C uatro jóvenes mantienen una tradición que se conserva desde la época de la colonia. Con las oraciones encaminan a las almas a retornar al purgatorio. Por primera vez en tantos años los acompaña un perro al que lo han bautizado como “Negro”, quien no le tiene miedo a las campanadas como los de su especie que salen corriendo en busca de refugio.
Este es todo lo contrario, se mantiene calmado y en silencio. Es el nuevo compañero de “los pastores de almas” en Patate, provincia de Tungurahua.
Son las 21:30 del lunes, cuatro hombres aparecen en la penumbra de las desoladas calles del cantón. Tres de ellos visten túnicas blancas y uno de rosado. Cuando las personas duermen, en el silencio retumban varios campanazos: tan...tan...tan, todas son pausados. Entonces empieza la oración “por las benditas almas que están en el purgatorio…un padre nuestro... y Ave María..”, terminan los rezos y caminan. Eso lo repiten en cada esquina de las calles de Patate.
El recorrido se extiende hasta las cuatro de la madrugada del siguiente día, peregrinaje que lo hacen quince días antes de iniciar la época de fieles difuntos.
TRADICIÓN QUE SE MANTIENE
Pocas personas se asoman a las ventanas de sus hogares, mientras los más jóvenes se ríen y burlan entre ellos.
Me uní al grupo para fotografiar ese momento preciso. La tradición se conserva en Patate desde la época de la colonia.
Es el recorrido del animero, quien ataviado de vestidura blanca, con una vara, camina desde las 21:00, todas las noches, desde el 15 de octubre hasta víspera del Día de los Fieles Difuntos, por las calles del centro urbano y rural de la ciudad.
Ese lunes el recorrido se lo hizo en la zona urbana. Los perros aúllan. “Negro” está con ellos y parece que está acostumbrado a este actividad.
Ahora quien ha tomado el bastón de líder es Luis Pascual Guamán, de 30 años. Es ingeniero agrónomo y dice que desde pequeño salía con su papá Luis Artemio Guamán, 72 años, el animero oficial de Patate, quien por su edad sale poco.
“Esta tradición viene de familia, primero empezó mi tatarabuelo, luego mi abuelo, mi papá y ahora yo”, dijo el “pastor de las almas”.
OTROS ESTÁN EN LA PEREGRINACIÓN
A esta actividad que es considerada como un acto de fe y devoción por quienes partieron de este mundo se une Luis Guamba, de 40 años, 10 de los cuales ha dedicado a seguir al animero. Recuerda que cuando era niño le temía a la oscuridad y a los “cucos”, pero de a poco se unió a don Luis Artemio, quien le enseñó a cantar y tocar la campana.
Christian Caicedo es el más joven, tiene 18 años y asegura que le siguió los pasos a su hermano que por los estudios dejó la peregrinación. Germán Aguilar, de 20 años, es el único costeño, oriundo de El Oro, se unió recién a este grupo y dijo que todo lo hace con respeto, cuya finalidad es encaminar a las almas al purgatorio.
EMPIEZA EN EL CEMENTERIO
Dicen no temerle a los muertos. Pero en ese momento mi piel se erizaba. Los cuatro pastores de almas llegan primero al camposanto. Abren las puertas y son los únicos que caminan sin temor en medio de las tumbas.
El viento sopla fuerte en la ciudad de la “Eterna Primavera”. No hace frío, pero las hojas de los árboles se mueven y el panorama es como de aquellas películas de terror. El aroma de las rosas que están sembradas en cada tumba se percibe de lejos.
Pascual se acerca y persigna frente a la tumba del abuelo Ángel Guamán, quien falleció en noviembre de 1977. Todos se unen y hacen referencia con un padre nuestro y un Ave María. Hay silencio. Nadie se mueve y parece que todo se detiene en ese corto espacio de tiempo. No pasaron diez minutos, pero para mí fueron eternos. Era mi primera ocasión dentro de un cementerio en horas de la noche y madrugada.
Buscan la tumba más abandonada
En medio de aquel paisaje lúgubre hacen sonar la campana y buscan la tumba más abandonada. Empiezan a rezar por el descanso eterno de las almas que se encuentran en el purgatorio. El frío se adueñó de mi cuerpo, pero debía quedarme junto a ellos.
“Lo que hacemos es orar por aquellas almas olvidadas y por los que han partido de este mundo para que sus almas tengan descanso”, expresa Guamán, para quien esta es una tradición que empezó hace 90 años.
Ese día la jornada culminó a las 00:30. Todos encerrados dentro del camposanto, donde el color blanco de las tumbas se perdía con el de las túnicas. Al final el animero y sus acompañantes se despidieron de todas las almas y rezaron porque no falte el pan de cada día en las familias.