Con mirada triste y llevando aún el luto por la muerte de su hija, la madre de Kathiana Denisse González Rivas por fin aceptó hablar con EXTRA.
Pocos recordarán quién era Denisse, la simpática trigueña, de 18 años, a quien el puñal de su marido, de 22, le quitó la vida en la casa de su suegra, en Sauces 3.
Doña Myriam Rivas Prado lucha desde el pasado 22 de mayo para que su hija no sea solo una víctima más del crimen pasional, uno de los más comunes en el Ecuador. Porque eso ha sido hasta ahora Denisse: una estadística. Uno de los centenares de casos que EXTRA trata en su sección No las amamos, las matamos.
Doña Myriam literalmente revienta cuando enciendo la grabadora. Su llanto desgarrador no la consuela. Por el contrario, brota de su pecho como si se hubiera roto la represa de su inmensa amargura.
“Nunca me simpatizó ese muchacho, a mi hija le había dicho mentiras acerca de su familia; que su papá era un marino y su madre una doctora. Cuando Denisse salió embarazada decidí llevarla a casa de sus suegros para que se diera cuenta que su presencia molestaría a la madre de Nelson, quien nunca aceptó esa relación. Es difícil olvidarse de las palabras que esa señora le dijo a mi hija, con un coraje tan notorio y escasa vergüenza: “En esta casa no hay para un bocado más de comida”.
La actitud de la suegra entristeció a Denisse y su madre, testigo de la falta de afecto que la familia de Nelson Espinoza mostraba hacia la muchacha. Con rabia se hizo responsable de su hija embarazada, como más adelante lo haría con su idolatrada nietecita huérfana, Chenoa, de tres años.
UNA NIÑA FELIZ
Desde su infancia, Denisse fue una niña muy consentida por “sus dos mamás”, las hermanas Myriam y Zayda Rivas Prado, esta última la clásica tía engreidora.
“Mami Zayda” se encargó de criar a Denisse y su ñaño Vicente debido al trabajo de su hermana, quien labora en Daule.
En la terraza de su casa y bajo un incandescente sol, la madre de Denisse nos relató la conflictiva relación que padeció su hija con el muchacho que decía amarla, pero que terminó quitándole la vida con cuatro puñaladas.
Le queda su nieta, una criatura que todos los días por las mañanas, parada sobre un sofá, se asoma a la ventana para esperar el regreso de su mamá.
“Mi mamita se fue al cielo con unos globos de colores”, dice Chenoa Kathiana Rivas Prado, hija de Denisse y Nelson Espinoza Revilla. Su abuela y yo nos miramos desconcertadas. “¿Cuándo llega mi mami?” es una de las preguntas de la dulce niña que hacen estallar en profundo llanto a su abuela.
“A mi hija le daba todo lo que quería, nunca le hizo falta nada. Estudiaba en el colegio que eligió, consentía sus gustos al momento de comprar sus preferidos y caros cuadernos. Una vez le dije que se separara de ese individuo que nunca se hizo responsable de ella ni de mi nieta. Nelson siempre se excusaba cuando le pedía que buscara trabajo”.
Por un momento el silencio se hizo presente. Los ojos de doña Myriam se humedecieron, su voz entrecortada por las lágrimas pedía justicia para que el crimen de su hija no quede impune “como tantos otros”.
“Es difícil comprender cómo mi hija se fijó en una persona sin sentimientos. Traté de entenderla con mucha paciencia. Le decía que me explicara cómo era su comportamiento con ella. Denisse tuvo el tiempo suficiente para darse cuenta de la amarga realidad, pero su inocencia de adolescente le impidió prevenir el peligro”.
IBA PARA ESPAÑA
“Mi hermana llamaba para preguntarme si enviaría a Denisse a España, pero no queríamos que se fuera sin terminar sus estudios. Le tenía toda la lista de útiles comprada con lo que le solicitaron. Era su último año de colegio”.
Moradores de la silenciosa ciudadela Sauces 9 no olvidan las escenas de violencia que enmarcaron este trágico romance. Cada parque cercano a la casa de la víctima es un mudo testigo de las feroces discusiones entre Denisse y Nelson cada tarde, cada mañana, cada noche. De los gritos que atemorizaban a la chica cuando el amante celópata le exigía que saliera al balcón para asegurarse que estaba en casa y sin compañía.
Aparentemente el embarazo de Denisse le habría molestado a Nelson, “quien recibió la noticia con escasa alegría”, dice doña Myriam mientras entre sus manos sostiene la minúscula prenda favorita de su consentida: una colorida blusa que desde pequeña le gustaba usar más que ninguna otra.
“Los vecinos son testigos que hasta cuando estaba embarazada Nelson le pegaba. En una ocasión tuve que llevarla a la clínica para que no perdiera al bebé.
Hay muchas denuncias que instauramos en la Dinapen y en la Comisaría de la Mujer por los moretones que siempre presentaba mi hija en su cuerpo”. Pero nunca estas denuncias tuvieron una consecuencia. Si así hubiera sido, Denisse estaría viva.
“Cuando pedía una razón a los padres de Nelson sobre la actitud de su hijo me decían que “ellos no podían hacer nada, que eso era asunto mío, que viera la forma de resolverlo”. Incluso, para inscribir a mi nieta con sus apellidos decidí hablar con ellos. Pronto la niña entraría a la escuela y necesitaba ser inscrita, pero siempre me respondieron que inscribiera nomás a la niña con mis apellidos”.
Doña Myriam cree que Nelson tenía amenazada a Denisse “con actuar en contra de su familia”. Por eso la angelical joven, de alta estatura y cándida sonrisa, soportó una relación que terminó con su muerte.
“Cuantas veces la golpeó afuera de mi casa y ella siempre me decía que no quería poner en peligro a su familia, por eso Denisse no se podía separar de él”.
En febrero de este año, ella por fin tuvo el valor de denunciarlo porque la había golpeado en una calle principal cerca de su casa, en un incidente en el que incluso su tierna hija fue parte de la acalorada discusión. En ese momento los policías que circulaban por el sector se percataron de los hechos y capturaron al muchacho que le pegaba a Denisse. Por eso fue retenido cerca de un mes.
Habían pasado tres largos años y Denisse estaba decidida a terminar definitivamente su relación con Nelson. La joven quería retomar su libertad. Estaba aburrida de que, aunque nunca convivió con el padre de su hija, este no le permitiera salir, custodiándola todo el día.
CELOS, ¡UNA FUERZA CIEGA!
¿Cómo se puede pasar del amor al odio?, ¿cómo se puede matar a la persona que amamos?
Días antes de su asesinato, Denisse se negaba rotundamente a dirigirle la palabra a su expareja y no asistía a sus citas. Pero las amenazas la obligaban a ir a los brazos de su verdugo.
Fuimos a casa de la tía de Denisse, “Mami Zayda”, como ella le decía, quien conserva las fotos de la infancia de su sobrina.
Las hermanas Rivas Prado, sentadas en un sillón de la sala, se esmeran en buscar en las cajas polvorientas que sostienen entre sus piernas las fotos que recuerdan cada cumpleaños, cada momento familiar que las dos vivieron junto a la que ambas consideran su hija. Entre las decenas de imágenes mostradas por primera vez a un periodista estaban las de su entierro, en el cantón Palestina, de donde su familia es oriunda.
El menor de los GonzáleZ Rivas
“¡ERA UNA GORDITA INMADURA!”
Vicente, el hermano menor de Denisse, muerde las palabras como si sangraran mientras habla con EXTRA en este mismo parque donde su ñaña soportó tantos abusos.
“He llegado a perdonarlo. La justicia divina se encargará de él”.
“A la madre de Nelson no le interesaban los compromisos que él adquiría con varias mujeres dejando hijos como si fueran piedras en el camino.
No quería recordar a mi hermanita, a mi querida gordita inmadura, herida de muerte, desangrándose en las escaleras de la casa de su suegra y peor en una fría caja. Prefiero recordar a mi gordita como la última vez que la vi cuando sonriente me dijo que iba a la casa de una vecina”.
“Mi hermana era demasiado inocente, le gustaba jugar con los niños. Su mente no asimilaba que era una hermosa adolescente, quien a su corta edad tenía un cuerpo con unas curvas de mujer impactantes. Nunca logró madurar”.
Una anterior pareja del procesado le había comentado a Denisse que una madrugada él había trepado la pared de su casa de caña, en donde habitaba junto a su familia, llegando hasta su cuarto para caerle a golpes.