Evo Morales, investido ayer por tercera vez como presidente de Bolivia, ha pasado de aquel dirigente cocalero que fascinaba a propios y extraños con su porte humilde a ejercer, según le acusa la oposición, un poder personalista, aclamado por sus incondicionales con tintes casi mesiánicos.
Poco después de llegar al poder en 2006, Morales hizo famoso un sencillo jersey rayado con el que emprendió una gira internacional, un atavío muy distinto al elegido para iniciar esta semana su tercer mandato: un costoso traje de inspiración precolombina rematado con un pectoral de oro, lucido en la ceremonia ritual en la que fue proclamado líder indígena en las milenarias ruinas de Tiahuanaco.
Miles de seguidores, en su inmensa mayoría indígenas, aclamaron en esa fastuosa ceremonia de supuestas raíces ancestrales al mandatario, cuyo traje estaba valorado en unos 4.000 dólares, veinte veces el salario básico de Bolivia.
Este abismal cambio en la elección de atuendos plasma el meteórico despegue económico del país andino en la última década, pero también ilustra la evolución de Morales hacia una forma de gobierno lejana a la que puso en marcha cuando hace ocho años se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia.
Detalles como ese traje o su intención de erigir en La Paz un faraónico palacio de gobierno inspirado también en la arquitectura tiahuanacota, porque considera que el actual tiene connotaciones colonialistas, han sido utilizados por sus detractores para denunciar esa deriva de la personalidad de Morales.
El mandatario comienza este tercer mandato fuertemente cuestionado, ya que pudo presentarse a las elecciones de octubre gracias a una criticada interpretación de la Constitución boliviana por parte del Tribunal Constitucional.
La Carta Magna, promulgada por él mismo en 2009, establece que un presidente solo puede permanecer en el poder dos mandatos, con carácter retroactivo, pero el alto tribunal consideró que el primero de los mandatos de Morales no contaba porque Bolivia fue refundada como “Estado Plurinacional”.
Este escenario ha propiciado que opositores y analistas hayan alertado de que el mandatario estaría planeando su perpetuación en el poder, algo que él mismo ha negado en varias ocasiones, la última hace unos días, cuando insistió en que en el 2020 quiere volver a su tierra, al trópico de Cochabamba, y montar un restaurante.