María Dominga Maguase Angulo tiene 55 años y una artritis reumatoidea que la obliga a estar sentada sobre una silla de ruedas. Hace seis años sus manos se deformaron debido a esta enfermedad. Tiene los tobillos y rodillas inflamados.
Ponerse de pie le resulta un suplicio, pero nada se compara con el dolor de su corazón por la desaparición de su hermana menor Rosalba, de quien no sabe nada hace 41 años cuando fueron “esclavas”, según ella, de una familia en Quito.
Doña María, oriunda de San Lorenzo, de la provincia de Esmeraldas, recuerda con lágrimas la cadena de sufrimientos que vivió en manos de una supuesta familia López Castro, domiciliada en Quito.
Tenían solo 7 y 9 años, respectivamente, cuando María y su hermana Rosalba fueron regaladas por su madre a esta familia que las trataron con crueldad, privándolas de sus derechos, cuando prometieron criarlas como sus verdaderas hijas.
Con el rostro mojado por las lágrimas, María recuerda los momentos de hambre que pasó con su hermana. Muchas veces, asegura, se alimentaron con labaza (desperdicios de comidas que se utilizan para alimentar a los cerdos).
Espera que su consanguínea haya escapado de los maltratos de esta gente. “No sé si mi ñañita huyó de esta familia o se murió de tanto maltrato”, manifestó María, quien desea “antes de cerrar mis ojos tener la alegría de encontrarla”.
UNA VIDA DIFÍCIL
Pedro Pablo Maguase Mailongo y Margarita Angulo Perea procrearon tres niños: María, Rosalba y Juan Carlos, este último “murió de una infección”, señala María.
“La vida para nosotros fue muy dura”, dice María, quien ahora reside en la cooperativa Nueva Prosperina, de Guayaquil.
Estos recuerdos también la abruman y la deja sin palabras, pero hace una pausa, respira profundo, calma el dolor interno y continúa.
“En Esmeraldas mi madre lavaba ropa, uno de sus clientes que esporádicamente iba a esa ciudad era un abogado de apellido López, quien tenía su hogar en Quito”.
Aún se pregunta qué le habría dicho este señor a su mamá para que ella accediera a regalarlas. “Lo único que sé es que este señor nos iba a dar estudios, pero esto nunca se dio”.
La primera que fue entregada a la familia López Castro fue Rosalba. Fue trasladada de Esmeraldas a Quito. Tiempo después le tocó el turno a María.
“Recuerdo que la casa de los López era de tres pisos y quedaba por el parque La Alameda”, cuenta.
En el hogar de los López, María se reencontró con su hermana, quien la llevó a un escondite en la vivienda para contarle las penurias a las que supuestamente era sometida por esta familia.
Las obligaban a realizar los quehaceres domésticos. Las tareas aumentaron con el paso de los días y cada vez eran más discriminatorias.
MOMENTOS DE TERROR
Según María, uno de los hijos de los dueños de casa, un joven de unos 18 años, que estudiaba en un renombrado colegio de la capital, “nos ponía a hacer cosas pesadas. Todos los días tenía que llevar el tarro de labaza hasta la vivienda de un señor. Para ir allá cogía un bus. Barríamos y trapeábamos toda la casa. A veces no nos daban de comer bien y pasábamos con hambre”.
Los crueles castigos aparecieron cuando un día escondió en una escalera un pan “cara sucia”, que tanto le gustaba, para compartirlo con su hermana. “El hijo del patrón me descubrió y nos puso corriente en las manos. Fueron varias veces que nos castigó de esta forma que nos hacía temblar en el piso hasta que nos desmayábamos”, asegura.
Otro de los castigos a los que eran sometidas consistía en meter sus manos por horas en un recipiente con agua helada, “creo que por eso ahora sufro de artritis”, dice María mientras llora al rememorar las torturas de su niñez. Tantos fueron los abusos que María intentó lanzarse de la terraza del domicilio para acabar con su vida.
“El joven de la casa nos arrastraba de los cabellos y realizaba actos obscenos frente a nosotras”.
Estuvieron sometidas a todo tipo de abusos y a muy corta edad les fue arrebatada la inocencia.
EL ESCAPE
María y su hermana menor decidieron escapar de la casa de los López Castro. Para esto hablaron con una vecina de ellos, quien les propuso llevarlas a otro lugar donde trabajarían sin recibir maltratos.
Las ñañas planificaron el escape del hogar. Rosalba debía salir primero para no levantar sospechas y luego María.
“Mi hermana salió primero, pero yo no pude hacerlo. Pregunté a la vecina si había visto a mi ñaña, pero ella me dijo que no. Desde entonces Rosalba desapareció. Yo tenía 14 años”.
Los López Castro le dijeron a María que habían encontrado a Rosalba en un “antro con la ropa rota”, pero ella no entiende porqué no la llevaron de vuelta al domicilio. María no se dio por vencida y tiempo después fugó de la vivienda. Lo hizo con dos vestidos y varios interiores para su consanguínea a quien jamás encontró.
Perdonó a su madre A los 32 años, cuando era madre, por casualidad se reencontró con su progenitora en un velorio en su natal Esmeraldas. De la emoción ambas lloraron, se abrazaron y se perdonaron. Margarita Angulo le explicó que fue engañada por la familia López Castro y que varias veces fue a Quito a buscarlas, pero nadie le dio razón del paradero y comentó que ella también había sufrido.
Eugenia, la hija mayor de María, conoce la terrible historia. “Es algo increíble lo que ella ha vivido. Pero como cristiana que soy le he dicho que Dios se encargará de hacer justicia. Si ese hombre aún vive debe arrepentirse y pedir perdón por tanto daño que hizo. Lo único que queremos es saber qué pasó con la hermana de mi madre, Rosalba Maguase Angulo”.
En estos momentos María Dominga solo anhela encontrar a su hermana Rosalba. “Mi corazón me dice que estaría viva. Si alguien conoce dónde está, favor llámeme”.
Quienes sepan del paradero de Rosalba Maguase Angulo pueden comunicarse con María a los teléfonos: 090970289- 085003710-081289940.