Habita en las tierras remotas, allá “don-de moran los espíritus protectores” de la selva y abunda la fauna silvestre. ‘Yana puma’, como ellos llaman al jaguar negro, nunca se acerca a su comunidad. Es un animal poderoso y solitario, que trata de preservar el orden de la Amazonía y “vela por todos los animales” que anidan en ella. “No se deja ver fácilmente”, resalta a EXTRA Dionisio Machoa, presidente de los sarayakus entre 2004 y 2009.
Para este pueblo kichwa asentado junto al cauce del río Bobonaza, a unas cinco horas en canoa desde el puerto más cercano a Puyo (Pastaza), el jaguar o ‘jatun inchik puma’ es una criatura sagrada, más aún si tiene el pelaje oscuro.
José Gualinga, quien fuera su máximo representante entre 2011 y 2013, llegó a encontrarse cara a cara con un ejemplar común hace ya “algún tiempo”. El felino le clavó sus ojos, pero él no rehuyó el contacto visual. Mantuvo la calma. Y no solo porque desde niño le hubieran enseñado que el mamífero rara vez se enfrenta a los humanos, sino porque sus paisanos, que mantienen una lucha abierta contra el Gobierno ecuatoriano para que el petróleo no emponzoñe su hogar ni sus ideas, se consideran “descendientes” del animal. El jaguar, parsimonioso, se dio la vuelta y se marchó.
“Nosotros lo respetamos. En nuestra comunidad, de 1.200 habitantes, no se han registrado ataques a personas, solo a perros cazadores. Únicamente nos defendemos del felino si percibimos una amenaza seria. Pero es muy raro que se enoje salvo que esté perdiendo su hábitat y haya demasiadas alteraciones humanas en su territorio como, por ejemplo, debido a la construcción de una carretera”, puntualiza Gualinga.
En la otra vidaLos sarayakus consideran que las criaturas “de la selva viviente”, incluido el hombre, están “interconectadas” y forman un solo ser. De ahí que los ‘yachaks’ o chamanes sientan que se convierten en jaguares durante los rituales de la ayahuasca.
“Cuando toman la planta, pueden percibir la fuerza, la belleza, la agilidad y los instintos del mamífero”, agrega. Tras su muerte, la madre Naturaleza suele recompensarlos y les permite “reencarnarse” en estos felinos para salvaguardar ese equilibrio invisible que hace fluir la vida en la Amazonía sin más sobresaltos que los ocasionados por la codicia humana. Como atestigua Machoa, tal vez sean los espíritus de los ‘yachaks’ difuntos quienes ocasionalmente, cuando los lugareños “cometen un error”, envían al jaguar para que mate a algún animal doméstico.
El relevoHubo una época en que los chamanes “administraban los territorios” de los sarayakus. Pero hace medio siglo, la comunidad, hasta entonces dispersa, se organizó y creó una estructura de gobierno. Aunque los indígenas decidieron conservar sus raíces, la llegada del cristianismo a finales de la década de los sesenta cambió su forma de relacionarse con el entorno que tanto aman.
“No queríamos a los misioneros. Un ‘yachak’ recibió varios disparos por no acudir a la iglesia, que construyeron muy rápidamente. Para ellos, los ‘yachaks’ eran brujos. A raíz del incidente, el pueblo se levantó, combatió contra los militares y quemó la bandera tricolor. El conflicto terminó con varios presos. Y algunos vecinos se convirtieron al catolicismo”, subraya.
Al menos, los sarayakus no han corrido la misma suerte que otros pueblos indígenas, cuyas tradiciones han perecido a causa de “la globalización”. Gualinga advierte que algunas comunidades están adoptando “las costumbres de los colonos” y ejecutando “prácticas terribles” contra los animales: “La cultura occidental supone una amenaza mucho mayor que las garras del jaguar. Debemos interiorizar la importancia que la Amazonía tiene para el planeta”.
Hoy quedan pocos ‘yachaks’ de avanzada edad en el pueblo, unos ocho o diez, pero “varios jóvenes” están tomando el relevo. Son los padres quienes deben expresar su deseo de que el futuro primogénito de la familia se dedique a adquirir y desarrollar los conocimientos ancestrales del chamán, basados en el uso de plantas medicinales y en la capacidad de invocar a los dioses de la Naturaleza para sanar a los enfermos.
Desde el nacimiento del bebé, la madre sigue una dieta especial a fin de que su leche lo purifique. No puede comer carne, usar sal como condimento ni beber chicha. “El proceso es muy largo. Los maestros van preparando a los niños poco a poco”, apunta Machoa.
Algún día, cuando concluyan su formación, ellos también oficiarán las ceremonias de la ayahuasca. Y lo harán en la oscuridad de la noche, al abrigo de los cantos que los nativos profesan en honor al universo, la Tierra y los espíritus que rondan la selva.
Un culto con al menos 5.200 años
Incas, mayas, aztecas… Todos lo adoraban. Pero el culto al jaguar nació mucho antes que los grandes imperios latinoamericanos. De hecho, data al menos del Neolítico. Así lo asegura el arqueólogo guayaquileño Jorge Marcos, miembro de las academias de Historia ecuatoriana y española.
Este experto halló unos restos de gran valor en la provincia de Santa Elena, que le permitieron demostrar su tesis. El más reseñable fue una pequeña figura de un ‘yachak’, que portaba una piel del felino sobre la cabeza. Las pruebas con carbono 14 desvelaron que tenía 5.200 años de antigüedad.
“Pertenece a la cultura valdivia. En la frente, se puede apreciar un hueco. Probablemente, el chamán colocaba en su interior algunos alucinógenos como los utilizados por el pueblo yanomano. También encontré otras piezas, donde se ve al mamífero con la boca abierta y cómo, de ella, salen piernas y brazos de personas. El jaguar representa un elemento de unión”, señala Marcos a este periódico.
Aunque tampoco descarta que los indígenas lo venerasen incluso desde épocas anteriores al propio Neolítico, Marcos estima que el felino siempre aparece “como un intermediario entre el ser humano y la Naturaleza”. Y eso, a su juicio, explica por qué los ‘yachaks’ se vestían con esa clase de pieles: “Personalmente, no creo que se transformen de verdad, pero sí hay un proceso mental, a través de ciertas sustancias, que ellos saben controlar”.Una estrategia de conservación
El biólogo Luis Amador, que participó en el ‘Libro rojo de los mamíferos del Ecuador’, opina que el Gobierno Nacional “debería definir una estrategia” para la conservación del jaguar, pero con dos programas diferenciados: uno para el de la costa, del que apenas quedan unos cincuenta ejemplares, y otro para el oriental, cuya población se calcula en unos 1.500 o 2.000. “En el litoral, pueden surgir más conflictos con los habitantes. En la Amazonía, cuentan con más espacio para vivir”, precisa.
Eso sí, Amador tiene muy claro que la responsabilidad de proteger al mamífero no es exclusiva del Ejecutivo presidido por Rafael Correa. A su juicio, las universidades con facultades de Biología deberían generar “más investigación e información”, que sirva posteriormente a las autoridades para tomar decisiones acertadas.