
Gelitza Robles, Guayaquil
Las hojas de las tijeras se abrieron y el miedo disparó su ritmo cardiaco. No estaba preparado para el primer corte cuando el filo iba deshilachando la larga y delgada trenza que le llegaba hasta la cintura.
“No hay marcha atrás”, pensó Fernando Machado mientras sentía que su cabello se iba desprendiendo de su cabeza. Allí dentro, sus pensamientos estaban más enredados que el tejido que finalmente terminó en las manos de la mujer que lo peinó por primera vez como lo que siempre se sintió:un hombre, a pesar de haber nacido biológicamente como mujer.
Tenía 19 años y se paró frente al espejo para notar que lo que quedaba de María Fernanda Machado Quevedo se había esfumado casi por completo. El corte de cabello era necesario para que el transexual masculino, que actualmente tiene 23 años, cambiara la ‘a’ al final de su nombre por una ‘o’.
No hay palabras para describir la felicidad que sintió. Se limita a sonreír cuando recuerda que tuvo que esperar 30 minutos en la peluquería para asimilar el cambio, antes de cruzar la puerta de salida y volver al mundo que le haría notar que era diferente.
Fue como revivir lo que pasó a sus 9 años, cuando tuvo la primera noción de que la naturaleza lo había creado en un cuerpo equivocado. Uno que, según la sociedad, debía usar los vestidos, lacitos rosados o las zapatillas que tanto odiaba que le comprara su mamá, María Eugenia, quien desde que se enteró de que en su vientre crecía una niña, empezó a imaginar un mundo de color rosa para ella, quien por dentro era él.
A esa edad, y luego de un berrinche que hizo en una boutique porque se negaba a seguir usando ropa de niña, vistió por primera vez unos pantalones azules anchos y camiseta varonil, look que completó con una gorra para atrás, como la de un adolescente revelándose contra su realidad.
Fue a casa con una sonrisa que no se le quitó hasta llegar al barrio donde creció, en Valencia de Carabobo, Venezuela. Allí, la alegría chocó en la calle contra el miedo, el más grande, el más confuso. Fue como si un camión le pasara por encima en cuanto una vecina le dijo en tono sarcástico “oye, pareces un varoncito”.
En sus manos sintió el frío que lo acompañaría en todas las ‘primeras veces’ de su cambio físico. En su espalda, esas palabras pesaban como una carga que fue dejando en el camino mientras borraba los rasgos femeninos que le impedían verse al espejo sin fruncir el ceño.
El terror y las dudas hicieron que Fernanda ‘encadenara’ al Fernando silencioso que llevaba dentro hasta que cumplió 14 años. Allí se liberó de su mordaza y le confesó a su mamá que le gustaban las mujeres. Ese fue el primer paso.
“¿Eres lesbiana?” fue lo que de inmediato preguntó María Eugenia a su hija. No, Fernanda no era lesbiana, era un hombre encerrado en un cuerpo de mujer, pero hasta ese entonces ni él mismo sabía con exactitud que era un transexual masculino.
Cuando se lanza la palabra ‘transexual’ en una conversación, el subconsciente recrea de inmediato a un hombre biológico vestido o con detalles que le dan rasgos femeninos. Los transexuales masculinos o una mujer biológica que se siente un hombre, como anota Fernando, son los ‘invisibles’ del mundo ‘trans’.
Por eso su mamá no lo entendía, pero el amor por su hija era suficiente para aceptar las decisiones que la hicieran feliz. La primera que asumió fue llamarlo ‘Fer’, como pidió que le dijeran desde ese entonces en casa, donde las cadenas del silencio fueron reemplazadas por una paz que reinó hasta que la naturaleza volvió a hacer su parte y traer el terror de vuelta a su vida.
Tenía 14 años y llegó a su casa del cine. Una mancha roja en su ropa interior turbó la acción cotidiana del cambio de prendas. “¿Será que me corté?”, pensó y buscó la herida sin éxito.
No era ningún corte, pero con aquel sangrado se formó un hueco que le dolió en el pecho. Su primera menstruación dio una estocada casi mortal a su esperanza de mantener su cuerpo sin curvas dentro de la crisálida de la niñez.
Se consideraba un hombre. Esperaba que sus cambios fueran una barba poblada, pecho ancho o voz ronca, pero la vida le estaba regalando pechos redondos y caderas abultadas que él no había pedido. No importaba cuánto deseara revertir su desarrollo, la metamorfosis femenina continuaba imparable, como la tormenta que caería en su casa el 15 de marzo de 2008, el día en que cumplió 15 años.
Se suponía que era una sorpresa. María Eugenia lo había preparado todo para aquella noche. Llevó a su hija a una peluquería y su ilusión de verla convertida en la quinceañera más linda no la dejaba notar que, en lugar de una sonrisa, en el rostro de ‘Fer’ solo había desesperación, de la cual nació el llanto más doloroso que ella hubiese presenciado.
Los invitados estaban tan confundidos como los músicos del mariachi que la señora contrató para que le cantaran a la Fernanda que agonizaba encerrada en su habitación. Ella se iba en cada lágrima derramada en esa noche.
El mismo dolor sintió María Eugenia cuando notó que su niña ya no estaría más y otra vez su amor de madre buscó una forma de darle felicidad. Fue así que cuando cumplió la mayoría de edad llegó el cambio definitivo.
“Mamá, no soy lesbiana, soy un hombre”, le soltó ‘Fer’ para que enterrara de una vez por todas a la niña biológica que parió.
María Eugenia ‘despidió’ a Fernanda y pagó un tratamiento hormonal para dar la bienvenida al Fernando que ahora ama más que a su propia vida y que después de cinco años la convirtió en abuela.
Sí, Fernando Estuvo
embarazado
Su hormonización de dos años solo sirvió para redistribuir la grasa de sus caderas, empequeñecer sus senos, hacer crecer su barba y darle una voz varonil. Pero no tocó sus órganos sexuales ni su sistema reproductivo, donde se sembró la semilla del amor entre él y su novia Diane Rodríguez, una transexual femenina que nació hombre.
Fue por ese amor a la activista ecuatoriana que dejó su tierra natal a mediados del 2015 y decidió continuar con su vida en Ecuador, donde nació el hijo de ambos.
Siempre estuvo seguro de que cuando el bebé abultara su ‘panza’, habría, entre muchos otros, comentarios negativos por ser un ‘hombre embarazado’. Su aspecto físico le hizo temer durante demasiado tiempo.
A raíz de que se enterase de que iba a engendrar a su hijo, su única preocupación, cuando se miraba frente al espejo, era que las camisas masculinas no le quedasen más, porque las prendas para hombres embarazados aún no existen.
Pero no le importó. Desde que vio el rostro pequeñito de su bebé por primera vez, confirmó que iba a tener la misma valentía, por su hijo, que cuando salió de aquella peluquería hace cuatro años con las manos temblando de nervios, pero con el corazón repleto de felicidad.
Las hojas de las tijeras se abrieron y el miedo disparó su ritmo cardiaco. No estaba preparado para el primer corte cuando el filo iba deshilachando la larga y delgada trenza que le llegaba hasta la cintura.“No hay marcha atrás”, pensó Fernando Machado mientras sentía que su cabello se iba desprendiendo de su cabeza. Allí dentro, sus pensamientos estaban más enredados que el tejido que finalmente terminó en las manos de la mujer que lo peinó por primera vez como lo que siempre se sintió:un hombre, a pesar de haber nacido biológicamente como mujer.Tenía 19 años y se paró frente al espejo para notar que lo que quedaba de María Fernanda Machado Quevedo se había esfumado casi por completo. El corte de cabello era necesario para que el transexual masculino, que actualmente tiene 23 años, cambiara la ‘a’ al final de su nombre por una ‘o’.No hay palabras para describir la felicidad que sintió. Se limita a sonreír cuando recuerda que tuvo que esperar 30 minutos en la peluquería para asimilar el cambio, antes de cruzar la puerta de salida y volver al mundo que le haría notar que era diferente.Fue como revivir lo que pasó a sus 9 años, cuando tuvo la primera noción de que la naturaleza lo había creado en un cuerpo equivocado. Uno que, según la sociedad, debía usar los vestidos, lacitos rosados o las zapatillas que tanto odiaba que le comprara su mamá, María Eugenia, quien desde que se enteró de que en su vientre crecía una niña, empezó a imaginar un mundo de color rosa para ella, quien por dentro era él.A esa edad, y luego de un berrinche que hizo en una boutique porque se negaba a seguir usando ropa de niña, vistió por primera vez unos pantalones azules anchos y camiseta varonil, look que completó con una gorra para atrás, como la de un adolescente revelándose contra su realidad. Fue a casa con una sonrisa que no se le quitó hasta llegar al barrio donde creció, en Valencia de Carabobo, Venezuela. Allí, la alegría chocó en la calle contra el miedo, el más grande, el más confuso. Fue como si un camión le pasara por encima en cuanto una vecina le dijo en tono sarcástico “oye, pareces un varoncito”. En sus manos sintió el frío que lo acompañaría en todas las ‘primeras veces’ de su cambio físico. En su espalda, esas palabras pesaban como una carga que fue dejando en el camino mientras borraba los rasgos femeninos que le impedían verse al espejo sin fruncir el ceño.El terror y las dudas hicieron que Fernanda ‘encadenara’ al Fernando silencioso que llevaba dentro hasta que cumplió 14 años. Allí se liberó de su mordaza y le confesó a su mamá que le gustaban las mujeres. Ese fue el primer paso.“¿Eres lesbiana?” fue lo que de inmediato preguntó María Eugenia a su hija. No, Fernanda no era lesbiana, era un hombre encerrado en un cuerpo de mujer, pero hasta ese entonces ni él mismo sabía con exactitud que era un transexual masculino.Cuando se lanza la palabra ‘transexual’ en una conversación, el subconsciente recrea de inmediato a un hombre biológico vestido o con detalles que le dan rasgos femeninos. Los transexuales masculinos o una mujer biológica que se siente un hombre, como anota Fernando, son los ‘invisibles’ del mundo ‘trans’.Por eso su mamá no lo entendía, pero el amor por su hija era suficiente para aceptar las decisiones que la hicieran feliz. La primera que asumió fue llamarlo ‘Fer’, como pidió que le dijeran desde ese entonces en casa, donde las cadenas del silencio fueron reemplazadas por una paz que reinó hasta que la naturaleza volvió a hacer su parte y traer el terror de vuelta a su vida.Tenía 14 años y llegó a su casa del cine. Una mancha roja en su ropa interior turbó la acción cotidiana del cambio de prendas. “¿Será que me corté?”, pensó y buscó la herida sin éxito. No era ningún corte, pero con aquel sangrado se formó un hueco que le dolió en el pecho. Su primera menstruación dio una estocada casi mortal a su esperanza de mantener su cuerpo sin curvas dentro de la crisálida de la niñez. Se consideraba un hombre. Esperaba que sus cambios fueran una barba poblada, pecho ancho o voz ronca, pero la vida le estaba regalando pechos redondos y caderas abultadas que él no había pedido. No importaba cuánto deseara revertir su desarrollo, la metamorfosis femenina continuaba imparable, como la tormenta que caería en su casa el 15 de marzo de 2008, el día en que cumplió 15 años.Se suponía que era una sorpresa. María Eugenia lo había preparado todo para aquella noche. Llevó a su hija a una peluquería y su ilusión de verla convertida en la quinceañera más linda no la dejaba notar que, en lugar de una sonrisa, en el rostro de ‘Fer’ solo había desesperación, de la cual nació el llanto más doloroso que ella hubiese presenciado.Los invitados estaban tan confundidos como los músicos del mariachi que la señora contrató para que le cantaran a la Fernanda que agonizaba encerrada en su habitación. Ella se iba en cada lágrima derramada en esa noche.El mismo dolor sintió María Eugenia cuando notó que su niña ya no estaría más y otra vez su amor de madre buscó una forma de darle felicidad. Fue así que cuando cumplió la mayoría de edad llegó el cambio definitivo. “Mamá, no soy lesbiana, soy un hombre”, le soltó ‘Fer’ para que enterrara de una vez por todas a la niña biológica que parió.María Eugenia ‘despidió’ a Fernanda y pagó un tratamiento hormonal para dar la bienvenida al Fernando que ahora ama más que a su propia vida y que después de cinco años la convirtió en abuela.Sí, Fernando Estuvo embarazadoSu hormonización de dos años solo sirvió para redistribuir la grasa de sus caderas, empequeñecer sus senos, hacer crecer su barba y darle una voz varonil. Pero no tocó sus órganos sexuales ni su sistema reproductivo, donde se sembró la semilla del amor entre él y su novia Diane Rodríguez, una transexual femenina que nació hombre.Fue por ese amor a la activista ecuatoriana que dejó su tierra natal a mediados del 2015 y decidió continuar con su vida en Ecuador, donde nació el hijo de ambos. Siempre estuvo seguro de que cuando el bebé abultara su ‘panza’, habría, entre muchos otros, comentarios negativos por ser un ‘hombre embarazado’. Su aspecto físico le hizo temer durante demasiado tiempo. A raíz de que se enterase de que iba a engendrar a su hijo, su única preocupación, cuando se miraba frente al espejo, era que las camisas masculinas no le quedasen más, porque las prendas para hombres embarazados aún no existen.Pero no le importó. Desde que vio el rostro pequeñito de su bebé por primera vez, confirmó que iba a tener la misma valentía, por su hijo, que cuando salió de aquella peluquería hace cuatro años con las manos temblando de nervios, pero con el corazón repleto de felicidad.