“Martha” es una mujer curiosa, atrevida y vivaz. Cuando entramos a su departamento, ubicado en una zona residencial de la capital lojana, lo primero que impresiona es el exquisito gusto de las combinaciones en cada pieza de su casa, el orden con que están colocadas copas de diversos tamaños y colores, junto al buen whisky, crean un ambiente agradable.
Ella nos invita a sentarnos para empezar una plática que acordamos hace días. El lujo de cada habitación resulta atractivo a la vista y es una isla de confort en el enmarañado mundo urbano del centro de la urbe.
Las paredes de su habitación tienen una tonalidad rosa, decoradas con mariposas de colores, quizás para que sus alas le ayuden a matizar sus sueños. Tiene cientos de zapatos -una pasión femenina escondida-, pues le gusta lucir bien. Muchos de ellos son regalos de sus admiradores, otros los compra ella. No le gusta llamarlos clientes, pues a pesar de que se reconoce como prostituta, dice vender su cuerpo a sus “amigos”, ya que ellos le dan el dinero para llevar una vida cómoda y sin privaciones.
En Loja nadie sabe a lo que se dedica. A simple vista es una hermosa mujer dedicada a su casa y cuando trabaja lo hace preferiblemente en su domicilio o fuera de la provincia.
Su palabra es sencilla y clara. El tiempo le ha enseñado que no hay que complicarse en rodeos innecesarios, pues como nos recomienda, “hay que decir las cosas como son”.
Los rincones de su vivienda parecen formar parte de un santuario, que no es precisamente erigido para un santo o una virgen milagrosa, sino dedicado a la muerte. Así es, aunque parezca increíble, “Martha” ha dedicado parte de su vida al culto a la muerte o como ella la denomina con cariño: La “Blanquita”. En su cuello lleva una cadena negra de la que cuelga un dije: es la figura de una calavera, de la Santa Muerte.
Ella es dueña de una mirada genuina que ha perdurado, a pesar de sus cuarenta años, aunque a decir verdad, sus conocidos y amigos reconocen a una persona que ha sabido conservarse -un cumplido que toda mujer anhela escuchar-.
Conoció a “Blanquita” a través de una amiga. Al principio, el hecho le pareció indiferente, sin embargo se animó a seguir el consejo, pues quien le habló por vez primera le relató sobre los “milagros y parabienes” del culto a la muerte. ASÍ CONOCIÓ A “BLANQUITA” Esa especie rara de devoción, mezcla de creencia popular y vivencias propias, la adquirió a los 25 años, pues, según relata, “Blanquita” llegó a su vida en un momento de dura crisis, donde se habían acumulado muchos problemas juntos: no tenía empleo, había deudas por pagar, debía alimentar y vestir sola a su entonces pequeño hijo y tratar de superar las huellas que dejaron algunos amores que le pagaron mal, así que decidió hacer la prueba.
Por algún tiempo buscó ese amor de telenovela y de cuentos de hadas, pero el tiempo le dio la certeza de que eso no sucedería. “Esos amores suceden solamente en la televisión”, comenta.
“Martha” hizo una promesa solemne: si la “Blanquita” le ayudaba a obtener dinero la veneraría por siempre. Por eso, cuando lo que había pedido se hizo realidad, ella viajó a México a traer la imagen de la Santa Muerte, como se la conoce popularmente. La réplica de la imagen reposa en un altar junto a piedras preciosas, monedas, una copa de vino y una infinidad de velas de colores. En el altar también tiene huesos y afirma “no le temo a los muertos, sino más bien a los vivos”.
Cada vez que le cumple un favor o una petición coloca velas y dinero en el altar como pago ceremonial. Además, participa de los rituales en honor a la Santa Muerte, donde se congregan miles de devotos -gente común, mujeres bien vestidas, sicarios, mafiosos- que agradecen por las fortunas obtenidas.
Pero, a pesar de la fortuna, lo único que anhela es disfrutar de la vida. Su hijo, que ahora se acerca a los veinte años, se casó y ahora vive sola. A pesar de que algunos caballeros la pretenden anhela en el fondo de su corazón enamorarse, desea con la pasión de una quinceañera amar y ser amada por el resto de sus días, “pues después de todo la vida sin amor se torna vacía y gris”.
Nos despide con una sonrisa dibujada en su rostro, que expresaba cierta nostalgia y melancolía por lo que nos ha contado. Es que eran las 23:00 y “Marcos”, uno de sus clientes, estaba por llegar. (FI)