Kello San Lucas ha recobrado la alegría. Ahora ya solo le falta recuperar aquella límpida sonrisa que desplegaba de joven cuando su ostentosa cojera, provocada por un auto que le destrozó la pierna derecha a los doce años, no le suponía un obstáculo para sacar a bailar a algunas de las muchachas más lindas de Daule.
En unas dos semanas, el mismo tiempo que soportó con su prótesis dental superior en el esófago a la espera de una operación, Kello, de 52 años, lucirá nueva dentadura. La vieja, por orden del cirujano, terminó en un tacho de basura.
Seis odontólogos de Guayaquil se ofrecieron a ayudarlo de manera altruista el pasado viernes, el mismo día en que EXTRA publicó un amplio reportaje sobre el calvario vivido por este vendedor de jugos, que en una buena jornada apenas gana entre ocho y diez dólares.
“Estoy muy agradecido a todos ellos y a EXTRA. Mi familia se siente muy contenta. El precio de un trabajo como este sería muy alto para mí…”, repite hasta en tres ocasiones. Pero como solo podía elegir a un especialista, Kello se decantó por Leopoldo Espinoza, de 63 años, quien además ostenta el título de técnico dental, obtenido en Nueva York.
“Ya he empezado a tomar líquidos, cremas y caldos melositos; a comer frutas blandas... Antes me sentía lánguido, débil, pero poco a poco voy recuperando las fuerzas. Las molestias están remitiendo y las heridas van cicatrizando”, subraya ufano de camino a la clínica dental de Leopoldo, situada entre las calles Pedro Carbo y Colón del centro porteño. Hoy ya no necesita apoyarse en su hermana Marlene para dar un paso adelante. Tal vez por eso se haya vestido con una de sus mejores camisas, se haya afeitado y peinado a conciencia y saque pecho al cruzar el paso de peatones.
El especialista se sorprende al ver a un equipo de este diario con su nuevo paciente. “No tenía ni idea de que también vendrían ustedes”, apunta Leopoldo, quien se declara lector asiduo de EXTRA y Expreso, ambos del grupo Granasa. “Me encantan sus ‘Memorias Porteñas’”, remarca.
La historia de Kello le impactó tanto que no tardó en marcar el número de teléfono de Marlene. “Me nació así. Quince días sin comer ni beber, con dolores… Debió de ser como una cámara de tortura. Él lo decía muy bien en el reportaje: ‘No se lo deseo ni a mi peor enemigo’. Además, vi que era de una familia humilde. Todo ello me motivó”, atestigua.
EN LA CONSULTALeopoldo se ajusta una mascarilla y unos guantes de látex, agarra un explorador metálico con forma de garfio y se adentra en la despoblada boca de Kello.
En la parte superior le quedan cuatro piezas; en la inferior solo conserva una muela, los incisivos y los caninos. Tres de estos están tan desgastados que parecen los dientes primerizos de un bebé en plena eclosión. Pero antes de hacer su diagnóstico, como si intuyera los temores que acechan a Kello, el dentista trata de calmarlo: “No se preocupe, que le voy a arreglar todo”.
El examen confirma las sospechas de Leopoldo. La “rehabilitación oral” del afectado va más allá de sustituirle la placa dañada.
Así que primero le hará una limpieza a fondo, después le colocará tres fundas de cerámica en las piezas dañadas, calculará el hueco disponible para las dos prótesis removibles que le pondrá en la parte inferior y superior, y procederá a fabricarlas. Solo así podrá corregirle su deformada mordida.
“El costo total oscilaría entre los 1.500 y los 2.000 dólares, pero yo lo haré gratis. Soy un hombre de palabra”, le aclara. “Estoy demasiado contento. Muchas gracias, doctor”, remata Kello antes de que ambos se fundan en un cálido apretón de manos.
RIESGO DE MUERTE
Leopoldo Espinoza recuerda que los casos como el de Kello son “más frecuentes de lo que la gente cree”. Aunque algunos afectados logran extraer las dentaduras postizas con los dedos o unas pinzas, otros deben pasar por quirófano “para que les abran”, especialmente cuando las garras metálicas de sus extremos se incrustan en las carnosas paredes del esófago.
“Es más serio de lo que parece. Quienes usan prótesis deben tener mucho cuidado porque pueden morir si se las tragan. Es mejor acostumbrarse a no dormir con ellas o a usar un adhesivo todas las noches. Kello tuvo suerte porque la suya ya casi no tenía ganchos. En buena hora la perdió…”, resalta.
Lea también
¡Vivió 15 días con la dentadura en el esófago!