Esfuerzo, paciencia, dedicación y mucha habilidad fueron los ingredientes fundamentales para que una gran obra de arte se hiciera realidad.
Hace 35 años, la idea de construir una iglesia en miniatura se apoderó de Simón Espín, quien en ese entonces era estudiante de arquitectura y gracias a las enseñanzas de su padre era un gran carpintero y amante de la ebanistería.
“Un día un profesor nos mandó a realizar un trabajo en grupo que se llamaba Cúpulas, bóvedas y portones, entonces allí tuve la oportunidad de conocer varias iglesias y conventos de Quito y empecé a sentir el anhelo de plasmar todo lo que vi, en madera”, comentó Simón.
Su gran sueño empezó a tomar forma en 1997 cuando decidió hacer la primera pieza que constituiría la “única réplica en miniatura de la iglesia de La Compañía”.
Días, tardes y noches enteras se refugiaba en un pequeño taller construido en la parte trasera de su casa, ubicada en el sector de la Mitad del Mundo.
“Mientras en mi casa todos dormían yo me venía a mi rinconcito a seguir trabajando”, explicó.
Sin realizar ningún plano y solo con la ayuda de fotografías poco a poco iba realizando cada una de las partes que componen la monumental iglesia de La Compañía, convertida hoy en un museo de cultura, arte y religiosidad.
“Ya no me acuerdo cuántas veces tuve que ir a La Compañía para fijarme en cada uno de los detalles y luego venir rápidamente a hacerlos en mi casa”, manifestó. Sin embargo, cuando necesitaba ingresar para fijarse en cada una de las peculiaridades de la capilla no lo podía hacer, pues para ello necesitaba pagar un determinado precio y el dinero ya no le alcanzaba.
Y aunque el deseo de hacer que su trabajo culminara rápidamente era muy fuerte, las posibilidades económicas cada vez eran menos y hacían que su obra se vaya postergando. “En el 2000 dejé parada la obra porque definitivamente ya no tenía más plata para seguir gastando”, comentó.
Simón era el jefe de su hogar, su esposa era ama de casa y con el dinero que le producían los trabajos de carpintería que le llegaban, debía pagar los servicios básicos de su casa y dar de alimentar a su familia.
“Me daba pena no tener el dinero suficiente para acabar y ya no quise continuar, porque detrás de mi estaban mis hijos y mi mujer, a quienes tenía que dar de comer”, dijo.
Pero su propia esposa fue quien se convirtió en su mejor aliada, pues ella todos los días le daba valor para que de una u otra forma continuara con su trabajo. “Ella me repetía que si ya empecé algo lo tenía que terminar y ahora le agradezco infinitamente”, expresó Simón.
Finalmente de tanto ir hasta La Compañía uno de los guías del lugar le permitió entrar de manera gratuita, las cosas se iban facilitando poco a poco para culminar el trabajo. Cada vez que entraba a su taller veía los avances logrados.
SU METALuego de 15 años, Simón ahora ha planeado construir de igual forma todas las iglesias de Quito, sin embargo el dinero continúa siendo uno de sus más grandes impedimentos.
“Cómo me gustaría que las autoridades aprecien el arte, valoren lo que un carpintero sabe hacer y me apoyen”, exclamó un tanto melancólico.
Por ahora sigue realizando sus trabajos de carpintería como sus famosos bargueños, que son enigmáticas cajas con varios secretos para que nadie descubra en dónde se guardan documentos importantes, joyas o cosas que nadie puede ver.
También construye pequeñas iglesias para Navidad o algunos otros objetos a pedido del cliente. “Mi anhelo es jubilarme, pero haciendo todas las iglesias de Quito”, concluyó.
“QUEDÓ HERMOSA”Hoy que puede ingresar a un pequeño cuarto, junto a su taller, y puede ver su gran obra denominada “15 años en compañía de La Compañía”, el corazón de Simón y el de su esposa se llenan de alegría al saber que él no se dio por vencido, gracias al apoyo de su familia.
La hermosa iglesia en miniatura está compuesta por un total de 16 piezas y ninguna de ellas está unida con tornillos o tuercas, todo es a base de madera.
“Hice cada uno de los pernos que necesitaba con mi propia madera”, dijo sonriente mientras mostraba su trabajo.
Toda la iglesia está construida con cerca de 15 tipos de madera, entre cedro, nogal, chanul, platuquero, ciprés, canelo, aliso, olivo y otras. “Algunas maderas fueron traídas de otras provincias por amigos que sabían que me dedicaba a realizar este trabajo y me colaboraron”, comentó.
Su obra ha sido valorada por maestros de arte y antropólogos, quienes le han dicho que podría costar alrededor de 1’200.000 dólares. “Yo digo que es muy caro, pero todos me dicen que mi esfuerzo vale mucho”.
NUNCA FUE TARDE PARA APRENDERA los 61 años tuvo que aprender a tallar, pues esa técnica no había estado dentro de sus habilidades.
“Conocí a un maestro muy viejito, ya tiene 84 años, él me enseñó a tallar y se convirtió en mi tutor”, explicó Simón, quien ahora tiene ya 65 años.
Según comentó el artesano, en tallar un angelito se tardaba casi cuatro días, pues le gustaba hacer las cosas con perfección para que todo quedara definitivamente como en un sueño.
Al introducir la mirada a través de las columnas de la iglesia o por las pequeñas hendijas, lo que más llama la atención es el retablo mayor que brilla como si se tratara de oro.
“Precisamente es oro, ese retablo está hecho con pan de oro a igual que La Compañía”, comentó Simón.
Las cúpulas, las imágenes del interior e incluso las bancas son una copia perfecta de las originales. “Para hacer las sillas me tuve que ir muchísimas veces a la iglesia para ver su forma, sus detalles y posteriormente hacerlas”, dijo.