Vive sumido en una dolorosa contradicción, más punzante que la aguja con la que le dibujaron un tatuaje en su pecho, justo sobre el corazón, pocos días después de perder a su madre, Luisa Quinto, el 27 de diciembre.
“Mamá, que Dios te tenga a su lado en la gloria, que por mi parte yo nunca te olvidaré...”, reza la leyenda, acompañada de una rosa negra. Pero los pinchazos de la pistola no fueron nada en comparación con el tormento que, al mismo tiempo, le supone ver detenido a su padre como sospechoso del crimen.
A sus escasos 21 años, Stalin ha visto cómo su familia se hace pedazos. Tal vez por eso haya optado por perdonar a su progenitor, si se demuestra su implicación en el asesinato.
“Ya perdí a mi mamá, pero no quiero quedarme sin papá. Si lo condenaran, sería como perderlo también para siempre”, resalta abatido a Diario EXTRA.
El joven apunta que el arrestado siempre se mostró como un hombre violento. Pero precisa que su madre solía enfrentarlo. Cuando él supuestamente la agredía, Luisa se defendía con un grueso madero que guardaba en su departamento, situado en el cantón Durán.
Pero el sábado 26 de diciembre, la mujer no tuvo tiempo para agarrar su ‘tuco’, como ella llamaba a su arma.
Según cuenta su padre, Jerónimo Quinto, el crimen “fue a traición”, ya que se produjo “mientras la víctima dormía boca abajo, cubierta con una cobija”. Una puñalada fue suficiente, al parecer, para acabar con su vida.
Aquella tarde, el sospechoso presuntamente salió “a libar”, señala Stalin. Algo “habitual” en él.
“Como a las cinco de la tarde, según me contaron, un conocido que consume droga se lo llevó al cerro (Las Cabras). Cuando regresó donde los amigos con los que tomaba, a eso de las siete, estaba cambiado, como ido”, rememora.
LLAMÓ A SU HIJOStalin sostiene que su padre regresó a casa de noche. Familiares de su mujer, que residen en otros departamentos del mismo inmueble, aseguran que escucharon una supuesta discusión. A nadie le llamó la atención, ya que presumieron que se trataba de otra de sus peleas. Luego llegó el silencio. Algunos allegados sospechan que el detenido simuló calmarse y se acostó, mientras ella se envolvía en la colcha.
Wendy, hermana de la fallecida, intuye que el sospechoso, con gran sigilo, presuntamente se levantó un rato después para apuñalarla. Porque en torno a las 23:00, una prima suya dijo escuchar cómo Luisa llamaba en varias ocasiones a su hijo.
Conforme a la versión dada por los allegados, el joven quiso ver qué ocurría, pero su papá se negó a abrirle la puerta. Entonces, otros parientes se acercaron a la casa e insistieron hasta que el arrestado los dejó entrar.
Allí estaba la difunta, cubierta con la manta y con una almohada en el pecho. Su rostro se veía pálido, como si le faltara la respiración, agrega Johanna, cuñada de Luisa.
Inicialmente, todos creyeron que el marido había tratado de asfixiarla con la propia almohada, porque a la mujer le faltaba el aliento para hablar. Una de sus hermanas, angustiada, le hizo el ‘boca a boca’ durante quince minutos, pero no sirvió de mucho. Luisa agonizaba.
Wendy y otros parientes decidieron retirar la colcha. Entonces comprobaron el origen del sufrimiento de Luisa. Había perdido la mitad de su sangre.
Sus familiares creyeron enloquecer. La llevaron a un centro asistencial y, acto seguido, a uno de Guayaquil. Pero antes de que hubieran pasado 24 horas desde el ataque, expiró su último estertor.
El hombre fue detenido y trasladado a la Unidad de Flagrancia de Durán. En la audiencia de formulación de cargos, el sospechoso no quiso hacer uso de la palabra, según consta en el acta judicial. Sin embargo, el abogado de este alegó que, el 26 de diciembre, su cliente estaba borracho y no recordaba nada. También indicó que, durante el tiempo de la instrucción fiscal, aportaría “los elementos de convicción para desvirtuar su participación y culpabilidad”.
TRISTE REENCUENTROStalin resalta que a pesar de su supuesta agresividad, su padre era incapaz de llegar al extremo de matar a su esposa. Es más, presiente que quien lo llevó al cerro le dio algo que alteró su manera de actuar. “Él tomaba, pero no fumaba ni cigarrillo”, adujo.
Hasta la fecha, solo ha estado una vez con su papá. Fue al día siguiente del suceso, en la Fiscalía, durante la audiencia de flagrancia. Pero no sintió rencor ni ganas de vengarse. Más bien le dio pena verlo en aquella situación. Ambos lloraron. Su padre le pidió disculpas y Stalin lo perdonó.
“No quiero que la ley lo sancione y que esté tantos años encerrado, más que todo por mi hermanito. No deseo que crezca sin tenerlo a su lado. Me duele porque, de todas maneras, -presuntamente- me quitó a mi mamá. Pero hay que resignarse”, remata.
“SI MI HIJA MURIÓ, ÉL TAMBIÉN”
“Si mi hija murió, él también murió para mí porque me la mató cobardemente, a sangre fría, de forma programada. Me la cogió dormida”. A diferencia de su nieto, el padre de Luisa, Jerónimo Quinto, prefiere perder de vista al sospechoso del crimen. Aunque no interpuso ninguna denuncia, él no le perdonará lo ocurrido. Y su esposa, Julia González, tampoco.
Luisa se desvivía por atender a su madre, que padece diabetes. Le cocinaba, la bañaba, la llevaba al médico… Ahora, Julia, que perdió una de sus piernas a causa de la enfermedad, se ve impedida para valerse por sí misma.
Tercera de seis hermanos, la víctima era “una mujer luchadora”, que trataba de sobrevivir con la venta de golosinas en su casa. Porque su esposo, con quien se había casado cinco o seis años atrás, “últimamente no tenía trabajo y -presuntamente- solo se dedicaba a la bebida”, resaltó.
Cuando tuvo conocimiento de los supuestos malos tratos, Julia rogó a Luisa que regresara con ella. “No sé por qué no se quería separar de él. No sé si lo amaba demasiado, si lo aguantaba por el niño o la tenía amenazada. No sé...”, cuestiona.
Pero por amor a su pequeño nieto, la señora prefiere “dejar las cosas como están” y que sea el juez quien decida el destino del detenido. No desea que, dentro de un tiempo, el niño pueda reprocharle el encarcelamiento de su padre.
EL PERDÓN DA TRANQUILIDAD
Independientemente de si el marido de Luisa fue o no quien la mató, la psicóloga clínica María Auxiliadora Cevallos subraya que el perdón es algo “necesario” para que Stalin recupere su tranquilidad vital. Desde su punto de vista, resulta comprensible que los padres de la difunta sientan resentimiento, odio, rencor o venganza, pero añade que eso aún les hará sufrir más. “Todo eso no les va a dejar vivir en paz y también hace daño al niño. Porque él se dará cuenta de lo que sienten sus abuelos”, manifiesta la especialista, partidaria de que todos los miembros de la familia, incluido el sospechoso, reciban tratamiento psicológico.