Con una buena rola de blues interpretada con la ayuda de su armónica, el joven candidato presidencial por Ruptura 25, Norman Wray, se quitó los formalismos para mostrarse en EXTRA como es.
La música es una de sus grandes amigas, pero sobre todo la que le permite sacar sus miedos, sus frustraciones y también expresar sus anhelos y sentimientos.
“Tocar la armónica es como un exorcismo que me libera de todos los demonios”, señaló entre risas Wray, mientras pasaba sus dedos por el pequeño instrumento de viento.
La pasión por la armónica nació en 1994, cuando, caminando por la zona de La Mariscal, junto a una tienda de venta de camisetas, escuchó el melodioso e interesante sonido de este instrumento.
“Me acerqué para ver quién tocaba y encontré precisamente a dos grandes, al viejo Napo con una guitarra y a Mao Vásquez con su armónica”, dijo.
Ese momento marcó su vida y comprendió que el corazón le latía con fuerza, porque precisamente había nacido para enamorarse del blues y del rock, sin dejar de lado también los buenos pasillos y las canciones andinas.
Desde entonces Norman ha practicado junto a grandes como Sandro Celi y Vásquez (armonistas ecuatorianos), quienes se convirtieron en sus más pacientes maestros.
Pero la afición no quedó solo allí, Norman hizo de su habilidad de soplar y mover las manos un verdadero arte.
“En la universidad empecé a mejorar y formé un grupo musical con otros compañeros, todos estudiamos derecho, pero también amamos la música”, indicó.
“Los tigres del chaulafán” decidieron darse a conocer entre las luces y los tablones del escenario.
“Escogimos ese nombre porque en la universidad éramos unos tigres para comer chaulafán en tarrina”, comentó.
Ahora la armónica y sus dotes de artista le sirven también para ponerle ritmo a su campaña. Junto a su “hermano guapo”, como llama a su hijo Joaquín, de 17 años, puede conversar horas de horas sobre música y un par de veces tocarse unas cuantas tonadas, en donde se escucha su capacidad de soplar en la armónica y las rápidas manos de su hijo para tocar la batería.
“Si no le va bien en la campaña le veremos a mi Pa tocando su armónica en los árboles, ahí se ha de ganar un buen dinerito”, dijo entre risas Joaquín.
Para Norman, conquistar a una mujer se hace un poco más complicado, aún así prefiere dejar de lado las baladas y apostarle a la poesía de Joaquín Sabina.
“Conquistaría con unas buenas palabras, pero la verdad no sé si funcione”. De lo que si está completamente seguro es que la música le recorre por las venas, al igual que a su hijo, a quien no le cantó canciones de cuna. “Siempre preferí hacerle escuchar los Rolling Stones”.
Norman es casi una estrella, pues ha demostrado sus habilidades en algunos conciertos, en donde deja de lado el terno y la corbata para ponerse cómodo y hacer vibrar a su público.
“No soy aniñado”
Diversos trabajos en el campo, en comunidades indígenas, en contacto con la naturaleza, le enseñaron a vivir como el pueblo y a conocer las necesidades que existen.
“Muchos piensan que porque mi apellido es inglés soy aniñado, pero no, vengo de una familia de clase media, eso sí bien trabajadora”.
Estuvo en un colegio de “niños bien”, pero la mejor experiencia de su vida fue poder cambiarse a una institución pública, en donde aprendió a conocer a personas que se quedaron grabadas en su corazón y, sobre todo, le llenaron de aprendizajes, “que no se obtiene en el salón de una clase aniñada”.
Hechos que han marcado su vida, como ver a una anciana vendiendo papas cocinadas hasta la medianoche, hicieron que forjara su doctrina política izquierdista.
Sus principales aliados, y también sus grandes detractores, son sus hijos Joaquín y Francisca, quienes lo aplauden en sus ideas, pero también las critican y les dan un toque juvenil.
“Son mi gran apoyo, aunque ahora me reclaman que no paso tiempo con ellos, eso me duele mucho”.
UN REBELDE A MUCHA HONRA
Desde que tenía 6 años, la curiosidad por aprender y aventurarse le hizo meter la pata más de una vez.
“Era un niño curioso, por eso decidí subirme al carro de mi padre y lo choqué contra la puerta del garaje, me escondí detrás de las cortinas para que no me encontrarán”, recuerda entre risas y asegura que fue una buena manera de comprender que “dañando se aprende”, para no volver a cometer el mismo error.
En su época de adolescente era un verdadero “demonio”, como él mismo lo dice, mientras se carcajea.
“Estudié hasta quinto curso en el colegio Americano, pero me gradué en el Benito Juárez, institución pública”.
Norman asegura que mientras estudió Química en el plantel particular, no se sentía completo, pues eso no era lo que le gustaba, además no era muy aplicado, prefería ver ceros en su cuaderno, pero tener lleno el corazón.
“Prefería ir a las laderas para ayudar a gente pobre y saber cómo vive y cuál es la realidad de mi país antes que estudiar”.
Cuando se cambió de colegio, también decidió comenzar otra especialidad y estudiar Ciencias Sociales, donde se sentía todo un experto.
“De ser un vago me gradué con honores”, dijo, mientras su hijo lo escuchaba y se reía.
Norman aseguró que cuando salió del colegio sus profesores debían haberle agradecido a la vida, pues al fin se libraban de un muchacho que no se quedaba callado ante nada, su único objetivo era despejar sus dudas.
“Me quedaron buenas enseñanzas de los profesores, en especial de aquellos que sabían resaltar los potenciales de los estudiantes, era bueno para esto de hablar y todos necesitamos que alguien nos haga sentir importantes”.
De su época colegial recuerda los apodos que se quedaron grabados para siempre.
“A nadie le gustan los apodos, pero te acostumbras”.
Uno de sus primeros sobrenombres se lo colocaron luego de protagonizar al capitán Morgan, en una obra de teatro, posteriormente también lo llamaron “broken windows”, pues jugando “se atravesó un ventanal”, sin resultar herido. Es un verdadero gato con siete vidas.
Norman afirma que es rebelde, pues desde joven aprendió que las minorías deben ser respetadas cueste lo que cueste.
“No tengo miedo a luchar por defender a la diversidad, a la naturaleza, a los vulnerables”, dijo.
Se declara un hombre en rebeldía ante las injusticias y está convencido de que si le cierran una puerta la volverá a tocar una y mil veces más.
“A mis hijos les enseño a ser rebeldes, pero no malcriados, siempre a través del respeto se logra todo”.