El patio de la casa que hace 20 días estuvo decorado para la quinceañera, ese mismo lugar ahora se convirtió en la sala de velaciones de los siete integrantes de la familia Toapanta Achachi. De la alegría pasaron a la tristeza.
A las 06:00 de ayer los vecinos de los nueve barrios de Quillán Loma llegaron hasta la vivienda que fue hasta hace nueve días de Luis Hernán Toapanta, que construyó con los 13 años de sacrificio cuando emigró a Italia. Todos se unieron. Colocaron carpas y arreglaron el lugar para despedir a sus amigos. A las 06:30 un patrullero escoltó al camión de la Policía Nacional que llevaba a cinco féretros.
No se sabía a ciencia cierta quién era quién, estaban irreconocibles y en estado de putrefacción. Gisela Toapanta, de 15 años; Cristina Toapanta, de 17; Leonidas Achachi, de 75; Angélica Chango, de 70; y Rosario Achachi, de 42 años, se presume que fueron los primeros en ser rescatados. Mientras que Luis Hernán Toapanta, de 45 años, y Angélica Achachi, de 43, fueron sacados de la quebrada de Yuquillai, a las 07:30 de ayer.
Mientras los cuerpos bajaban, los vecinos lloraban. Los cadáveres fueron ubicados en fila. Después de una oración, entre la multitud se escuchó el llanto desgarrador de un joven. Era Jonathan, de 14 años, hijo de Rosario Achachi. El adolescente solo quería que su madre se levante de aquella caja blanca. “Me diste la bendición, pero prometiste volver. Mamita mía levántate, te lo pido”, decía el chico. Muy cerca estaba Rosa Elvira Achachi, ella en el fondo esperaba que estuviesen con vida. Se encargó de pegar hojas volantes junto a su familia para que les ayuden a encontrarlos, pero no se imaginaban de esa forma.
Rosa abrazaba desesperada los féretros de sus padres. “No me dejes mamita, por favor no me dejes”, exclamaba Anita, mientras era sostenida por otro pariente. Nadie podía soportar tanto dolor.