementerio!

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“Kubala” y su leyenda de ganador de los “Guantes de Oro” esperan descansar en paz por la puerta número 6 del Cementerio General de Guayaquil. ¿Cuándo?, solo Dios lo sabe. Mientras tanto, a soportar el frío y los fuertes dolores reumáticos que pueden terminar con las fuerzas de cualquier ser humano.
Imagínese entonces cambiar su cálida cama, dormitorio, trabajo y comodidades para enfrentar la vida con su rostro pelado, solo cobijado por las estrellas y arrullado por las gélidas brisas de las madrugadas.
Quizá usted ni siquiera lo piense, pero para el boxeador y gloria de barrio, Jorge Luis Hernández, existen razones de peso para dormir en el portal de Rumichaca y Julián Coronel, frente al camposanto: reencontrarse con sus padres y su esposa, quienes se adelantaron en el viaje eterno.
Hace seis años lo encontré en la madrugada. Era el único residente de los portales más cercanos al cementerio. Para ese entonces había escuchado entre los callejones y vericuetos la leyenda de “Kubala”, un excampeón del torneo Guantes de Oro. Según Rafael Anchundia, ex campeón sudamericano de box, en el objetivo del certamen era encontrar talentos para este deporte en las décadas del  60 y 70. “Kubala” fue uno de los tantos campeones, pero el logro no prosperó. Para julio del 2006 seguía su rastro y lo hallé enredado en una vieja cobija y recostado en un delgado colchón.
Despertó con una sonrisa y sus manos deformes por la artritis trataron de apretar las mías en un saludo amistoso. Hacía frío en la madrugada. La mirada del menudo “Kubala” parecía iluminarse, tenía 54 años, pero parecía de sesenta y algo.
Desde un portal de Rumichaca, a pocos metros de Julián Coronel, el menudo hombre contaba desde su colchón su desdicha y su corta trayectoria por los cuadriláteros.
“Nací entre Piedrahita y Ximena, en una de las viejas casas. A mi padre, un jugador de fútbol callejero, lo apodaron Kubala por Ladislao Kubala, un futbolista europeo de los años 50 y 60”, relató.
Fue en estas calles donde Jorge  aprendió a tirar puñete y no fue sino hasta los 16 años cuando llegó hasta el club Barcelona, Maldonado y Coronel,  donde descubrió su talento.
Allí,  “Figurita” Villagómez le enseñó varios secretos de este deporte. Recordó a personajes como al fallecido Gianpiero Gallioti, presentador de box, que cuando lo vio le dijo a “Figurita” que el muchacho tenía talento. Así, siete peleas lo llevarían a la gloria y al campeonato de los Guantes de Oro en 1968.
En su última pelea se retiró con más de 80 sucres que el público le dio. Al llegar a la casa, su madre le dijo que no peleara más. El logro y el talento del pequeño “Kubala” en el box pasaban a la historia entre estas calles.

PERDIÓ A TODA SU FAMILIA

Luego de dejar el box por pedido de su madre, se empleó en una óptica cercana al parque Centenario. Cuando Jorge Hernández creía que su vida era normal, la muerte de su padre empezaría a marcar su destino de soledad. Varios años después se fue su madre y al final su esposa. La bóveda ubicada en la puerta número 6 fue comprada con la indemnización que le dio la empresa de gaseosas en la que trabajaba su padre.
“Kubala” pasó muy rápido estos capítulos de su vida. Con mirada triste dijo: “sin hijos y sin familia no me quedaron más ganas de alquilar departamentos, entonces salí a la calle a dormir”.  Sin comprenderlo aún, lo dejábamos en su soledad aquella noche del 29 de julio del 2006, cobijado por una manta vieja tratando de calentarse.  Seis años después lo volvimos a encontrar, esta vez con un peor semblante. Sus manos están muy hinchadas y no las puede cerrar. Sentado en una esquina de Piedrahita y Rumichaca, un pan de dulce era su merienda.

HASTA QUE LLEGUE EL FIN

Ahí, una vez más, con una sonrisa alegre, nos saludó y recordó la conversación de aquella fría noche del 2006. Su caminar era lento, la artritis había avanzado y en dos ocasiones estuvo al borde  de la muerte. Auxiliado por vecinos, Hernández fue llevado a un geriátrico de donde hace pocos días salió por no tener dinero, peor aún familiares que sustenten su estancia.
Nuevamente el viejo colchón lo esperaba y esta fue la última pregunta que le hicimos. “¿Hasta cuándo vas a dormir en este sitio?”. Con la mirada perdida, dijo: “hasta que mi madre me venga a llevar, pero mientras tanto lucharé contra esta vida solo junto a mi sombra”.



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