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María Augusta Calle “Yo nací rebelde y espero morir rebelde”

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Con una amplia sonrisa y una actitud relajada María Augusta Calle, candidata a asambleísta por distrito de parroquias de Pichincha por Alianza PAIS, paseó con un equipo de EXTRA por el parque de El Ejido, en el centro norte de Quito, lugar donde vivió su niñez y que sigue siendo su sitio preferido, rodeado de recuerdos y nuevas aventuras por vivir.

SIEMPRE FUE UNA REBELDE

“Yo nací rebelde y espero poder morir rebelde”, dijo María Augusta con firmeza, mientras recordaba su activa niñez y las travesuras que solía cometer.
El Ejido fue el parque que la vio correr, ciclear y hacer amigos, aún recuerda a uno de sus “íntimos”, Jaime Arias, quien de niño era betunero y solía jugar con ella mientras no había clientes que buscaran limpiar sus zapatos.
“Yo los llevaba a mi casa y mi padre me sabía decir que no los haga entrar por miedo de que se roben algo, pero yo hacía caso omiso”, comentó.
En una de sus tantas visitas al parque conoció a un pintor, que hizo que varios niños empezaran a plasmar sus ideas en el papel.
“Todos los niños del barrio fuimos emocionados al parque porque nos iban a regalar pinturas y cartulinas para aprender a pintar, allí quedaron nuestras ingeniosas obras, pero jamás imaginé que ese pintor se iba a convertir en una figura tan reconocida, tengo el orgullo de decir que pinté con (Oswaldo) Guayasamín”, dijo.

Además de ser una “niña de barrio”, también adoraba jugar con sus muñecas, con las cuales dormía todos los días. “Me tomaba el tiempo de acomodarlas en mi cama, en especial me gustaba cuidar mucho a María Catalina, que la conservo hasta ahora”, manifestó.  
En su niñez logró sensibilizar su corazón, gracias a las enseñanzas de mamá María, una indígena que crió a su madre y también a ella.
“Mamá María era una mujer analfabeta, pero muy sabia, ella sin duda alguna marcó mi vida y mi forma de ver el mundo indígena”, indicó.
De su madre aprendió a mostrar la belleza del rostro que se ve reflejada en una gran sonrisa. “Mi vieja siempre tenía alegría para todos, de ella obtuve la enseñanza de que hay que reírse de uno mismo”.
Sentada en uno de los juegos infantiles del parque, María Augusta recordó una de sus peores travesuras, la que le costó ocho días de suspensión del colegio. “Me acuerdo claramente que estaba molestando a un profesor de matemática y él se fue a quejar con la Madre Directora, ella había estado un poco afónica y con voz ronca me dijo que saliera de la clase, yo empecé a remedar su voz y le dije que no le escuchaba”, dijo, sin embargo aseguró que no se enorgullece de haberse burlado de sus maestros.
Eso sí su alegría continúa intacta, pues le encanta contar “cachos” y sonreírle a la vida.
Para finalizar el paseo, era necesario recordarle al paladar el sabor de las golosinas del colegio, por ello no dejó pasar la oportunidad de comprar y disfrutar unas verdes y amargas grosellas.
A sus 56 años asegura seguir siendo una mujer rebelde. “Me gusta luchar e indignarme contra la injusticia, si eso es ser rebelde, lo soy”, afirmó.

La migración rompió una parte de su corazón

En medio de la conversación y las risas que emanan los buenos recuerdos, sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz se quebrantó cuando habló de sus hermanos, pues dos de ellos dejaron Ecuador por la difícil situación financiera que vivió el país en el 2000.
“Mi hermano menor, con el que compartí toda mi juventud tuvo que salir del país y eso significó un terrible dolor en mi vida, de igual forma la partida de mi hermana, quien ya formó su vida en el extranjero y difícilmente volverá”.
Para María Augusta la migración significó ver a su familia fracturarse. “Yo sé y entiendo perfectamente lo que sienten todas las familias de migrantes”.
Gracias a la tecnología no ha perdido contacto con sus hermanos, con los que se comunica todos los días y les pide consejos a la distancia. “Les puedo ver y escuchar, pero no es lo mismo que sentirlos aquí, junto a mí”, dijo mientras se secaba las lágrimas del rostro.

Sus hijos y nietos son su tesoro

Cuando conoció a su esposo, quien es su mejor amigo y compañero, él ya tenía un hijo, al cual María Augusta acogió con todo el amor y lo crió con todos los cuidados, como si hubiera salido de su propio vientre.
“Mi esposo fue padre adolescente en el extranjero y tuvo que regresar al Ecuador y se trajo con él a Manuel, la madre del mayor de mis hijos vive aún fuera del país, pero nos llevamos muy bien”, aseguró.
La vida le regaló dos hermosas bendiciones, pues tuvo la oportunidad de ser madre por segunda y tercera ocasión.
“Soy una mujer muy afortunada, pues ahora también tengo cuatro nietos, que son los únicos que hacen conmigo lo que quieren”, contó.
María Augusta considera una de sus más grandes pasiones pasar tiempo con sus nietos. “Siempre salimos juntos al parque o nos gusta hacer pasteles, eso sí los preelaborados, porque no soy muy buena cocinera, aunque para ellos todo lo que yo hago es delicioso”, aseguró.
Entre sus manos sostenía una de las más valiosas obras de arte que conserva en su oficina, era el dibujo del Escudo Nacional firmado por Martín, uno de sus nietos, y enmarcado en un sencillo cuadro.
“Cuando mi nieto me regaló este dibujo me llenó mucho el corazón, pues siempre les enseño amar a su país y recuperar la veneración que debemos tenerles a los símbolos patrios”.

A qué se debe su cambio de look

Pocos son los días que se ve a María Augusta con sus naturales rizos, pues ahora ha optado por cepillar su cabello y mantenerlo siempre de color vino.
“No me cambié de look por vanidad, solo que desde muy joven tenía la cabeza llena de canas, así que empecé a pintarme y por ello mi cabello se dañó, entonces cuando dejo mis churos, ya no se ven bonitos, ahora parecen alambres”, comentó entre risas.
Para colocar su cabello en orden tiene que acudir con un experto, pues asegura que es sumamente inútil para las vanidades de mujeres.

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