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¡De la paila al paladar!

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Cuando se habla del  coco  viene a la mente la hermosa  provincia verde de Esmeraldas, cuna donde mayormente se produce esta fruta y  con la que se elaboran las deliciosas cocadas. En Guayaquil varios esmeraldeños subsisten de la fabricación y venta del tradicional bocadillo endulzando el paladar de niños y adultos.
En el callejón C, de la cooperativa Jacobito Bucaram, Isla Trinitaria, donde las estrechas calles están rellenadas a punta de piedras, se percibe el olor a coco. Desde que la familia Hurtado, oriunda de  Borbón, llegó a vivir en este sitio puso en práctica la deliciosa receta de la cocada esmeraldeña, actividad con la que logró salir adelante, aunque el proceso de la fabricación y venta es algo duro.
“Hace 18 años vine de Borbón, Esmeraldas, porque allá no había trabajo. Además, la mayoría de las personas se dedica a la venta de cocadas y la competencia no es buena”, manifestó Francisco Hurtado, de 45 años.
“Vine sin nada, pero logré conseguir este terrenito donde  construí mi casa a base de la venta de las cocadas”, comentó Francisco, quien a la hora de hacer los manjares se convierte en el “hombre orquesta” de su prole. Es casado y tiene seis hijos que también ayudan. Cristian, el mayor, las  vende en el  Samborondón, donde tiene su clientela.
Al llegar a Guayaquil compartió su receta con unos cuantos vecinos que estaban desocupados, algunos por coincidencia de su misma tierra, hoy ellos también se dedican en su casa a la elaboración de este rico dulce.
 Francisco indicó que para ganarse la vida honradamente en esta ciudad hay muchas maneras, pero lamentablemente la mayoría de los cocaderos ambulantes como él al salir a las calles céntricas temen ser desalojados y por eso, aunque vendan menos,  transitan  por sectores marginales, diferentes recintos y parroquias de esta provincia del Guayas.
A la hora de vender el producto soportan altas temperaturas. Con sus carretas recorren grandes tramos para vender a sus clientes. “Gracias a Dios sí nos hacen el gasto”, aseguraron los miembros de la familia Hurtado.
Todos contribuyen en la ardua labor que demanda la fabricación de las cocadas. Dicha tarea  comienza desde las 07:00 y termina a las 19:00 con la venta del producto.   
“Este trabajo es en conjunto”, dijo Francisco, quien en un día se encarga de romper hasta cien cocos con un filudo machete. El líquido lo pone en un tacho. El agua de esta fruta no se bebe, porque, según ellos, es muy  grasosa y por eso la botan a la calle.    
Irónicamente los Hurtado, quienes por varios años preparan los dulces, afirmaron que dejan de comer cocadas cada cierto tiempo cuando se sienten empalagados.
Es en la sala de su vivienda donde se sientan a realizar su labor diaria y tradicional. De rallar y cocinar el dulce se encargan las mujeres del hogar. Una vez que la cantidad adecuada de coco está lista se la pone una paila grande, al igual que la  canela, azúcar y leche condensada.
Si la masa luce como goma  significa que está en su punto. Entonces se saca la paila del fuego y luego de unos minutos se elabora las cocadas en forma manual o en pequeños moldes.

150 DÓLARES
Para mantener este pequeño negocio se requiere un capital de 150 dólares semanales. El saco de coco está como mínimo en 100 dólares. El fruto tiene que ser café,  porque el verde no sirve. En un costalillo pueden haber cocos rancios. “ Estos van  a la  basura”, manifestaron los Hurtado.
La cocada blanca se hace rallando el coco, pero sin la cáscara, mientras la negra va con todo, dijeron los cocaderos.

“VENDERÍAMOS MUCHAS COCADAS”

“Si pudiéramos trabajar tranquilamente sacaríamos mucho más de  treinta  dólares  diarios, pero a veces solo ganamos diez para la comida. Cada cocada cuesta cincuenta  centavos”,  señaló Renato Mendoza, guayaquileño, quien aprendió el oficio de su vecino, Francisco Hurtado. Él suele llevar unas trescientas cocadas, blancas y negras, para vender.
Para la venta del producto los cocaderos organizan  el  recorrido que harán. “Deambulamos por la Isla Trinitaria y Guasmos, quisiéramos vender en el centro, pero a  veces no lo hacemos para no estar en  zozobra”,  comentó Mendoza.
Renato cree que en otros trabajos  no se ganaría como en su actual negocio y no le alcanzaría  para mantener a la familia.
Indicó que cuando está mala la venta entre su mujer y él hacen veinte dólares diarios. Con este dinero paran la olla y reúnen para la compra del producto y los ingredientes. “Eso lo compramos semanalmente”, dijo el hombre.

UNA FÁBRICA PARA TODOS

Francisco Hurtado, Renato Mendoza y Liset Quiñónez comentaron que desde hace cinco años anhelan contar con una pequeña fábrica en el sector donde viven, pero por falta de recursos   no han podido hacer realidad este sueño. Con la fábrica el trabajo sería mejor y habría cabida para más personas, pero para esto necesitan tener máquinas industriales como licuadoras y ralladoras eléctricas, artículos costosos.
Esta idea de la fábrica se mantiene fija en la mente de Francisco Hurtado, quien fue el primer emprendedor en el callejón C, al   compartir el oficio con algunas personas. Cree que sería una solución para dejar de vender en forma ambulante y dedicarse mejor  a la distribución en diferentes puntos de venta.

OPINIONES DE CLIENTES

“Me gustan las cocadas hechas por manos esmeraldeñas, me parece que son más ricas.   Yo siempre le compro a la jóven”.
Belén Ochoa, clienta de Liset en Abel Castillo y Gómez Rendón.


“Me imagino que hacer las cocadas tiene que ser una actividad tediosa,  venderlas también, porque los vendedores andan en pleno sol. Son muy buenas, sirven para hacer entrar en calor”.
Amanda Encalada.

“ME RALLO DE 40 A 50 COCOS”

Liset Quiñónez Montaño a sus 22 años también se dedica a la fabricación de cocadas. Ella, su madre y dos hermanos son oriundos de la provincia verde. “Rallo de cuarenta a cincuenta cocos en el día”, señaló la joven, quien hace bolas de coco con sabor a anís.
Liset encarga su carreta a una persona que vive en la parroquia Febres-Cordero. Para vender recorre desde la 13 y Gómez Rendón hasta   Lizardo García, donde se reencuentra con su madre, quien también empuja una pequeña carreta sin parasol.

OTRO VECINO

Otra persona que aprendió este oficio de sus vecinos, los Hurtado, es Javier Montes, de 38 años. Él se las ingenió para rallar más rápido los cocos, en una tabla de moler pegó una cuchilla en forma de machete donde mete el coco y en cuestión de segundos lo desintegra en filamentos.
Al igual que los Hurtado trabaja junto a su familia y tiene sus  pailas donde elabora el producto. A las 15:00 sale a vender en su carreta, recorre varias escuelas y colegios del suburbio.



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