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El Equilibrista de la República

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El semáforo cambia a rojo en la intersección de las avenidas Eloy Alfaro y República, en dirección oriente-occidente.
Los vehículos se detienen. A las ventanillas se acercan vendedores ambulantes que ofrecen golosinas, bebidas o cualquier objeto llamativo. Es lo típico que se ve en las calles más concurridas.
 De pronto aparece un hombre de mediana estatura, piel canela. Viste pantalón de tela color negro, camisa blanca y tirantes. No lleva zapatos, solo medias oscuras.
El ciudadano corre rápidamente de una vereda a otra. Del poste toma una cuerda gruesa y la une a un trípode metálico que está en el otro poste. La soga se templa y salta para agarrarla con ambas manos.
Sube los pies y se acuesta sobre la cuerda. Estira las manos para que todos lo vean. Se levanta y empieza a caminar ágilmente como si lo hiciera en el pavimento. No titubea. Mucho menos tiembla.
Una muchacha se acerca a él, le da una capucha negra y tres pinos de madera. El show apenas inicia. El hombre se coloca la capucha en la cabeza tapando por completo su cara y realiza malabares con los pinos con suma perfección.
Se retira la capucha, devuelve los pinos, da dos pasos más para bajar de la cuerda. Nuevamente corre de un poste a otro para zafar la soga y apoyar el trípode. Todo eso lo hace en contados cincuenta segundos, que es el tiempo que dura la luz roja del semáforo en aquella intersección.
Transeúntes y conductores se quedan perplejos admirando la habilidad del desconocido que sonriente saluda al público.
Los conductores y pasajeros bajan las ventanas de los autos para regalar unas cuantas monedas por tan impresionante acto. En sus rostros se nota sorpresa. Quienes caminan murmuran: “¿cómo lo logra? Es algo único”.
El semáforo cambia a luz verde y los carros arrancan, mientras el hombre aguarda su turno para volver a caminar en la cuerda floja.

CIRQUERO URBANO

El equilibrista es de origen colombiano, precisamente de Sincelejo, capital del departamento de Sucre, cerca a Cartagena.
Su nombre artístico es Michael. El real es Rafael Augusto Palacio Cárdenas. Tiene 30 años, una niña de 6 años y un pequeño de 3. Es refugiado y vino al país hace dos años.
Se vinculó a la vida del espectáculo cuando tenía veinte años. Ha pasado por varios circos, donde aprendió las habilidades que hoy le permiten ganar dinero para comer.
La vida del circo no era tan rentable. Por más que le apasionaba estar frente al público cobijado por una enorme carpa optó por buscar otro lugar donde las cosas le resultaran más rentables.
Así que hace cinco años se arriesgó a salir a la calle, motivado por un compañero de oficio que presentaba su espectáculo en la vía pública. Él le enseñó lo necesario para desenvolverse bajo el semáforo.
“Me salí del circo en Barranquilla. Ahí pagaban poco. Empecé a trabajar independientemente, vi que me iba mejor y decidí entregarme a esto por completo.
Recorrió numerosos lugares con su arte, capturando los aplausos de muchos y también los señalamientos de otros que no están de acuerdo con lo que hace.

El tiempo y las circunstancias difíciles en su tierra natal le obligaron a abandonar su país y probar mejor suerte en Ecuador.
Primero estuvo en Ibarra. Viajó a la Costa hasta que finalmente arribó a la capital. Se estableció en la intersección de las avenidas 10 de Agosto y Naciones Unidas.

LA TÉCNICA

Antes de armar su show. Estudia con detenimiento el lugar escogido. Mide distancias de poste a poste. Toma el tiempo que dura la luz roja. Observa en qué horas hay  mayor flujo vehicular, así como las seguridades del sector. Una vez apuntado todo. Trae sus herramientas de trabajo y se “apodera” del sitio, convirtiéndolo en una especie de “circo callejero”, porque no solo sabe caminar por la cuerda floja, también maneja monociclo y realiza más acrobacias.
La jornada empieza alrededor de las diez u once de la mañana. Rafael carga sobre la espalda una mochila con los implementos necesarios y en las manos trae los fierros para armar el trípode. Una vez que sujeta la cuerda con fuerza y coloca el trípode al otro extremo se pone el atuendo que es parte del espectáculo.
Hace ejercicios de calentamiento para que los músculos estén flexibles y sueltos para sus acrobacias.
Con el paso de las horas son muchas las personas que terminan asombradas viendo lo que realiza. Entre la una o dos de la tarde hace una breve pausa para almorzar. Descansa otros treinta minutos y nuevamente salta a la calle.
El “circo callejero” permanece hasta las 18:00, todo depende del clima o de la necesidad del artista.
Los fines de semana el trabajo es más intenso. Rafael aprovecha la cercanía del parque La Carolina para atraer la atención de más gente, por eso labora desde más temprano y a veces termina más tarde.

El público
El equilibrista de la República, como muchos lo llaman, se ha planteado el objetivo de abrir un circo propio en Colombia, con todas las de ley, para luego traerlo a Ecuador.
Como tiene bastantes amigos involucrados en el mismo arte callejero piensa incluirlos en el espectáculo. Quiere que su circo vuelva a reunir a la familia. Y que recorra varios países.
Tan firme es su sueño que tiene escogido el nombre y logotipo. Se llamará Circo Arcoiris y tendrá como imagen un arco multicolor, que represente alegría y variedad.
“Porque sí va a ser mi circo, lleno de emociones y atractivos, la gente no se va a cansar de verlo”, afirma con orgullo.

El público
No es extraño encontrar en las calles capitalinas a más de un artista callejero, ya sea con pelotas, lanzas de fuego, cintas, bolas de cristal y hasta magos. Pero el show de Rafael es único.
“Es realmente diferente. Nunca antes había visto algo así”, comenta Marlene Castillo.
Una niña y su madre van tomadas de la mano, se detienen un momento para observar al equilibrista, le dan unas monedas y continúan su paso.
Rafael menciona que muchas personas asocian al artista urbano con un consumidor de drogas o alguien sin oficio.
“No todo es bueno. Siempre te topas con gente que te ve mal o piensa que por estar en la calle soy drogadicto o algo así”, dice el artista.
Otro de los obstáculos que debe enfrentar es el miedo, pues es consciente que en las calles hay personas malas que atracan cuando el semáforo está en rojo.
“Sé que algunos prefieren no colaborar por miedo a ser asaltados, pero no todos somos así. Muchos vivimos de esto y por eso mismo no dejamos que gente mala venga a hacer daño”, expresa.



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