Más no se podía pedir. En sesenta minutos, Marilyn Manson demostró de sobra por qué lo consideran uno de los mejores exponentes contemporáneos del rock industrial.
No importó la lluvia, tampoco haber esperado más de hora y media para verlo en escena luego de que las bandas teloneras ecuatorianas abrieran el concierto.
A las 22:50, el coliseo general Rumiñahui se convirtió en un verdadero templo, donde el “Reverendo” haría de las suyas.
Y para hacer honor a su apelativo, qué mejor que vestirse como un obispo, con el atuendo completo de pies a cabeza: túnica y mitra (gorro), todo de color rojo.
Así apareció para cantar el tercer tema de la noche, The Love Song, incluido en el álbum Lest We Forset.
A lo largo del recital, Manson cambió cinco veces de atuendo, usó sombreros y se puso máscaras, una más llamativa que otra.
Los guturales gritos del vocalista, acompañados de sus expresivos movimientos, hacían delirar a los más de diez mil fanáticos presentes.
Y qué decir de los micrófonos. No se limitaban a ser simples herramientas de sonido, estaban diseñados de tal manera que se convirtieron en parte del espectáculo. Desde una manopla de hierro hasta una suerte de puñal, fue lo que sostuvo entre sus manos el intérprete.
A mitad del show, todo el lugar se oscureció. Solo se escuchaban los gritos del público. De pronto una pequeña luz iluminaba directamente la cara del cantante, pero no se la podía apreciar a plenitud, pues llevaba puesto un velo negro con encajes, como los que usan las viudas para llorar a sus difuntos esposos.
La luz provenía del mango del micrófono. Lentamente Brian Warner entonó uno de sus covers más aclamados: Sweet Dreams.
Alzaban los brazos en un intento inútil por tocarlo, mientras él destrozaba una a una las luces incandescentes que estaban sobre la plataforma y apuntaban directo a su cara.
El delirio era total. Los vídeos de sus conciertos que circulan por Internet no mintieron, al contrario, se quedaron cortos con lo que la gente vio la noche del martes, en Quito.
“Ecuador, ¿saben que son el centro del Universo?”, dijo impresionado.
Sin duda uno de los momentos más sublimes de la presentación fue cuando literalmente devoró hojas de una Biblia.
Subido en una palestra negra en cuyo centro estaba dibujado el característico círculo con un rayo, Marilyn Manson tomó una Biblia de forro azul, la agitó de un lado a otro como si se tratara de un libro cualquiera.
De pronto la abrió en la mitad y se secó el sudor con ella. Por sus gestos despreciables, parecía que estuviera quitándose mugre del rostro. Luego, sin que nadie se lo esperara, arrancó lentamente las hojas, se las metió a la boca y las masticó.
No hubo sacrificios de animales, ni rituales satánicos, sino una bien elaborada puesta en escena pensada en entretener a los espectadores.
Para cerrar la noche y saciar las ansias del público, Manson dijo: “Quieren oír Gente Bonita (Beatiful People)?”.
No importaba si nadie en el coliseo no hablara inglés, con tan solo escuchar las dos últimas palabras sabían que se venía la canción más popular de la banda.
El auditorio no hizo más que corear junto a él. Conocían la letra de principio a fin, como si fuera una oración.
Después de eso, los músicos se despidieron agradeciendo por la acogida en la última presentación de su gira latinoamericana Hey, Cruel World.
La gente se retiró, todos comentaban asombrados las sensaciones que les provocó el concierto. Algunos, incluso, continuaban coreando las canciones que más les impresionaron.