Una quiteña de cuna, pero de corazón otavaleño, abrió las puertas de su vida a Diario EXTRA para conocer sus pasiones y sus miedos.
Gabriela Rivadeneira, candidata a asambleísta nacional por Alianza PAIS, es una guapa representante de la mujer capitalina. Sin embargo, es aún más una fabulosa demostración del carisma y la inteligencia de la mujer otavaleña.
A pesar de haber nacido en la “Carita de Dios”, se considera una otavaleña “a carta cabal”.
“Soy mestiza, pero desde los cinco años, por asuntos de trabajo de mi padre, fuimos a vivir a Otavalo, desde entonces mi amor es definitivamente para esa ciudad”, aseguró la joven.
Es así como desde temprana edad comprendió que su camino era fortalecer la lucha hacia los más vulnerables y poner un granito de arena para erradicar la discriminación.
A través de la música, la danza, el teatro y la literatura logró sumergirse en la militancia política, demostrando sus ansias por contribuir con el lugar y la gente que la vio crecer.
A sus 29 años reconoce que la música es una de sus mejores compañeras, eso sí acompañada de la tonada incondicional que le pone su marido a cada una de las canciones que interpreta.
Gabriela asegura no tener una voz privilegiada, pero cuando le piden cantar en una reunión lo hace sin miedo, siempre y cuando su guitarrista preferido le dé la pauta para no equivocarse.
“No canto tan bien, pero ahí le hago un poco a la música bohemia”. Entre su repertorio están los buenos pasillos y la música latinoamericana.
En el baile no se queda atrás, ya que sus caderas se mueven al son de la buena salsa o merengue.
“No creo en el mito de que las serranas no sabemos bailar, como buena latina me muevo al ritmo de la música”, sentencia.
Pero el arte dentro de su vida va más allá de una buena rola o un excelente paso de baile, pues los libros le arrebatan el corazón. “Amo la literatura latinoamericana, porque de esa forma podemos recordar nuestras raíces y apegarnos a nuestro propio concepto cultural”. Entre uno de los cuentos indígenas que recuerda con frecuencia se encuentra El Chusalongo, personaje que nació en la imaginación indígena.
“Se trata de una fábula creada sobre un hombre llamado Chusalongo, que tiene su órgano genital sumamente grande”, comenta entre risas, pero dejando la jocosidad, resalta que dentro de este cuento, la moraleja es fundamental para enseñar a grandes y niños la importancia de los derechos sexuales. Con sus dos hijos, de 5 y 2 años, comparte precisamente ese gusto por una cultura que la hizo suya.
“Ambos son muy apasionados en lo que hacen”, comenta mientras mira una foto en su celular que la hace sentir más cerca de sus pequeños amores.
EN EL CAMPO, LA VIDA ES MÁS SABROSA
Criar cerdos, ordeñar vacas, montar a caballo y pasear junto a gallinas fueron actividades cotidianas durante su niñez y juventud.
“Mi padre siempre me dijo que si deseo tener algo, entonces tengo que trabajar por ello”, es así como aprendió algunos difíciles oficios del campo. Coger gallinas y patos es verdaderamente un martirio. Les tengo recelo a estos animalitos porque cuando era niña me picó un pato por andarle molestando”, comentó. Sin embargo, una de sus más grandes pasiones se ve reflejada cada vez que tiene cerca a un caballo.
“Son animales tan nobles y sobre todo tengo mucho apego hacia ellos, porque en el campo son de mucha ayuda para el trabajo”.
A pesar de que una vez cayó de una enrome yegua, su gusto por los equinos no terminó ahí.
“Mi padre vino, me levantó y volvió a trepar sobre la potra, esa fue la mejor enseñanza que me pudo haber dado”.
Con el aire puro del campo, el sonido de los animales, la tierra, el lodo y las botas de caucho, Gabriela fue forjando su personalidad: inquieta y extrovertida.
Al ser la mayor de cuatro hermanos aún recuerda algunas travesurillas que les hizo a los más chicos, de las que no se enorgullece.
Su último ñaño, de 17 años, es uno de sus consentidos. Con él tiene una especial conexión.
Su vida es pura adrenalina
Ser una buen estudiante durante la etapa escolar no significó que Gabriela sea una niña tranquila y callada. Por el contrario, se considera una persona muy hiperactiva y sociable.
En su adolescencia practicaba varios deportes, especialmente el salto alto y la velocidad.
La perseverancia, el esfuerzo y sobre todo la pasión la llevaron a ser campeona provincial de salto alto.
Para la joven nada ha sido imposible, pues por su carácter tocó una y mil veces puertas que parecían difíciles de abrir.
Gabriela es una fiel aficionada a los toros de pueblo, inclusive algunas ocasiones ha dejado de lado el temor y como una buena mujer se ha puesto los pantalones para entrar al ruedo a torear. “Eso sí siempre he toreado terneros”, dijo riéndose.
El deporte también es combinado con la cocina, pues a la hora de preparar un buen locro, ella es la indicada.
Las carnes rojas son una de sus debilidades, quizá son uno de los platillos que mejor sabe hacer.
Pero para deleitar a su paladar no se conforma con lo que sus hábiles manos hacen, sino más bien busca una bebida muy complicada de elaborar. La chicha del Yamor es, sin duda, lo que le roba el sueño.
“Aprender a hacer chicha es muy complicado, porque implica un proceso sumamente largo, debe ser por eso que es deliciosa”, señaló.
En medio de todas sus aficiones, siempre se da un tiempito para los desfiles y pregones de su querido Otavalo, donde siente revivir una parte de su vida, junto al colorido y la armonía de su gente.
“Me encantan ver los colores, los bailes, la música, disfruto tanto estar presente en un desfile”, comentó.
Sin embargo, durante los últimos meses de su vida ha tomado un giro diferente, la política consume gran parte de su tiempo y la aleja de las cosas que adora hacer.
“Mi esposo es mi fuerza y mi aliento para continuar, como madre, esposa, hija y ahora una joven inmersa en el ámbito político nacional”.
A pesar de los once años de diferencia que tiene con el hombre que se enamoró de su sonrisa, sabe que sin él su vida no sería igual.
“Nos comprendemos mucho, junto a él me siento protegida y sobre todo entiende lo que hago y me apoya incondicionalmente en todo”.
Gabriela espera poder desempeñar los diferentes roles que la vida le ha regalado, pero lo que la mantiene más ansiosa es poder criar y ver crecer a sus dos pequeños hijos, quienes son la razón de su vida.
“Ser joven implica tener más responsabilidades y demostrar que no estamos para rellenar listas, sino para hacernos sentir”, concluyó Gabriela.