En el segundo piso del Museo de la Ciudad, localizado en las calles García Moreno y Rocafuerte, en el centro histórico de la capital, la sala del siglo XIX abrió sus puertas, luego de dos años de arduos trabajos de remodelación, con el único fin de recordar la historia de la “Carita de Dios” y promover la identidad cultural.
Al subir de a poco las escaleras de la antigua casona donde funcionó desde 1565 hasta 1974 el hospital San Juan de Dios, los recuerdos del Quito de antaño se hacen presentes.
Dentro de la nueva sala se exponen con precisión las piezas clave de la época republicana.
Omar Andrango, comunicador del museo, comenta que durante el siglo XIX la experimentación y los nuevos conceptos inspirados en la Revolución Francesa fueron los protagonistas. Por ello, lo primero que los visitantes podrán observar para iniciar el fabuloso recorrido es la primera imprenta que llegó a Quito y junto a la cual nacieron las ideas de libertad.
Unos cuantos pasos más, varias figuras de hombres y mujeres del campo y de la ciudad reciben a los visitantes para dar a conocer la interrelación que existía en el Quito de aquel entonces, donde ambas partes estaban conectadas, especialmente por el comercio.
“Ahora la gente del campo casi no tiene contacto con la gente de la ciudad y se reflejan la distancia y los nuevos tiempos”, señaló Andrango.
Mientras se recorre el salón, con la vista fija en todos los objetos, algo llama la atención desde el piso, y no es para menos, pues finamente tallado con la técnica denominada taracea, se encuentra el mapa de Quito de hace dos siglos.
Qué distinta era la ciudad y qué cortas las distancias, al norte lo más lejano era San Blas y al sur el río Machángara.
A mediados del siglo XIX, la capital tan solo contaba con siete parroquias: El Sagrario, Santa Bárbara, San Blas, San Sebastián, San Roque, San Marcos y Santa Prisca, donde se concentraban pequeños negocios que por lo general eran familiares y dinamizaban la economía de la ciudad.
Los visores permiten recordar viejas casonas, que se roban los suspiros de muchos que añoran el Quito pasado.
Continuando con la exposición, las antiguos oficios quiteños abren las puertas entre lanas, balas, escobas y costales.
Los herreros eran importantes personajes por ser ellos quienes fabricaban las balas para los cañones que combatían en las guerras. Sin su existencia, el pueblo quedaba desprovisto de municiones.
La labor del maestro fue destacada en aquella época, en donde la enseñanza y el conocimiento no era privilegio para los más ricos.
Los bazares móviles en cada pasaje estaban a cargo de las cajoneras, donde se vendían desde lanas hasta cigarrillos.
Asimismo, los arrieros se convirtieron en pieza clave de este siglo, pues a más de ser los que trasladaban los productos para comerciarlos de un lugar a otro, también eran los que llevaban nuevas ideas de la ciudad al campo.
Los confiteros eran los más queridos, pues en sus manos se elaboraban los más exquisitos dulces quiteños.
Y, finalmente, no por menor importancia, se encuentran los capariches, quienes por lo general eran los habitantes de Zámbiza, a quienes los forzaban a limpiar las calles de la urbe.
Al final de la exposición hay una antigua carreta, que representa el inicio de otro siglo, en donde los automotores empiezan a ser elementos fundamentales para la movilización, el comercio y la comunicación.
El museólogo Iván Durán asegura que la majestuosa carreta fue recuperada de una hacienda, ubicada en Machachi, y tras un proceso de intervención por dos meses se logró salvar a este patrimonio colonial.
Para festejar los 478 años de la fundación quiteña, esta sala recibirá a los visitantes con horarios extendidos y grandes sorpresas interactivas estarán a disposición de quienes quieran sentir en su piel el viejo Quito que suspira entre recuerdos. (MBM)