Ancianos, pobres y refugiados luchan para conseguir algo de comida en el East Village del sur de Manhattan, uno de los barrios afectados por el ciclón Sandy, que sigue pegando duro cuatro días después de su devastador paso por Nueva York.
La situación es tan crítica que muchas asociaciones e iglesias reparten alimentos y ropas en pequeños puestos. Judith Vorreuter tiene 74 años y vive sola con sus dos perros en la calle 10 del distrito alfabético del East Village. Su apartamento en la planta baja quedó inundado el lunes por la noche por la crecida del East River y tuvo que ser rescatada por vecinos de los pisos superiores.
La anciana está todavía alojada en la casa de una amiga porque no pudo limpiar por completo la suya. Como no tienen ni luz ni gas, como cientos de miles de personas en el sur de Manhattan, comer algo caliente se volvió en una quimera. Sale del almacén con papas fritas, unas bananas, manzanas y chocolate.
Si Judith puede al menos ir al mercado, otros ni siquiera tienen dinero para eso y van a buscar una taza de sopa caliente a un puesto improvisado de distribución de alimentos montado por una organización evangélica en la esquina de Tompkins Square, en el corazón del East Village.
“Habitualmente venimos todos los martes. Pero a raíz del huracán no hay electricidad y nadie puede cocinar. Entonces vinimos ayer y hoy”, cuenta Glenn Ferro, voluntario de Street Life Ministries.
“Tenemos 35 litros de sopa, jugo de fruta y chocolate. También tenemos ropa, por ejemplo calcetines nuevos. Estamos acá hasta que no nos quede nada”, explica este jubilado de 62 años.
No sabe cuándo volver
El esfuerzo era necesario vista la situación: “Hay mucha gente. Alguna viene seguido porque no tiene suficientes ingresos. Pero otros se acercaron por el huracán”, constata.
Uno de los que están en torno al puesto es Ramiro Riera, un ecuatoriano de 43 años desempleado y refugiado desde el domingo por la noche en uno de los centros que instaló la alcaldía en escuelas antes de la llegada de Sandy.
“Es la primera vez que vengo. Estoy evacuado en una escuela cerca de acá desde el domingo por la noche. El primer día nos dieron de comer, pero después no. Así que durante el día salgo. Caminando encontré este lugar”, dice este hombre muy tímido.
“No sé cuándo voy a volver a casa. Vamos a ver cómo hago. Me han ayudado algunos amigos y me las voy rebuscando”, agrega mientras toma su sopa apoyado en la reja del parque.
Con casi todas las tiendas cerradas, sin luz y sin señal de teléfono casi en ninguna parte, East Village parece estar aislado por completo del resto de Manhattan.