“Ofrendó su vida por la patria en el Cenepa”, reza la inscripción de la placa de reconocimiento a Alfonso Lamiña, fallecido el 22 de febrero de 1995 a raíz de una emboscada en medio de la guerra con el Perú. El monumento de concreto se constituyó en el recuerdo más preciado no solo para la familia, sino también para quienes lo vieron crecer en el barrio San Francisco, en Lumbisí, al este de la capital. La placa fue entregada por la Fuerza Terrestre del Ejército ecuatoriano días después de la muerte de Alfonso. La colocaron en una de las esquinas del pequeño parque del vecindario. Desde entonces cada 24 de mayo la gente celebra la Batalla de Pichincha y rinde tributo a la memoria del héroe caído. Autoridades locales, moradores y estudiantes de los centros educativos aledaños se aglomeran alrededor del monumento, lo que se constituyó en una tradición que el barrio repetía con orgullo cada año. Hace cinco meses la administración zonal Tumbaco decidió adecentar el lugar, equipándolo con bancas nuevas, juegos infantiles, áreas verdes y cancha deportiva. Los vecinos vieron con buenos ojos la intensión de las autoridades, pues consideraban que el lugar donde reposa el recuerdo de Alfonso merecía cambiar de imagen. Lo malo es que cuando los obreros retiraron la placa y adecuaron todo, no la volvieron a poner en su lugar, sino que la dejaron olvidada a un costado del parque. Al cabo de unos meses concluyeron su trabajo, recogieron sus herramientas y se retiraron. La familia Lamiña insistió para que pongan nuevamente el monumento, pero no los atendieron. Jesús y Teresa, hermanos del difunto soldado, sienten que la memoria del menor de sus hermanos fue burlada. Ella sostiene una fotografía en la que Alfonso desfila con su uniforme militar, la observa y con orgullo cuenta lo valiente que era. Murió cuando tenía 22 años. Fue a la guerra con el firme propósito de defender a la patria y dio su vida en ello. En días pasados, ella acudió a una dependencia municipal a reclamar porqué no ponían nuevamente la lámina de concreto, pero no obtuvo ninguna respuesta favorable. Jesús entra a la habitación de su madre. En la pared hay cuatro retratos colgados y toma una de la graduación de Alfonso, en la que posa abrazado a su progenitora. Se dirige al parque y con un poco de rabia dice que no permitirá que a su hermano “lo dejen botado”. Le duele que los responsables de la obra no hayan respetado el lugar que durante 17 años ocupó la lápida. Han insistido, pero hasta el momento no han conseguido nada alentador. Sin embargo, esto no los desanima, al contrario, como dice Jesús, “si es necesario nosotros mismo vamos a volver a colocar la placa de mi ñaño”. Tan convencido está de eso que le preguntó a un albañil amigo suyo cuánto tiempo les llevaría instalar el monumento. “Trabajando duro nos demoramos máximo dos fines de semana”, señala Jesús. La pequeña comunidad es muy unida y por eso se han comprometido en sumar fuerzas para agilitar el objetivo y así mantener viva su tradición de homenajear a su héroe local el 24 de mayo.
“Ofrendó su vida por la patria en el Cenepa”, reza la inscripción de la placa de reconocimiento a Alfonso Lamiña, fallecido el 22 de febrero de 1995 a raíz de una emboscada en medio de la guerra con el Perú. El monumento de concreto se constituyó en el recuerdo más preciado no solo para la familia, sino también para quienes lo vieron crecer en el barrio San Francisco, en Lumbisí, al este de la capital. La placa fue entregada por la Fuerza Terrestre del Ejército ecuatoriano días después de la muerte de Alfonso. La colocaron en una de las esquinas del pequeño parque del vecindario. Desde entonces cada 24 de mayo la gente celebra la Batalla de Pichincha y rinde tributo a la memoria del héroe caído. Autoridades locales, moradores y estudiantes de los centros educativos aledaños se aglomeran alrededor del monumento, lo que se constituyó en una tradición que el barrio repetía con orgullo cada año. Hace cinco meses la administración zonal Tumbaco decidió adecentar el lugar, equipándolo con bancas nuevas, juegos infantiles, áreas verdes y cancha deportiva. Los vecinos vieron con buenos ojos la intensión de las autoridades, pues consideraban que el lugar donde reposa el recuerdo de Alfonso merecía cambiar de imagen. Lo malo es que cuando los obreros retiraron la placa y adecuaron todo, no la volvieron a poner en su lugar, sino que la dejaron olvidada a un costado del parque. Al cabo de unos meses concluyeron su trabajo, recogieron sus herramientas y se retiraron. La familia Lamiña insistió para que pongan nuevamente el monumento, pero no los atendieron. Jesús y Teresa, hermanos del difunto soldado, sienten que la memoria del menor de sus hermanos fue burlada. Ella sostiene una fotografía en la que Alfonso desfila con su uniforme militar, la observa y con orgullo cuenta lo valiente que era. Murió cuando tenía 22 años. Fue a la guerra con el firme propósito de defender a la patria y dio su vida en ello. En días pasados, ella acudió a una dependencia municipal a reclamar porqué no ponían nuevamente la lámina de concreto, pero no obtuvo ninguna respuesta favorable. Jesús entra a la habitación de su madre. En la pared hay cuatro retratos colgados y toma una de la graduación de Alfonso, en la que posa abrazado a su progenitora. Se dirige al parque y con un poco de rabia dice que no permitirá que a su hermano “lo dejen botado”. Le duele que los responsables de la obra no hayan respetado el lugar que durante 17 años ocupó la lápida. Han insistido, pero hasta el momento no han conseguido nada alentador. Sin embargo, esto no los desanima, al contrario, como dice Jesús, “si es necesario nosotros mismo vamos a volver a colocar la placa de mi ñaño”. Tan convencido está de eso que le preguntó a un albañil amigo suyo cuánto tiempo les llevaría instalar el monumento. “Trabajando duro nos demoramos máximo dos fines de semana”, señala Jesús. La pequeña comunidad es muy unida y por eso se han comprometido en sumar fuerzas para agilitar el objetivo y así mantener viva su tradición de homenajear a su héroe local el 24 de mayo.