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¡La fanesca antes se compartía!

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media tarde, con el sonar de las campanas, terminan las procesiones del Viernes Santo. Los penitentes que habían salido en ayuno hacia las largas caminatas regresan a sus casas en silencio, con la paz que solo el Creador puede dar.
A finales de la década de los cincuenta, los suburbios guayaquileños y de todo el país estaban de luto. No es para menos, el viernes mayor se recuerda el sacrificio de Jesús, quien murió en la cruz por nuestros pecados.
Ese día no se escuchaba música alguna, solo el rezar incesante del rosario que se emitía por varias estaciones radiales a volumen moderado.
Para esa fecha, la costumbre de terminar el ayuno del Viernes Santo para los penitentes era con la preparación de la fanesca, un plato que se arraigó en la costumbre del pueblo y que es una mezcla de todos los granos serranos y del bacalao, pescado que en un inicio fue importado desde Noruega y desde las aguas de las Islas Galápagos.
UN PLATO DE RICOS A POBRES El bacalao marca en este plato una gran diferencia de sabor, porque se combina y le da fuerza a los granos. Según el historiador Hugo Delgado Cepeda, de 91 años, esta mezcla tiene su origen precolombino en la Sierra, donde la llamaban Uchucuta y lo hacían como una actividad comunitaria especial para celebrar el solsticio del mes de marzo, pero que por los años veinte se arraiga en la Costa como un plato aliado con el bacalao.
 Desde esa época, en los barrios se compartía este plato con los vecinos y con los que menos tenían. Indicó el historiador que el intercambio de la fanesca entre las vecinas era también para comparar la sazón, pero lo más importante era dar y recibir en ese día especial, en que el comer carne está prohibido por las leyes religiosas.
Para quienes no tenían dinero para la fanesca se optó por las humitas, otra costumbre alimenticia también venida desde tiempos precolombinos cuando los indios que colmaron los territorios andinos desde Argentina hasta Venezuela las consumían.
Así, Delgado Cepeda sugiere que desde los años 20 nace el intercambio de la fanesca de los más pudientes con las humitas de los más pobres que las comían acompañadas con café en son de luto. “Hoy todo esto está venido a menos por la carestía de los granos y del pescado”, dijo.
Julia Ochoa, moradora del Guasmo central, cooperativa Reina del Quinche, coincide en que esta costumbre se terminó por el alto costo que conlleva preparar este plato para una familia de cinco integrantes. Según ella, se gastaría más de 25 dólares para una olla que engañe y satisfaga a cuatro personas, sin esperar que repitan este delicioso manjar. Atrás quedaron entonces las emotivas jornadas en familia cuando se preparaba la fanesca y se molía el grano a manivela en busca de la masa exacta para las humitas. Hoy es más cómodo pagar un dólar por la humita y cinco por un plato de esta combinación de granos y pescado. Quedó claro que el tiempo de la yapa quedó atrás en los días de regocijo y ayuno del Viernes Santo.



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